miércoles, 3 de abril de 2013

Sin red


Mi escritorio está en un primer piso y tiene un balcón. Y cada vez que subía a trabajar, desde hace meses, me detenía a mirar una tela de araña que estaba tendida entre dos de los barrotes del balcón de marras. Por una razón que jamás me expliqué –o más bien: que jamás me detuve a pensar- nunca quise quitar esa tela. Me fascinaba ver cómo se fortalecía la red, cómo esa tela de araña era la trama, al fin y al cabo, de una larga paciencia. Una vez incluso vi la araña –mínima- y sentí un respeto religioso por ella. Por ese mundo solitario y tenaz, pero sobre todo inexplicable, que tejía ese bicho ante mis ojos.

Pienso en esto ahora, después del diluvio, cuando subo a mi escritorio y veo que la tela de araña no está más. El agua barrio con ella, como barrió con tantas otras cosas. Y por primera vez después de veinticuatro horas de locura –de goteras, agua, mareas domésticas, papeles mojados, miedo: miedo a la próxima lluvia-, por primera vez después del caos, decía, me siento en mi silla, llena de supersticiones y de rezos al cielo, y pienso en mi araña con amargura en el pecho; como si la vida entera que habita en todas las cosas se hubiera escurrido por un tubo cloacal.

3 comentarios:

Verónica dijo...

Bello y triste relato.

Garriga dijo...

uf, lo siento

Moti dijo...

Yo también tuve problemas con la lluvia el 2 de abril y el 6 de diciembre. Y uno se queda con miedo a la próxima lluvia. Es una maravilla mirar tejer a las arañas en el jardín a la nochecita. Algunas después levantan la misma tela que tejieron, parece que la comieran. Quizás a la de tu balcón no le pasó nada y teje de nuevo en unos días.