martes, 28 de enero de 2014

Paraíso

Volví de la sierra. La casa está hermosa, prolija, templada. Casi servicial. Oh, tengo luz. La planta de diamela que se había secado y que pensé que había muerto por el calor de estos días ahora está viva y verde y trepada al cable del teléfono, que sube hasta bordear la ventana de mi vecino de arriba. La casa huele a diamela, que es un perfume primo de los jazmines. Desde arriba se deshojaron las flores y hay un montón de pétalos en el piso. Cuando Cati vivía, una tarde se echó a dormir la siesta entre los pétalos. Le tomé una foto. Las flores parecían estrellas y Cati parecía estar en el cielo, en ese velo de silencio y vejez en el que se metía por horas. Meses después murió, que es lo único que sé decir de Cati últimamente. Y más después llegó la gata nueva con su juventud escandalosa. Pero la casa que me recibe es la casa de antes. Y en esa casa está mi gata, mi Catalina, pura sombra y misterio entre las florcitas muertas.


miércoles, 8 de enero de 2014

Aire y luz

Estuve dieciocho horas sin luz. A la noche no dormí por el calor. Hoy tuve que encarar una jornada de escritura sin haber descansado ni un minuto. Estoy de pésimo humor. En la tarde fui a bañarme y a dormir media hora a la casa -"con aire y luz", como en los clasificados- de mi vieja. En el medio aproveché que a dos cuadras de ahí, en Alberdi y Lacarra, hay una sucursal de Edesur, y fui sólo para poder putear a alguien a la cara. Me pesaban los muslos: me sentía un caminante de Walking Dead. Afuera del edificio estaban la gendarmería, la policía federal y la prefectura, e incluso había un puñado de perros adiestrados. Es maravilloso cómo el Estado pone huevo cuando se trata de defender "lo que verdaderamente importa", esto es: el patrimonio empresarial. Adentro, en las oficinas de Edesur, estaba todo divino, acondicionado, fresquito. Alguien me recibió, puso gesto consternado, dijo la palabra "contingencia" y me dio un nuevo número de reclamo. Demoré con intención; quería quedarme charlando. Se estaba tan lindo en las oficinas de Edesur... Empecé a preguntarme qué pasaría si todos -todos, todos, todos- nos instaláramos con nuestras bolsas de dormir ahí adentro.

jueves, 2 de enero de 2014

2014

Vi una gotera en el living. Algo nuevo en mi casa. Subí la escalera que me lleva al escritorio y desde ahí pude ver que uno de los techos –el que coincide con la gotera- estaba hecho una pileta. Algo tapaba el desagüe y la gotera del living pasaba a centímetros de un cable: todo un peligro. Me puse la campera, le pedí a Emilia –compañera de aventuras- que me ayudara a desplegar una escalera de cinco metros y subí al techo con mi vestidito de colores, con pala, bolsa y escoba, y con terror a resbalarme con la lluvia. Entonces vi: el desagüe estaba tapado de mierda. Sorpresa. No eran plantas ni tierra ni huevitos de pájaro. Kilos de inmundicia de gato flotaban en mi techo y tapaban todo. Había que empezar. Junté ese mundo de caca reblandecida en aguas durante varios minutos, hasta que la miasma bajó y la terraza volvió a su estado natural. “Ahí va” le dije finalmente a Emilia, y tiré la escoba, la pala y la bolsa con mierda. Después bajé, otra vez, con terror a resbalarme. Me saqué la campera, me lavé las manos. Sonó el teléfono. Era mi abuela. “Qué tal nena cómo empezaste el año” dijo. No sé qué respondí; nadie sabe.