miércoles, 6 de agosto de 2014

Un homenaje a Yü*



Hubo una poeta llamada Yü Hsüan-Chi. Vivió en la China imperial, durante la dinastía Tang, en el siglo X después de Cristo, cuando las mujeres poetas eran incluso más raras que las mujeres barbudas. En ese entonces la formación intelectual era -salvo excepciones- un privilegio solo para varones, que a su vez iban construyendo su saber con vistas a enfrentar el desafío máximo: aplicar a los exámenes imperiales, una instancia de evaluación que, de ser aprobada, les permitía subir en el escalafón social.

Yü -la concubina de un hombre que tenía infinitas concubinas- sabía de este mundo ilustrado y lo miraba con la nariz contra el vidrio como aquellos chicos pobres que miran escaparates en las historias de Dickens. Y decidió darle a su deseo un cauce radical: un día Yü, con menos de veinte años, abandonó al concubino que la tenía atada desde los dieciséis, se hizo sacerdotisa taoísta y en el nombre de la religión empezó a viajar por todo China, a tener tantos amantes como quiso y a escribir poesía en voz activa: un avance notable -las pocas mujeres que se atrevían a la poesía lo hacían en voz pasiva- que la transformó en la primera poetisa china feminista.

Me enteré de esta historia luego de leer "Tener lo que se tiene" -las obras completas de la poeta argentina Diana Bellessi, que en una página aluden a Yü- y de dar algunas vueltas por Google. Pero lo cierto es que de Yü se sabe casi nada: solo sobrevivieron cuarenta y nueve poemas, y hay apenas tres autores occidentales, todos estadounidenses, interesados en una reconstrucción biográfica. Poca cosa, en síntesis, para una mujer que mil años atrás alimentó una voz lacerante y salvaje, y que con ella se enfrentó a una época que no admitía -tal vez ninguna época lo haga del todo- mujeres fuertes. Durante una visita al templo taoísta de Ch'ung Chen, por ejemplo, de cara a una lista con los nombres de los candidatos triunfadores -todos varones- en los exámenes imperiales, Yü escribió lo siguiente: "Picos coronados de nubes llenan los ojos / en la luz de primavera. / Sus nombres están escritos en hermosos caracteres / y colocados por orden de mérito. / Levanto mi cabeza y los leo / con envidia impotente. / Cómo odio este vestido de seda / que oculta a un poeta".

Adoré este poema, sobre todo los cuatro últimos versos, apenas lo leí. La imagen de la seda ya no como un género lustroso sino como un chaleco de fuerza pareció atravesarlo todo -principalmente los siglos- y llegar al presente como esas mareas que traen los restos de un naufragio y que con apenas un reflujo logran conectar dos tiempos remotos. Sentí, a la vez, compasión y admiración por Yü. Y sentí también gratitud porque si es cierto que, como dice el proverbio chino, el aleteo de una mariposa puede sentirse al otro lado del mundo, acaso pueda ser cierto que la vida de Yü, una mujer oriental que dejó tras de sí un silencio beligerante y poético, haya provocado estertores en el universo femenino actual. Somos lo que somos, y tenemos las conquistas que tenemos, gracias también a figuras como ella: mujeres inflamadas de furia, ardor y belleza, injustamente perdidas en algún recodo oscuro de la Historia mayúscula, y decididas a perderlo todo como condición para salvar lo que les quede de vida.

"La felicidad de una es la felicidad de todas", me dice una amiga cuando le doy una buena noticia, y tal vez sea por eso que el devenir de Yü se vuelve tan íntimo y elemental: la desgracia de una es, también, la desgracia de todas. En el caso de Yü, fue ejecutada a los veintiséis años por adúltera. Y es por eso que, aunque pasaron más de diez siglos, quiero dedicarle estas líneas, con la esperanza de que viajen al pasado y la acompañen.


* Publicado en la revista Ya, del diario chileno El Mercurio.