sábado, 19 de septiembre de 2009

Naturaleza muerta

El día que decidí plantar tomates, lo hice por razones pedagógicas (hasta el momento, mi hijo pensaba que crecían “en las góndolas del chino”); de planificación doméstica (el kilo valía ocho pesos); gustativas (el sabor de un tomate hecho en casa supera al de un tomate hecho en góndola); y recreativas (los fines de semana con hijos pueden llegar a ser largos). Pero en ninguno de esos argumentos se me ocurrió mencionar palabras como “madre tierra”, “pachamama”, “raíces” o cualquiera de los demás términos que últimamente se invocan para explicar por qué –yendo al punto- poner una macetita de cannabis en tu balcón es una opción de las buenas.

Desde que se legalizó la tenencia de marihuana para consumo, gran parte de los defensores del porro argumenta su postura hablando de la naturaleza. “Podés cultivar tu planta, te la da la Madre Tierra”; “¿Qué hay que legalizar? La naturaleza no está mal ni bien”; “Nosotros sólo somos amigos de las plantas” y “Honremos a la Madre Tierra por darnos cogollos” fueron algunas de las tantas exaltaciones de “lo natural” que se hicieron y se siguen promoviendo en un mundo que, por más de un motivo, ha terminado haciendo de la naturaleza un credo.

El hongo Amanita Phalloides, también llamado “cicuta verde”, es absolutamente natural y no por eso lo comemos. Los métodos anticonceptivos son artificiales, pero nos pueden salvar de un natural embarazo no deseado. La misma idea de “naturaleza”, en síntesis, es un concepto tan manufacturado que desde hace varios años está ceñido a la moralidad sinuosa del mercado. Hay que ver la cantidad de pavadas que se dicen, elaboran y venden para que la gente sea un poco más “natural”. En el nombre de la Madre Tierra hay celebridades que higienizan sus conciencias participando de eventos multimillonarios como el Live Earth, y hay políticos veloces como Al Gore, quien sacó chapa de buen tipo cuando en el año 2006 fue protagonista de The Inconvenient Truth (La Verdad Incómoda): un documental sobre el calentamiento global que le valió un inaudito premio Nobel de la Paz, y que sumió al pueblo americano en una neurosis ecológica sin precedentes. Para salvar al planeta, hay personas que se bañan en agua usada (así no malgastan recursos naturales), hay quienes cuelgan la ropa en vez de centrifugarla (para no usar energía), hay empresas que realizan labores ambientales (y de paso –sólo de paso- reducen impuestos); y hay una inmensa y creciente masa de población que habla de “volver a las raíces” con la candorosa terquedad de quien supone que es posible regresar al útero materno.

Antes de emprender el camino de regreso, sin embargo, valdría la pena que los abanderados de “lo natural” respondieran al menos algunas de las preguntas que Eduardo Ferreyra, presidente de la Fundación Argentina de Ecología Científica (FAEC), expone en un artículo donde la emprende contra el llamado “Mantra Verde”. ¿Permitirían los defensores de ‘lo natural’ que no se vacunara a sus hijos contra el sarampión, las paperas, la rubéola, la poliomielitis, la tuberculosis, el tifus y la fiebre amarilla? ¿Se resignarían a no usar más aspirinas y antibióticos? ¿Qué harían con la tiroides, la presión alta, la artritis, los cálculos biliares, la otitis y los dolores de muelas? ¿Permitirían que los curaran 'manosantas' y curanderos varios, usando medicinas tradicionales de la Pacha Mama? ¿Vivirían sin pasta de dientes ni perfumes ni desodorantes ni jabones de tocador ni tintorerías ni zapaterías ni ropa? ¿Jugarían al fútbol descalzos, tal como lo hacían los aborígenes y los hindúes? ¿Vivirían sin cine, televisión, videos, DVDs, vacaciones en Brasil, viajes a Europa y escapadas a Miami? ¿Con qué instrumental los curarían los médicos en hospitales que no tendrían electricidad, ni aparatos, ni medicinas, esto es: hospitales totalmente naturales? ¿Y cómo harían el fuego -agrego yo- para prenderse el porro?

Decir que la marihuana es buena porque “viene de la Madre Tierra” forma parte de un discurso tan conservador que sorprende. Por eso, frente a un sistema legal que –de a poco- se está quitando viejas telarañas moralistas, sería interesante asumir en torno al porro un discurso más maduro: que lo fumamos porque es rico y pega bien. Porque incluso cuando pega mal no es grave. Porque no trae efectos colaterales. Porque es sexualmente estimulante. Porque no es dañino. Porque calma dolores a quienes padecen cáncer. Porque abre el apetito a los enfermos de HIV. Porque es más divertido –en caso de contractura- que tomarte un clonazepam. Y porque la legalización pone un coto al negocio narco y todo lo demás.

Pero hablar de la Pachamama coloca a algunos militantes pro-marihuana en esa peligrosa línea que separa la argumentación filosófica de los guiones de Peter Capusotto. Y forma parte de una postura ingenua, estudiantil, que los cruzados del cannabis no pueden permitirse.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Ciudad Oculta


Nati y Juan salen a comprar algo en la villa.

- Uh -dice Juan y se palpa los bolsillos-. Me olvidé las balas, ahí vengo.

jueves, 3 de septiembre de 2009

La revelación

La torta de cumpleaños de Joaquín: una cara de Hombre Araña hecha con grana roja y azul, y redes y contornos de chocolate. Soy mala haciendo esto. Mis manos no saben trabajar sin pensamiento.
Mis manos no saben estar solas.
Tiro la grana como si fuera ceniza. El Hombre Araña es pronto una bola roja, lisa y sin forma. Necesito soluciones. Tomo el pincel de acuarelas de Joaquín. El pincel está duro. Con la cerda tiesa voy barriendo delicadamente los excesos de grana. Desde abajo emergen las líneas marrones.
Soy una arqueóloga que busca restos. Puedo pasar así un largo rato. No sé cuándo llegó la noche. Cada parte de torta que asoma es una revelación: información sobre mí. Sobre el indómito y profundo amor por mi hijo. Sobre mi nueva y desesperada templanza.
Arriba y abajo del pincel:
yo.