tag:blogger.com,1999:blog-87629018095382442742024-03-13T07:00:22.246-07:00Señorita LiUn ejercicio de constancia.Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.comBlogger118125tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-44025210418098910532016-08-30T08:30:00.001-07:002016-08-30T08:30:12.415-07:00Selfie<span style="background-color: white; color: #1d2129; font-family: helvetica, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19.32px;">Después de unas horas dejé el Word para abrir un archivo en pdf. Durante el segundo que tomó en abrirse el programa nuevo, la pantalla se puso gris y reflejó mi cara. Me vi con los labios apretados, el ceño fruncido y los ojos de un tiburón o de cualquier otro tipo de bestia al acecho. Se ve que así soy cuando escribo: una persona encantadora.</span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-42106787136103025652016-03-11T14:31:00.000-08:002016-03-11T14:31:00.632-08:00EL PROBLEMA DEL CERO<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;">El 25 de diciembre a la mañana ella salió en
bicicleta. La ciudad estaba vacía. Las calles en Navidad eran un lugar extraño,
tan extraño como una palabra escrita en otro sistema alfabético. Había sol,
árboles, poca gente. Los miró con ojos de pregunta: ¿Estarían solos como ella? Avanzó
cuesta arriba hasta llegar a un parque. Los músculos le quemaban, pero el dolor
del cuerpo era una forma de purificación del alma. En el parque vio padres con
sus hijos en monopatín. Vio chicas corriendo con urgencia para bajar la
comilona de la cena. Vio parejas de viejos con zapatillas esponjosas caminando aparatosamente
y en silencio. Se preguntó, al observarlos, en qué momento el amor se transforma
en una montaña. Pero no tuvo respuesta a eso, ni a nada.</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Acababa de fracasar un nuevo intento amoroso. Todos
los actos bien intencionados de los últimos dos años habían sido multiplicados
por cero y habían pasado a la lista de los saberes inútiles. Por alguna razón,
siempre se separaba en diciembre. O en noviembre, o en cualquier otro final de
ciclo dado por el calendario occidental.
En eso, sus rupturas de pareja se parecían a un receso laboral. El 24 había
intercambiado mails con reproches y había acordado un horario para que cada uno
retirara sus cosas de la casa del otro. Ella se llevó dos vestidos, un calzón,
un perfume, una crema importada. Él se llevó remeras, una malla, las pantuflas
negras. Al atardecer, ella miró los cajones vacíos y sintió vértigo, como si
fuera a romperse el alma ahí adentro. Vomitó en el baño, levantó fiebre.
Canceló la Nochebuena con amigos y fue a lo de su madre. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Cenó arroz hervido. A las doce de la noche sonaron fuegos
artificiales y en la casa vecina se escuchó “jo jo jo”, y un niño lloró del
susto al ver la llegada de Papa Noel —ese extraño. La algarabía, el ruido y la
felicidad ocurrían en los otros cuerpos. No en el suyo. Toda ella era un corazón
oscuro girando en torno a la sílaba “no”. Se esforzó por no evocar las fiestas
del año pasado, pero ahí estaban las imágenes: una cartelera de momentos
felices. Ella con amigos, ella con familia, ella con hijo, ella con novio
encendiendo estrellas de Navidad. Cuando era feliz, ella no pensaba en los
desgraciados del mundo. Era lógico, entonces, que nadie pensara en ella ese 24
de diciembre. Se fue de la casa materna a las doce y media, llegó a su casa y
se sentó a fumar marihuana en el balcón. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Ah, el balcón. Antes era su refugio. En la casa —inmensa—
vivían su marido de entonces, más sus tres hijos –los de él- de un matrimonio
anterior, más el hijo que habían tenido en común. Cuando ella quería tranquilidad,
subía a su escritorio y se iba al balcón a mirar el cielo. Pero ahora no era
necesario. La casa estaba vacía —su hijo estaba con el padre— y el balcón era
un montaje absurdo en la arquitectura del hogar. Ella subió igual, como un
amputado que todavía siente la pierna que le fue quitada —como si hubiera, al
fin y al cabo, una familia de la que huir. Miró el cielo limpio, las
oscuridades de la luna. Lloró de cansancio. Luego se fue a dormir. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">En la mañana, despertó con una necesidad furiosa de
pedalear hasta que le doliera el cuerpo. Lo hizo el 25 de diciembre, lo hizo el
1 de enero, lo hizo durante todo el verano, pedaleando de día, tarde en la
noche, en olas de calor, bajo la lluvia, siendo ella misma una mujer relámpago:
algo que sólo es en la fugacidad; una fractura eléctrica capaz de incendiar
aquello que toca. Pedaleaba para escapar del miedo, del sueño, de la cárcel de
la cama en las mañanas. Pedaleaba para llegar a marzo, y así fue: llegó al final
del verano como si despertara de un viaje astral. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Delante de ella estaba su hijo, a pocos días de
empezar las clases. Revisó con él los útiles, sacó punta a los lápices, hizo la
compra de materiales nuevos: hojas, etiquetas, cartuchos de tinta. Una goma de
borrar perfecta, tan perfecta como una página en blanco. Volvió lentamente al
mundo tangible; la rutina la había sacado de un estado de hipnosis. ¿Era
posible vivir así, empezando de cero a la manera del Eterno Retorno? Pensó en esa
teoría de la existencia en la que todo se extingue para volver a crearse y en
la que los actos se repiten una y otra vez. ¿Cuándo dejaría de comenzar todos
los malditos meses de marzo? Sin creer en dios, sin creer en nada, buscó en un
cajón de la cocina y encontró una vela de cumpleaños con el número uno. La
prendió. Era hora de prenderle una vela al uno, o al dos, pensó. O a cualquier
otro número que incluyera al pasado, y a las posibilidades de la vida en
general. <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-91590153339172099682016-02-29T10:18:00.000-08:002016-02-29T10:23:32.158-08:00EL ARTE DE PERDER * <div class="MsoNormal">
Eran pareja, rondaban los setenta años y parecían venir de algún apuro. Estaban atrasados. Habían
llegado a sus asientos cuando el resto del pasaje ya se había acomodado en el avión. Metieron su equipaje con torpeza en distintos compartimentos y todos los miramos
sumidos en un silencio mezquino: a ver si ese par de viejos nos aplastaba un
bolso. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Tomaron asiento y empezaron a cuchichear. Se movían demasiado. La tensión seguía en aumento hasta que el hombre, con el avión
avanzando lentamente hacia la pista de despegue, se puso de pie y empezó a
abrir los porta equipajes mientras balbuceaba algo. Intentó sacar una bolsa de
un tirón, pero el peso del bulto era excesivo para sus brazos flacos. El bulto
se estrelló contra el piso. Sobre el pasillo del avión se desparramaron papeles, estuches
de anteojos y discos compactos. Una azafata se acercó. Qué pasa,
preguntó. El hombre no respondió, estaba agachado intentando acomodar el lío. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Mi
marido rodó por las escaleras -dijo entonces la esposa-. Por eso nos atrasamos.
Se tropezó y cayó. Creo que ahí perdimos los pasaportes.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">La azafata sonrió como una madre que quiere
convencer a un nene de tomar su jarabe. Respondió que afortunadamente ya
habían pasado migraciones, por ende los pasaportes no eran tan importantes. En
resumen: la cretina sólo quería despegar. Pero los viejos no querían hacerlo, o
al menos no en esas condiciones. “Los pasaportes” repetía el hombre. Siguió
revolviendo entre las bolsas hasta que giró completamente sobre sí mismo y vi
su espalda: había una mancha roja a la altura del omóplato izquierdo. Era la herida ocasionada por el golpe. Pero era, antes
que nada, un refucilo de realidad. De repente los documentos, el avión, la
azafata, ese temor pequeño a salir tarde o a que nos toquetearan los bolsos: todo se
volvió negro y dejó expuesto, en su fluorescencia maligna, un cuerpo vulnerado
y menguante. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">-A ver, tranquilícense, ¿no los habrán
guardado en otra parte? -insistió la azafata con su voz de cuna. La mujer dijo
que no, que los pasaportes sólo podían estar en el Sobre Azul de los Pasaportes. El hombre no dijo ni eso. Se agarraba el poco cabello con las manos, parecía
buscar un último sostén en su propia cabeza. ¿Irían a visitar a los hijos?
¿Sería esa la última luna de miel? ¿Cuántas eran las razones por las que una
pareja de viejos salía a recorrer el mundo? ¿Qué era lo que se estaba muriendo
ahí, delante nuestro, mientras el resto del pasaje tamborilleaba dedos y miraba
los relojes con fastidio?</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Les imagine un pasado. Se habían conocido
en segundas nupcias, con al menos un fracaso a cuestas y una urgencia por no volver a fallar. No habían tenido hijos en común pero habían sabido amar a
los hijos del otro. Habían vivido separados para cuidar el amor, hasta que a
los sesenta años habían comprado un departamento a medias, pero con dos dormitorios.
Para cuidar el amor. Habían conocido juntos los primeros declives del cuerpo: picos
de colesterol, artrosis, algún tema de glucemia; cimbronazos múltiples que iban
dejando su huella en las mesas de luz, cada vez más llenas de cajas. Habían
aprendido a etiquetar los remedios para no meterse en la nariz –como ya había
pasado- el antiácido estomacal. Jamás habían dejado de reírse de esas cosas.
Nunca habían abandonado las bromas cochinas. Y sabían que el amor se sostenía
sobre tres pilares: el humor, el respeto por los espacios personales y la
posibilidad de viajar. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">-Tenemos que bajarnos -dijo la mujer a su
compañero, y se puso de pie. El hombre sudaba y respiraba de un modo sonoro y
la mancha roja se iba desvaneciendo en aureolas acuosas en su espalda. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Recordé ese poema de Elizabeth Bishop: “Pierde algo cada día. Acepta la
angustia/de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano/El arte de
perder se domina fácilmente./ Después entrénate en perder más lejos, en perder
más rápido:/ lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar./Ninguna
de esas pérdidas ocasionará el desastre”. ¿Era, entonces, hora de dejarse ir? Fue
en el medio de esa duda cuando vi, a un metro de mis pies, bajo una almohadilla
blanca olvidada en el piso, una libreta azul. Me estiré hasta alcanzarla, la abrí
y la levanté en señal de victoria. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">-¡Acá están los pasaportes! -grité. Los viejos me miraron. Tomaron los papeles con el gesto de un
notario, le sonrieron a la azafata y se sentaron sin siquiera dar las gracias. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Así que no es por ellos que escribo esta
historia, no. Ellos no se la merecen.</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Esta historia la escribo por mí. </span></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-68042609344312566552016-02-25T14:30:00.002-08:002016-02-25T14:30:36.856-08:00Tracción a sangre *<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh8O7lbBjlmzCP2JKoImrAb5Oj8hmQcBOqpVSy6dndOhutHf68ayeWw2vfjiRoq6S0xyO2C_Y_gvTDMtAcCThh8BVKEtHsmWY50FNR81m6KqJlc9VYJCYeWMshlK84Lq6rnbhPrUgL_vj8/s1600/bici+2.jpg" imageanchor="1" style="font-family: 'Times New Roman'; margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" height="265" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh8O7lbBjlmzCP2JKoImrAb5Oj8hmQcBOqpVSy6dndOhutHf68ayeWw2vfjiRoq6S0xyO2C_Y_gvTDMtAcCThh8BVKEtHsmWY50FNR81m6KqJlc9VYJCYeWMshlK84Lq6rnbhPrUgL_vj8/s400/bici+2.jpg" width="400" /></a></span><br />
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">Cuando mi vecina se fue del barrio me dejó por unos días su bicicleta. Dijo que no tenía fuerzas para ir pedaleando a su casa nueva después de tantas horas de mudanza. No entendí por qué no la metía en el camión con los muebles, pero tampoco me detuve en eso. La guardé en el patio. La bici era pesada, y tenía los frenos duros y telas de araña en los rayos. Igualmente la miré con ganas. Hacía rato que quería volver a pedalear.</span><br />
<div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">Dos semanas después la mandé a arreglar y empecé a usarla. Tres semanas más tarde, suponiendo que mi vecina volvería a llevarse lo suyo —cosa que aún no ocurrió—compré una bici para mí. Así empezó todo. No tengo coche, no sé conducir y quería desplazarme sin pasar por los trámites, las pruebas y el desembolso que supone ser un automovilista. O al menos eso pensé en un comienzo. Lo que no imaginé fue lo otro. Que además de un transporte accesible, la bicicleta es un ejercicio moral. El viento en la cara, la velocidad, la posibilidad de construir una mirada urbana: todo se paga, literalmente, con equilibrio y sudor.<br /><br />El lunes que me dieron la Aurorita —plegable, liviana, fácil: parecida a lo que quisiera pensar de mí misma— la estrené de noche en el Bajo Flores. Cerca de la villa 1-11-14 hay un polo de restaurantes coreanos. Quizás fue la cerveza o el cansancio o, por el contrario, el nervio del pedaleo porque la zona, cerca de la medianoche, no es un buen lugar para el ciclismo recreativo. Lo cierto es que agarré un cordón en ángulo de 30 grados, perdí la estabilidad y terminé en el suelo y sangrando. Desde entonces, hace ya dos meses, tengo en la rodilla una especie de supernova de destellos oscuros. La marca es como un dedo en alto, una admonición tardía que habla del castigo y la prudencia.</span></div>
<div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">La ignoro. Pero sé que algo, ese día, quedó escrito.</span><br />
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZLqwP2yz8o0iOmtN1sS-Qo1MO7gUHnkNS3mdVnxIGRzq3ooZ2akdYAGO5f6XT81t81vxM2i-Tl8knnO5pDFqOJ5ESwno1aXub57vM_Fa4kiZtnJTZcUNHtiu1akAgephL5Siq0aT70uk/s1600/bici+3.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZLqwP2yz8o0iOmtN1sS-Qo1MO7gUHnkNS3mdVnxIGRzq3ooZ2akdYAGO5f6XT81t81vxM2i-Tl8knnO5pDFqOJ5ESwno1aXub57vM_Fa4kiZtnJTZcUNHtiu1akAgephL5Siq0aT70uk/s320/bici+3.jpg" width="320" /></a></div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">Poco después del accidente llegaron las fiestas de fin de año. Para qué entrar en detalles. El 25 de diciembre y el 1 de enero a la mañana agarré la bici y me fui al carajo. No es que haya ido lejos, el carajo en realidad está adentro (lo dice Juan Carlos Kreimer –periodista y pionero de la cultura rock— en su libro Bici Zen: el camino que se traza con la bicicleta es interior). En cualquier caso: toda la basura personal se iba volando a medida que pedaleaba por la avenida Directorio y chocaba manos con los rotos como yo. Padres solos que llevaban a sus hijos en monopatín; parejas de viejos con zapatillas esponjosas caminando en silencio; pibas corriendo con urgencia para bajar la comilona de la cena. Nada nuevo, pero todo distinto si lo ves desde los veinte kilómetros por hora y sin ventanas de por medio. En la bici, tu esfera es la calle. En el mundo del peatón también, pero las ruedas le dan al entorno una fugacidad perfecta: es posible mirar y hacer un dibujo mental de aquello que se ve, y a la vez todo se suelta pronto porque la ciudad siempre sigue. En ese sentido, el pedaleo se parece un poco el periodismo.</span></div>
<div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">La bicicleta, de hecho, es un punto de vista. A unos centímetros del suelo y con el movimiento como principal garante de estabilidad —si no avanzás, te caés— Buenos Aires se ve de otra manera. La arquitectura, los modos de relación entre las personas, las maneras de estar acompañado y de estar solo, las demoliciones, los edificios y los carteles publicitarios que alteran el tejido urbano. Todo eso cambia. Incluso cambia la lluvia. Mil veces vi llover en la ciudad. Pero vi una lluvia nueva cuando pedaleé bajo un diluvio. Sé que estoy exagerando; parezco un pastor evangélico tratando de meter gente bajo el manto sagrado. Pero por ahora, y hasta que me acostumbre, las sensaciones son iniciáticas y extraordinarias.</span></div>
<div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span></div>
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<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">Aquel día de lluvia los árboles brillaban y el asfalto crepitaba como un vinilo. En subida por Directorio —vacía— y con los músculos quemando, entendí que la ciudad es una forma de naturaleza. Esa, supongo, es una de las virtudes de la tracción a sangre: el esfuerzo, alternado con el dejarse llevar de las bajadas o las planicies, produce una mirada específica, vagamente alucinada, y ayuda a apropiarse de un espacio urbano que normalmente es hostil. Alguna vez en la vida hay que atravesar Buenos Aires en bicicleta. Si es cierto que nadie debiera habitar una casa que no pueda limpiar por sí solo —o eso dice Junichiro Tanizaki en El elogio de la sombra—, entonces nadie debiera estar en una ciudad que no pueda recorrer por sí solo.</span></div>
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<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span></div>
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTioyG4nQZZEYS2k8yVaeUf9iDryKdKoxqRSZ0Q4Qj-Bo5qeSTj9lNZ6fSPM0jETfODGpIINHH7sh_H1zMwiB_Ow4R6EF0gbQTELbqW7u8-Te7qrlCrFqlxaFr_sjOYzqJAMudVxOZ-5k/s1600/bici.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="181" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTioyG4nQZZEYS2k8yVaeUf9iDryKdKoxqRSZ0Q4Qj-Bo5qeSTj9lNZ6fSPM0jETfODGpIINHH7sh_H1zMwiB_Ow4R6EF0gbQTELbqW7u8-Te7qrlCrFqlxaFr_sjOYzqJAMudVxOZ-5k/s320/bici.jpg" width="320" /></a></div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><span id="goog_1148508855"></span><span id="goog_1148508856"></span><br /><br />El día de la lluvia llegué a casa, me senté frente a la computadora y escribí un texto breve que después subí a las redes sociales. Minutos después de haber hecho el post, entró un mail. Era de una colega que acababa de leerme, que edita una revista de ciclismo y que quería hacerme una entrevista en calidad de ciclista urbana y amateur. Acepté a sabiendas de que no tenía nada relevante que decir. Mi único aporte novedoso era bastante chabacano. Desde hacía tiempo venía notando que el pedaleo sin manos es una canchereada que sólo hacen los tipos. Puesta a pensar por qué, concluí que el acto estaba asociado a un modo pueril de pensar la virilidad. “A que no sabés con qué otra mano mantengo el equilibrio” parecen decir los varones. No vi una sola mujer haciendo cosa semejante. <br /><br />La observación me pareció acertada y desubicada a la vez, así que la silencié durante la entrevista. Lo más íntimo que conté fue mi primer recuerdo vinculado a la bicicleta. Tendría ocho años, iba pedaleando por una vereda y vi que algunos metros más adelante había una familia entera ocupando el paso. Como no tenía bocina, empecé a gritar “permiso, pi pi pi”; pero nadie escuchó. Y yo, por alguna razón, desestimé la opción de frenar. Tenía que decidir a quién de la familia iba a chocar. Choqué al padre. <br /><br />—La bicicleta conecta con la infancia —dijo la colega que hizo la nota.<br /><br />Respondí que sí: la conexión con la infancia es otra de las razones por las que uno elige pedalear. Pero esa es la explicación racional. La otra, como siempre, está a oscuras. </span><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBHBjO_6Wl8gmxIIx3SW6XOaWzAOnDgWsVH2jM0lbyXH8MTDXYC88H-KhC3v3yK_-y9acYQO8BQrgH1huGzDxfNIPOT2iigmST5HTF4TIP62R76bFNUETVyiLSXip6JA19NLUUZd4DKm8/s1600/bici+4.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBHBjO_6Wl8gmxIIx3SW6XOaWzAOnDgWsVH2jM0lbyXH8MTDXYC88H-KhC3v3yK_-y9acYQO8BQrgH1huGzDxfNIPOT2iigmST5HTF4TIP62R76bFNUETVyiLSXip6JA19NLUUZd4DKm8/s1600/bici+4.jpg" /></a></div>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">Son las tres de la mañana. Cené afuera y volví pedaleando hacia el Oeste, primero por Caballito, después por Flores y finalmente por Floresta. La ciudad era un páramo y me aproveché de eso. Fui en zigzag por Pedro Goyena; hice acrobacia en José Bonifacio —levanté una pierna en palomita, después probé con la otra—; anduve sin manos y me moví con una impunidad que sólo tengo si estoy sola. Cada tanto me cruzaba con algún sereno que fumaba en el zaguán de su edificio y nos medíamos con una quietud cómplice, como si fuéramos intrusos en la misma casa vacía. <br /><br />Pero todo lo demás era sordina, y noche.<br /><br />Llegué a mi puerta con la sensación de estar drogada. Minutos después —ahora—, con los pies ya en el suelo, mando un mensaje de texto a mi vecina. “No la buscaste, te estás perdiendo algo” escribo. También cuento que compré una bici para mí. <br /><br />“¿Le pusiste nombre?” responde ella al día siguiente. Pienso opciones, pero finalmente le digo que no. Porque todo lo que se me ocurre es cursi. Y porque las bicicletas, al fin y al cabo, debieran ser libres de verdad. </span><br />
<br />
<i><br /></i>
<i><br /></i>
<i>* Publicado en la revista digital <a href="http://laagenda.buenosaires.gob.ar/post/139855364005/tracci%C3%B3n-a-sangre">La Agenda.</a></i><br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
</div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-34508762243931267562016-01-10T14:53:00.000-08:002016-01-10T14:53:47.013-08:00Banderas<div style="background-color: white; color: #141823; font-family: helvetica, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19.32px; margin-bottom: 6px;">
-Ma, decime diez banderas que tengan color verde.<br />-Basta Joaquín, me tenés podrida con el tema "banderas", hablemos de otra cosa, de la vida, no sé...<br />-...<br />-...<br />-Bueno, ¿vos a cuántos años pensás que voy a llegar? <span class="text_exposed_show" style="display: inline;"><br />-¿¿De vida??<br />-Sí.<br />-¡Un montón, hijo!<br />-¿Voy a ver el nuevo siglo?<br />-¡Seguro que sí!<br />-Vos en cambio ya tenés cuarenta, o sea que...</span></div>
<div class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: helvetica, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19.32px;">
<div style="margin-bottom: 6px;">
<a class="_58cn" data-ft="{"tn":"*N","type":104}" href="https://www.facebook.com/hashtag/italiacamer%C3%BAnbrasilbanderasconverdeya?source=feed_text&story_id=10206742905625080" style="color: #3b5998; cursor: pointer; text-decoration: none;"><span aria-label="numeral" class="_58cl" style="color: #627aad;">#</span><span class="_58cm">ItaliaCamerúnBrasilBanderasConVerdeYA</span></a></div>
</div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-16764949572722414232016-01-07T20:57:00.001-08:002016-01-07T20:57:41.314-08:00Walter<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: helvetica, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19.32px;">Ayer fui con mi hijo a tomar el colectivo para llevarlo a la colonia de Ferro. En el camino nos encontramos con el chino Walter, el dueño del supermercado de la vuelta. Estaba cerrando -Walter corta a la hora de la siesta- y me preguntó para dónde íbamos; le dije. Se ofreció a acercarnos. Así que nos subimos al auto, un cochazo limpio con dos perritos que movían las cabezas desde la luneta delantera. Hablamos de Taiwán, de su padre, de sus hijas. De lo caro que está el Hospit</span><span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: helvetica, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19.32px;">al Italiano. De los mayoristas que se hacen los vivos y suben los precios -y entonces Walter les deja de comprar. Hablamos de todo, pero en el fondo yo no podía dejar de pensar que estaba en el auto del chino Walter. La sensación era maravillosa. Me recordó a cuando era chica y mi maestra Leonor me invitó a su casa a tomar el té, mientras corregíamos un cuento mío que ella quería mandar a un concurso. En el auto, con los perritos bamboleando las cabezas y Joaquín mudo de la emoción, cruzamos la barrera que nos separa del misterio doméstico que es la vida de los otros. Amo mi barrio por esta clase de cosas. Porque me recuerda que aún vivimos en una comunidad.</span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-55935012917299882472015-11-17T08:21:00.001-08:002015-11-17T08:27:07.652-08:00Mostrar el género*<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj41X7riE0WjmGPFMoCa_6rTs2ABBPFZCB_Jfzog8j1jn5JVIWX7jJzxIni0b_EThYn5p5kLKubvagdv3h8-yISE3Ft60yLEYS8NjIYSbU72-WeYUamJwqYEfE6QlGeSo0SUFMWLwhUoIU/s1600/vidal_0.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="223" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj41X7riE0WjmGPFMoCa_6rTs2ABBPFZCB_Jfzog8j1jn5JVIWX7jJzxIni0b_EThYn5p5kLKubvagdv3h8-yISE3Ft60yLEYS8NjIYSbU72-WeYUamJwqYEfE6QlGeSo0SUFMWLwhUoIU/s320/vidal_0.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
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<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Durante los años 2007 y 2010 escribí un libro que
transcurría en el conurbano bonaerense. Una vez por semana tomaba un colectivo
que me dejaba en Puente La Noria, un territorio infecundo de la periferia, y
esperaba a que Marcelo Rodríguez, mi contacto de aquel entonces, me pasara a
buscar con su moto y me llevara al asentamiento donde hacía el trabajo de campo. Los
viajes, bordeando el Riachuelo —uno de los ríos más contaminados de América del
Sur—, eran inolvidables: el aire fétido se revolvía sobre un agua dura,
matizada cada tanto por flores silvestres que ondeaban contra
la tierra infecta de los márgenes. Pasaba horas en ese mundo, y también en
mundos peores. Después, cuando llegaba a casa, me tiraba en la cama y miraba mi
espacio como si cada objeto fuera en sí mismo un altar. La estufa, las puertas,
el suelo de madera suave, el agua caliente; me reparaba parcialmente en
comunión con lo tangible —con todas las cosas— mientras tomaba un baño,
caminaba descalza o cenaba sin pasar frío.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Una vez terminado el libro, entré en un derrumbe orgánico y personal. Me enfermaba seguido, me costaba escribir, y dormía como si cada noche alguien me descargara un palazo en la nuca.
Necesitaba, en definitiva, un quiebre que reubicara las cosas vistas durante esos años: la precariedad de los hogares,
los bebés gateando en aguas inmundas, la gente que había trabajado una vida
entera y no podía permitirse una casa con cloaca. Mi flojera, en esos tiempos, estaba
muy vinculada a la provincia de Buenos Aires: un espacio que, más allá de su
campo y sus pueblos, tiene su mayor núcleo poblacional en el Conurbano; un
territorio signado por el clientelismo político, los intendentes enquistados en
un poder de décadas y las calles reventadas en cráteres negros. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Es difícil pasar por ahí y no pensar en Rutger Hauer, el replicante
de <i>Blade Runner</i> que antes de morir
menciona, uno tras otro, los grandes momentos de la historia planetaria (“He
visto cosas que los humanos ni se imaginan…” dice, y remite a la violencia y la
belleza que entran en una única imagen). Y es difícil, hoy, pensar ese
universo sin que aparezca la cara fresca de María Eugenia Vidal: la futura
gobernadora de Buenos Aires a partir del mes de diciembre; una figura de la
coalición <i>Cambiemos </i>—opositora al
gobierno— que dio la gran sorpresa en las elecciones del 25 de octubre al
vencer a un movimiento histórico, el peronismo, en la provincia más compleja
del país. Pálida, prístina, hasta hace poco ignota —Vidal entró a la esfera
pública como vicejefa de Gobierno Ciudad de Buenos Aires, cargo que actualmente
ocupa— Vidal se tragó de un bocado a los barones del Conurbano, y lo hizo con un mensaje casi virginal. “A la provincia le falta amor de madre
—decía uno de sus spots de campaña—. Eso significa que la provincia te tiene
que cuidar como lo hace una madre. Con amor de verdad. Tiene que protegernos.
Curarnos cuando nos enfermamos. Ayudarnos cuando tenemos un problema. Tiene que
educarnos. Tiene que escucharnos a todos. Y no tener preferencias por ninguno.
El amor de madre es incondicional. Eso es lo que necesita la provincia”. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
No queda claro si Vidal ganó con esta clase de argumentos. Es
de suponer que parte de su conquista radicó en la calidad de su oponente —Aníbal
Fernández, candidato a la gobernación y uno de los mayores alfiles del gobierno
de Cristina Kirchner, está acusado de facilitar el tráfico de efedrina en la
provincia—, pero luego hay un factor personal que apostó, entre otras cosas, a
cubrir todo aquello que se ve en el Conurbano —hambre, temor, intemperie— con
la frazada de lo “maternal”. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Ese ardid resulta, sin embargo, incómodo. ¿Es lo “maternal” un
recurso válido en la esfera pública? La pregunta ronda en estos días y me
devuelve, como única respuesta, el sinfín de imágenes de la provincia: una
cinta de Moebius a la que se sobrevive —y en la que se interviene— con valores
que no tienen que ver con la condición femenina sino con la
resistencia física y psíquica a la miseria y sus infinitas circunstancias.
“Elegir a una mujer joven, madre, profesional, con la sensibilidad y la pasión
que demostró María Eugenia, es parte de esta idea de cambio que queremos” dijo
Mauricio Macri cuando lanzó la candidatura de Vidal. Pero sin saberlo —porque
la cultura no se sabe: sucede— enlazó el “cambio” con una cualidad dolorosa y
antigua: la de ganar una candidatura mostrando el género. Un recurso tristemente
parecido al de mostrar las piernas para conseguir un puesto de trabajo. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
* Publicado en la Revista YA del diario chileno El Mercurio.</div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-41520586848101914432015-06-03T11:52:00.003-07:002016-10-19T12:31:32.095-07:00Ni una mano*<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;">La primera vez que un hombre me tocó yo
era muy chica. Le llegaba a mi mamá a la altura de la cintura. Estábamos
juntas, de la mano, en un colectivo que iba lleno, y entre los apretujones
sentí un movimiento preciso, algo independiente de las leyes del viaje, que
avanzaba contra mí. Era un dedo. Pronto se metió bajo mi bombacha. Si cierro
los ojos todavía siento la temperatura tibia de ese cuerpo extraño sobre mi
piel fría.</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">No entendí qué era eso, pero hice
silencio. El silencio era lo único de lo que yo me creía capaz. Aguanté todo el
viaje hasta que mi mamá me tironeó del brazo para que bajáramos. El dedo se
agarró hasta último momento del borde de mi ropa interior. Hasta que la tela se
zafó y me pude ir. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Yo no zafé.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Aquel fue el comienzo de unos años,
también en ese sentido, largos. Me hostigaron en el colectivo durante toda la
infancia y la adolescencia. Recuerdo esa presencia inmunda a mis espaldas y
también recuerdo la garganta dura por la angustia que me daba sentirme incapaz
de hablar. Así fue pasando el tiempo. En el medio de esa serie de abusos
rutinarios hubo también otros episodios, si no mayores, al menos distintos. Sobre
todo recuerdo cuatro.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Una vez me dormí en un asiento con el
bolso de deportes sobre la falda, y cuando desperté tenía una mano escondida
bajo el bolso y cerca de mi entrepierna. Miré al hombre que me tocaba – estaba
sentado a mi lado- con estupor y confusión, y en el acto el abusador se puso de
pie y bajó del colectivo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">En otra oportunidad un hombre me chistó
en la calle, esperó a que girara y se abrió el gabán para mostrarme su pito flojo y oscuro. Durante años me seguí cruzando a ese sujeto en el barrio;
cuando lo hacía bajaba la vista. Quiero decir: yo la bajaba, él no.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">El tercer episodio fue de madrugada. Esperaba
el colectivo para ir a la escuela, cuando un tipo se abalanzó sobre mí para
tocarme. Lo empujé y corrí hasta mi casa. Esa mañana tenía examen de Biología,
pero ya no tenía fuerzas para ir a clases. Días después se lo expliqué a mi
profesora y no recuerdo si entendió –supongo que sí- pero sí recuerdo que me
largué a llorar frente a ella.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Y finalmente estuvo el cuarto caso. Ese
fue el definitivo. Durante unas vacaciones en el sur, en la casa de mis tíos, un
amigo de la familia -que venía casi todos los días a comer y era simpático y
tenía una esposa rubia y dos hijas rubias- me encerró en un cuarto y me dijo
–todavía lo puedo citar- “no te hagás la boludita, ¿o no sabés que yo te
miro?”. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Yo tenía doce años. Y sentí miedo de
verdad.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">A lo largo de esas vacaciones, “El
Pelado” –así lo llamaban- me aterrorizó con gestos, miradas correosas y frases
en doble sentido que me daban a entender todo lo que me haría cuando
estuviéramos solos. Pero esa vez fue distinta a las otras. Porque esa vez,
hacia el final del verano, hablé. Les conté todo a mis tíos, y en segundos vi
cómo ese monstruo indestructible devenía en un pobre hijo de puta incapaz de mirarse al espejo. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Desde entonces sé que romper un silencio
malhabido es lo único capaz de hacernos libres. Tenemos que hablar. Tenemos que
empezar a contar estas historias, que no me han pasado a mí sino –lo sé por mis
amigas- nos han pasado a todas. Lo digo acá y lo dije hace unos días en Buenos
Aires, en una maratón de lectura armada por la organización Ni Una Menos, que
hizo un evento literario en reclamo por la cantidad creciente de femicidios que
hay en mi país. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">En Argentina, cada diez días muere una
chica asesinada de modos cruentos. Y eso se debe a un Estado que no protege lo
suficiente, pero también a una sociedad que ante una muerte se llena de
preguntas infames -¿cómo iba vestida? ¿tomaba alcohol? ¿había ido a bailar de
madrugada?- y que a lo largo de las décadas ha naturalizado el abuso cotidiano.
<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">No es normal –aunque parece ser
habitual- pensar así. No es normal que nuestros hijos crean –como creí yo, como
creímos tantas- que el cuerpo no les pertenece. Hay que enseñarles a hablar,
pues la denuncia es un segundo lenguaje indispensable. Pero para poder enseñarles,
primero debemos aprender a hablar nosotras. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">De eso trata este texto. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="font-family: "times new roman" , serif; line-height: 115%;"><span style="font-size: x-small;">* Publicado en la Revista Ya del diario chileno El Mercurio.</span></span></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-44920215529743396342015-06-02T05:35:00.000-07:002015-06-02T05:42:38.485-07:00Una mujer santa*<div style="margin: 6pt 0cm; text-align: center;">
<i><span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt;">Se llama María Livia Galeano de Obeid y tiene miles de fieles por
toda la Argentina. Dice que se le apareció </span><st1:personname productid="la Virgen" style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt;" w:st="on">la Virgen</st1:personname><span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt;">, y desde entonces cada fin de semana
recibe a una comunidad de creyentes en la cima de un cerro, les impone las manos
y los sana. Luego les responde sus dudas. María Livia es tratada como una
santa. Asegura que casi no come, pero igual engorda.</span></i></div>
<div style="margin: 6pt 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin: 6pt 0cm;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiuDH2m3u4KEXzVo__Sdcw1hqviWPF5FmPAjcFR3qQTRasaWfLT3xcLtNXWDbT8PaCFmXKYVUcAK2pJhS0RUe8kXTcEOxD4yvzkYWpkUrab3n8BQ1vWx3s32rVx-oOWzAQN6CE76GSeI4U/s1600/virgen_mar_a_livia_1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiuDH2m3u4KEXzVo__Sdcw1hqviWPF5FmPAjcFR3qQTRasaWfLT3xcLtNXWDbT8PaCFmXKYVUcAK2pJhS0RUe8kXTcEOxD4yvzkYWpkUrab3n8BQ1vWx3s32rVx-oOWzAQN6CE76GSeI4U/s320/virgen_mar_a_livia_1.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Hay dos versiones de la historia. La
más larga es la primera y dice así.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
María Livia Galeano de Obeid era,
hasta 1990, una mujer amante de las pelucas y el champán. Tenía tres hijos, un
marido comerciante, una economía fértil, una vida leve y una casa de dos
plantas en Tres Cerritos, el barrio más exclusivo de Salta, la provincia más
próspera del noroeste argentino. Los días de María Livia consistían en atender
a su familia, acudir a los convites de la clase acomodada y orar. En esos rezos
estaba una mañana, cuando una fuerza traslúcida —según ella cuenta— se le desplomó
en los hombros y la tumbó de rodillas. María Livia alzó la cabeza y vio un
resplandor ciego del que brotaba, con un ademán casi estelar, una mujer joven y
hermosa. La aparición tenía los brazos flojos a los costados del cuerpo, y de
las palmas de sus manos salían rayos de una luz alabastrina. Sus pies estaban
descalzos; se apoyaban sobre una nube.<o:p></o:p></div>
<div style="margin: 6pt 0cm;">
<span class="ptexto101"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt;">—Soy <st1:personname productid="la Virgen Mar■a" w:st="on">la Virgen María</st1:personname> —escuchó
María Livia, o al menos eso asegura en su página web, </span></span><span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt;">www.inmaculadamadre-salta.org<span style="font-weight: normal; mso-bidi-font-style: italic; mso-bidi-font-weight: bold;"><b>—</b>.
¿Aceptas compartir tu hogar conmigo? <b><o:p></o:p></b></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<em><span style="font-style: normal; mso-bidi-font-style: italic; mso-bidi-font-weight: bold;">Madre, acepto —contestó
María Livia—. A partir de hoy mi hogar te pertenece.<o:p></o:p></span></em></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Hija, <span style="font-weight: normal; mso-bidi-font-style: italic; mso-bidi-font-weight: bold;">deseo
que me entregues a tus hijos —dijo <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la
Virgen</st1:personname> cuando reapareció días más tarde.</span><o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<em><span style="font-style: normal; mso-bidi-font-style: italic; mso-bidi-font-weight: bold;">Madre, te entrego a mis
hijos, desde hoy te pertenecen.</span></em><span class="ptexto101"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; mso-ansi-font-size: 12.0pt; mso-bidi-font-size: 12.0pt;">
</span></span><o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<em><span style="font-style: normal; mso-bidi-font-style: italic; mso-bidi-font-weight: bold;">Hija, lo que más deseo es
estar entre tú y tu esposo —pidió <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la
Virgen</st1:personname> meses después. <o:p></o:p></span></em></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<em><span style="font-style: normal; mso-bidi-font-style: italic; mso-bidi-font-weight: bold;">A partir de hoy, Madre, tú
estarás siempre en el medio de los dos.<o:p></o:p></span></em></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<em><span style="font-style: normal;">—Hija, es importante que se
construya un santuario en lo alto </span></em>de un
cerro y que ese espacio se convierta en un centro de evangelización —exigió <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> luego de unos años—.
Allí habrá de levantarse<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">
una casa para sacerdotes ancianos, un seminario y una casa para monjes. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">María
Livia </span></span>Galeano de Obeid<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;"> dijo que sí a todo, y aquí termina la primera versión de la
historia.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">La
segunda versión es más breve: dice que todo lo anterior es una astucia
inmobiliaria (desde que apareció <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la
Virgen</st1:personname>, el metro de tierra en Tres Cerritos triplicó su
valor), o —en el mejor de los casos— el fruto de una psicosis galopante. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">De
cualquier forma, ambos puntos de vista convergen en un dato que es real: a
diecisiete años de la supuesta aparición de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>, María Livia tiene
una organización llamada </span></span>Yo soy <st1:personname productid="la Inmaculada Madre" w:st="on">la Inmaculada Madre</st1:personname>
del Divino Corazón Eucarístico de Jesús<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">, tiene doscientos cincuenta voluntarios a su cargo y tiene un
cerro. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">Allí
arriba, todos los sábados y desde el año 2001, sucede un llamativo fenómeno de
religiosidad laica: unas quince mil personas provenientes de todos los rincones
de Argentina peregrinan semanalmente con el único fin de ver a María Livia y
ser tocadas por su mano. Muchos se desmayan con el roce de sus dedos. Muchos
dicen que se curan con el roce de sus dedos.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-align: center;">
*
* *<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La ciudad de Salta está ubicada en
un valle y todos los cerros que la rodean tienen dueño. También lo tenía el
ahora llamado <i>Cerro de las Apariciones</i>
—pertenecía a una familia de apellido Garat— hasta que María Livia Galeano de
Obeid<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;"> </span></span>habló
con los propietarios y les explicó que <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> había hecho un pedido. Los Garat donaron
el cerro a la Organización y ahí, en mayo del 2001, se empezó a levantar el
santuario. Se hizo una ermita (una capilla de unos treinta metros cuadrados,
donde se entronó una imagen de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la
Virgen</st1:personname>), se construyó un anfiteatro con asientos de piedra y
madera para varios miles de personas, y se abrió una senda de acceso vehicular
hasta la cima, pensada para los fieles que no pueden caminar y deben ascender
en coche. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En <st1:personname productid="La Organizacin" w:st="on">la Organización</st1:personname> dicen
que la mano de obra fueron los mismos «servidores»: voluntarios que al
principio no llegaban a la decena y que, con el correr de los años, terminaron
formando un pequeño ejército de fieles. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Vio las ruinas de Machu Picchu? —pregunta
un taxista apenas llego a Salta—. ¡Acá es lo mismo! ¡Parecían incas los <i>culiáu</i>! No sé si fueron los servidores o
quiénes fueron, pero estos caminos no los hace cualquiera. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El taxista se llama Antonio Vives y
cree en Dios. En Dios y en María Livia.
A los cinco minutos de haber iniciado el viaje, desgranará el discurso
que —luego quedará claro— sostienen todos los salteños que alguna vez subieron
al Cerro: Antonio Vives dice que la paz espiritual se multiplica en la cima;
que a veces son incontenibles las ganas de llorar; que el lugar huele a rosas
aunque no haya rosas en la zona (un detalle que se atribuye a la presencia de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>); y que la mano de
María Livia es la versión exponencial de un relajante muscular: te toca y te
desmaya.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Por suerte, si usted cae siempre
hay una persona atrás para atajarlo… No vaya a ser que ocurra la desgracia de romperse
uno en el Cerro. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Los que están atrás, recibiendo los
cuerpos recién desvanecidos, son los servidores: doscientas cincuenta personas
(adultos, adolescentes, niños) que trabajan en forma gratuita para <st1:personname productid="La Organizacin" w:st="on">la Organización</st1:personname>, y que
se encargan de mantener el santuario y ordenar a los peregrinos que se acercan
los sábados. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Todos los servidores afirman haber
tenido alguna experiencia sobrenatural con María Livia o, en el caso de los
niños y adolescentes, son hijos de alguien que dice que la tuvo. Ninguno, sin
embargo, está autorizado a dar testimonio, y esa prohibición es respetada con
una intransigencia que sólo puede atribuirse a los fenómenos de fe. Siempre se
les garantizó un <i>off the record</i>, que
es el término que los periodistas usamos para respetar el anonimato de las
fuentes, pero nunca quisieron hablar. Incluso Vicky Gallo, la servidora
encargada del área de prensa, explica que María Livia tampoco da notas. Sólo le
habla al mundo una vez al mes, durante una conferencia en la que cuenta cómo y
cuándo vio a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>,
y responde algunas preguntas de los fieles. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Además de esta actividad —cuatro
peregrinaciones y una charla mensual— la vida de María Livia Galeano de Obeid<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;"> </span></span>transcurre en
Tres Cerritos, un caserío de aires muy limpios que se abre como un prolijo
juego de cartas a los pies del Cerro de las Apariciones. Allí, María Livia pasa
sus días junto a Carlos <i>Pupa</i> Obeid,
su marido, un hombre que supo dirigir el Club de Gimnasia y Tiro de Salta y que
ahora tiene una concesionaria de Citröen.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La casa de María Livia tiene dos
plantas, un jardín delantero y un garaje por el que despuntan dos coches
modernos. La construcción está rodeada por una reja verde, y a través de los
barrotes puede verse una puerta entreabierta por la que asoma un santo de yeso
en tamaño natural. En la reja hay un timbre. Nadie responde el llamado, pero
alguien aprieta un botón y abre desde adentro. Segundos después, por la entrada
principal aparece una mujer de piel pálida, pelo negro y recogido, blusa
blanca, y falda gris bajando hasta las pantorrillas. Podría ser María Livia, o podría
ser la empleada doméstica de María Livia. En cualquier caso, la mujer ve que
hay dos extraños afuera y se sobresalta, aunque hace esfuerzos por seguir
sonriendo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Abrí porque pensé que era mi
hermana —dice. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Su voz es débil. Está parada con los
pies muy juntos y se toma las manos a la altura del vientre. Por detrás, por la
misma puerta por la que asoman María Livia y el santo, aparece un hombre de
pasos graves. Carlos <i>Pupa</i> Obeid tiene
el ceño fruncido y la mirada cuerva. En su oreja derecha hay un auricular
macizo, una especie de caparazón que le abraza buena parte del pabellón
auditivo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Soy periodista. Quería ver si...<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Sí —interrumpe María Livia
sonriente, sedada—. Ya se nota que usted es periodista.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Usted ya habló con la mujer de prensa
—se molesta su esposo—, ella le dijo que tenía que ir directamente al cerro. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Es que pensé que lo mejor era
hablar con ustedes —digo—. Me dijeron que usted, <i>Pupa</i>, es uno de los organizadores y...<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Ah —suspira María Livia y sigue
sonriendo—. Sabe todo sobre nosotros.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Usted tiene que ir al cerro —insiste
él. Sus ojos parecen aviones esperando el momento para tirar la bomba. Ninguno
de los dos se mueve; se hace un silencio. María Livia, como siempre, sonríe. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-align: center;">
*
* *<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Sólo una empresa —el periódico
salteño <span style="font-variant: small-caps;">Cuarto Poder</span>— y una
institución —la Iglesia Católica— muestran públicamente su desconfianza hacia
María Livia Galeano de Obeid. Héctor Jorge Alí, periodista de <span style="font-variant: small-caps;">Cuarto Poder</span>, asegura que Carlos <i>Pupa</i> Obeid se tomó demasiado en serio su
función de “organizador”: inscribió el nombre de <st1:personname productid="La Organizacin" w:st="on">la Organización</st1:personname> en el
Registro de <st1:personname productid="la Propiedad Intelectual" w:st="on"><st1:personname productid="la Propiedad" w:st="on">la Propiedad</st1:personname> Intelectual</st1:personname>
(por temor a plagios) y, gracias a un supuesto «mandato» de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>, fue nombrado
administrador de los bienes terrenales de las Hermanas Carmelitas: un puñado de
monjas de clausura que creen en María Livia y que se alojan en un convento
ubicado en la manzana de mayor valor inmobiliario de la ciudad de Salta. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La segunda denuncia sostenida por
Alí vincula a María Livia y a Carlos <i>Pupa</i>
Obeid con Marcelo Emilio Cantarero, un senador salteño que vive en Tres
Cerritos y que ganó fama a nivel nacional cuando fue procesado judicialmente
por haber recibido, en el año 2000, una coima escandalosa para aprobar una
reforma de la ley laboral. En ese entonces, se supo que Cantarero fue a la casa
de María Livia para pedirle intercesión divina. Tan mal no le fue: el hombre
sigue procesado, pero espera el juicio en libertad. Es por eso que en Salta se
empezó a decir que el ex senador tiene un Dios aparte o, más exactamente, una
Virgen propia. En Tres Cerritos, algunos vecinos la llaman «<st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> de Cantarero»: un
apodo que, lejos de ser una ironía, refiere a un hecho estrictamente fáctico. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Con los ahorros que Cantarero juntó
durante su gestión en el senado, compró un valle. En el lote —que puede verse
desde la cima del Cerro de las Apariciones— se empezó a levantar la
urbanización Valle Escondido, un espacio privado de setenta hectáreas pensado
para alojar las casas más caras de toda la provincia. Desde que se construyó el
Santuario —en un tiempo récord de siete meses— el valor del terreno de
Cantarero se triplicó. Como si fuera poco, y según denuncia <span style="font-variant: small-caps;">Cuarto Poder</span>, uno de los agentes
inmobiliarios que comercializa los lotes es primo de María Livia. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Estos datos terrenales no escandalizan
a <st1:personname productid="la Iglesia Catlica" w:st="on">la Iglesia Católica</st1:personname>:
el problema para <st1:personname productid="la Curia" w:st="on">la Curia</st1:personname>
es de raíz puramente teológica. En una carta fechada el 30 de junio del 2006,
el arzobispado de Salta le prohibió a María Livia difundir por escrito los
mensajes que supuestamente le dio y le da <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>, bajo tres argumentos: «el protagonismo de
la vidente es manifiesto», «no hay pruebas ni testimonios objetivos [de las
apariciones]» y son «revelaciones sin contenido». Además, <span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">fueron reclamados los resultados de un examen psicológico que se
le había sido exigido a María Livia, y </span></span>se prohibió la <span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">llamada «oración de
intercesión» —esa instancia en la que María Livia posa su mano sobre el hombro
de los fieles— aduciendo que «ningún
laico está facultado para imponer las manos».<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="e072"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">En
respuesta a todo esto, los Servidores de <st1:personname productid="La Organizacin" w:st="on">la Organización</st1:personname> enviaron
al Arzobispado una carpeta donde niegan que se oculten los datos del examen
psicológico, donde piden que la iglesia sea más comprensiva con el fenómeno, y
donde adjuntan </span></span>doscientos testimonios
de sanaciones físicas y espirituales. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Porque hay gente, dicen, que se ha
curado con María Livia.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una de las personas que lo afirma es
Vicky Gallo, la encargada de prensa y la única servidora que accede a contar su
historia. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Gallo es contadora, vive en Tres
Cerritos y tiene una hija, Candelaria, que nació con problemas severos en la
vejiga. A los ocho años, Candelaria pasaba sus días tirada en un sillón y
aguantando las ganas de ir al baño.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Cuando iba a hacer pis se retorcía
del dolor —recuerda Gallo—. Yo la acompañaba en el baño, y durante años tuve
las manos marcadas por las uñas de mi hija. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Vicky Gallo no creía en Dios. No
creía, dice, en nada. Lo único cierto en su vida era que tenía una hija enferma
y que estaba desesperada. Hasta que en el año 2001 se enteró de la existencia
de María Livia —era vecina del barrio— y subió al Cerro. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Cuando María Livia la tocó, mi hija
dice que sintió un calor en el vientre —recuerda—. Luego terminó la oración,
bajamos a casa y Candelaria, por primera vez en años, pudo hacer pis sin dolor.
Desde entonces está curada. Es deportista. Es, también, servidora. Yo les debo
a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> y
a María Livia la salud de mi hija.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Vicky Gallo habla de pie, en la cima
del cerro, bajo una carpa azul que está a doscientos metros del Santuario y que
los organizadores dieron en llamar «zona de emergencias». Aquí se trae a los
niños que se aburren y entran en ataque de llanto, y aquí también viene la
gente que necesita comer algo. Fuera de la «zona de emergencias» está prohibido
levantar la voz y probar bocado, y es por eso que los sábados el Santuario
ofrece un paisaje sobrecogedor: miles de personas circulan, se acomodan y
esperan hundidas en un silencio fiero y abismal. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Ahora es sábado, ocho de la mañana,
y el filo del frío lo lastima todo. Los peregrinos van llegando en un estado de
concentración profunda. Los que no pueden caminar alcanzan a la cima en
camionetas todo terreno, unos vehículos de última generación que son cedidos
por los mismos servidores de <st1:personname productid="la Organizacin. Y" w:st="on">la Organización. Y</st1:personname> los que pueden ir a pie arriban
al Santuario luego de atravesar, durante veinte minutos, un bosque de raíces anabólicas
y árboles crujientes. Cada tanto, en el trayecto de ascenso se hace un claro y
la vista es grandiosa: según dónde se mire, puede verse toda la ciudad de Salta
—un puñado de ladrillos blancos, y arriba una suave pelusa de polvo—, o puede
verse el tremendo valle que compró Cantarero. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una vez en la cima del Cerro, el
despliegue del Santuario se sobrepone al paisaje. Hay centenares de bancos y
gradas dispuestos en forma de anfiteatro y cubiertos por una media sombra que
ayuda a detener el sol cuando el verano vuelve todo insoportable. A un costado
está la ermita y allí adentro, alumbrada por el velo de una luz sedosa, se ve
la imagen de <st1:personname productid="la Virgen. Hay" w:st="on">la Virgen.
Hay</st1:personname> también claveles blancos y rosas. Y hay, a los pies de la
figura, algunas fotos de hombres, mujeres y niños, algunos muy enfermos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
A diferencia de otros santos laicos
que hay en <st1:personname productid="la Argentina" w:st="on">la Argentina</st1:personname>
(como el Gauchito Gil, San <st1:personname productid="La Muerte" w:st="on">La
Muerte</st1:personname> o la cantante bailantera Gilda, muerta en un
accidente) el público de María Livia es plural: hay gente muy pobre y gente muy
rica, y la brecha social sólo puede intuirse averiguando la forma en que
llegaron hasta el Santuario. Los pobres de la provincia arriban a pie o como
pueden; la clase media se acerca en ómnibus y se aloja en hospedajes modestos;
y los de mayor poder adquisitivo llegan en avión y se registran en hoteles de
tarifa internacional. Una vez en el Santuario, sin embargo, el orden de
prioridades no lo marca el dinero. Las sillas más cómodas y próximas al centro
del anfiteatro son ocupadas por los enfermos, las embarazadas y las madres con
niños pequeños. Pero el resto toma asiento donde puede, o hace fila para entrar
a la ermita y mirar a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>
a los ojos. Nadie, en ningún momento, habla: durante cuatro horas —hasta que a
mediodía llegue María Livia— habrá una multitud entera sometiéndose al
silencio, a la violencia del frío y a la insufrible elasticidad de los tiempos
muertos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Los murmullos sólo empiezan a las
doce, cuando ella llega. Viste blusa blanca y pollera gris, y sin abrir la boca
se arrodilla de cara al suelo. Durante una hora, varios miles de personas, en
la cima de un cerro y bajo un cielo que de a poco empieza a limpiarse, rezarán
el rosario con el compás ronroneante con que se repite un mantra. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Luego de los rezos, por un
altoparlante llega una aclaración: hoy, 18 de agosto, es un sábado especial;
hasta fines de septiembre María Livia estará ausente «por pedido de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>».<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Y eso qué quiere decir? —susurra
una mujer mayor con dos pares de anteojos: uno puesto y otro colgando.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Yo creo que quiere decir que María
Livia se toma vacaciones —contesta otra, casi en secreto. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Cierto —sigue la primera—. A mí me
dijeron que se va a Roma. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Pero no es más fácil que los de
Roma vengan a conocerla acá?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Qué?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Que por qué no vienen los de Roma. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Vos porque no conocés Roma, no
sabés lo lindo que es. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Josefa Peleteiro, de ochenta y tres
años, y Teresita Núñez, de setenta y siete, se hicieron amigas en el viaje en autobús
que las trajo desde la provincia de Córdoba —al centro de la Argentina— hasta
Salta. En la cima del Cerro está prohibido dar testimonio —no se puede, en
realidad, hablar— pero algunas horas después, cuando estén haciendo tiempo
hasta que el autobús las lleve de regreso, contarán que vinieron por motivos de
fe y de salud. Teresita Núñez tiene un hijo de cincuenta años con parálisis
cerebral y en medio siglo no hubo médico capaz de darle respuestas. Josefa
Peleteiro, en cambio, viene porque siempre creyó en este tipo de historias.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Yo tenía una tía que era curandera
y curaba el empacho —dirá Josefa Peleteiro, apoyada sobre la trompa del micro.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Pero esto no es curanderismo —corregirá
Teresita Núñez con la boca fruncida. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Bueno, pero esta mujer tiene un
poder —se impacientará Josefa Peleteiro—. La toca a usted y pierde el
conocimiento, no sé por qué. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Eso es verdad —coincidirá Teresita
Núñez—. Yo la vi arrimarse nomás y ya empecé a balancearme. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Pero no te caíste...<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Bueno, Josefa, ¡pero perdí el
equilibrio! <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Durante <st1:personname productid="la Oracin" w:st="on">la Oración</st1:personname> de Intercesión —en
la que María Livia apoya sus manos sobre los fieles— están los que caen al
suelo y los que no, y es esta oportunidad aleatoria la que transforma a la
oración en una instancia casi espectacular. La imposición, lejos de cualquier
prejuicio, es discreta: durante horas, María Livia toca y tira gente con la
levedad con que alguien sopla, una por una, las velas de una torta. Detrás de
cada peregrino un servidor aguarda abierto de brazos. Algunos se desploman,
otros se tambalean, otros nada. A los que caen, los servidores los atajan y los
apoyan suavemente sobre el suelo: la idea es que la gente se despierte y se
levante sola. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Pero hay uno que no se levanta. Es
alto, moreno y hace quince minutos que está en el piso. Pronto empezarán los
murmullos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Ése se quedó ahí —susurra Josefa
Peleteiro. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Dios no te oiga —dice Teresita
Núñez— ¿querés un caramelo? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—El coordinador ya dijo que no se
podía comer.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Pero éstos están bendecidos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
A las cuatro de la tarde, empujadas
por el hambre, algunas personas empiezan a comer a escondidas y otras
directamente descienden del cerro. En la base hay una playa de estacionamiento
donde se amontonan una infinidad de coches y unos cincuenta ómnibus de larga
distancia. A un costado de la playa, sentado sobre el pasto, hay un hombre
comiendo desesperadamente un sándwich. Es joven, es rubio, tiene el aire biempensante
de un estudiante de cine, y se niega a dar su nombre: pide llamarse <i>Pedro</i>. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La verdad —mastica Pedro— yo con
este viaje me re ensarté.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Pedro es de Ciudad de Buenos Aires.
Algunos días atrás, su hermana le dijo que tenía una ganga: aprovechando un fin
de semana largo, podían viajar a Salta cuatro días por ochenta y cinco dólares
cada uno, todo incluido. Pedro se entusiasmó. Pero, una vez arriba del autobús,
vio que los planes del viaje no se ajustaban a sus propios planes.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Yo soy bastante creyente, pero mi
idea no era venir a rezar —explica y sigue comiendo—. Vine a conocer Salta y
encima no conocí nada. Veinte horas el viaje de ida, veinte el de vuelta y
María Livia me tocó. ¿Y qué más? No me pasó nada. Me emocioné, pero no sentí
que me bajara un rayo. Todo esto es muy cansador, no paro de rezar desde que
llegué. Yo respeto mucho todo esto, pero estoy esperando que esta pesadilla
termine.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Pedro no quiere dar su nombre porque
dice que el error es suyo, y que los creyentes merecen su respeto. Mientras lo
dice, señala con la vista a un hombre corpulento y moreno que a cincuenta
metros de distancia se acomoda trabajosamente sobre una silla plegable. Rubén
González tiene cuarenta años, viene de Tucumán, una provincia limítrofe con
Salta, y hace un rato tuvo en vilo a todo el Santuario: González es el hombre
que parecía muerto. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Sentí la mano de la señora y me
desmayé —explica ahora—. Después me desperté pero no podía levantarme.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Por qué?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Porque hace dos meses yo estaba
cuadripléjico y todavía me cuesta levantarme del piso. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La primera vez que González vino al
Cerro fue un mes atrás. Lo trajo Ana Vidal, su kinesióloga, una mujer de ojos ruidosamente
verdes que ahora come mandarinas y lo mira con orgullo. Ana Vidal trabaja en
una clínica de rehabilitación en Tucumán y dice que siempre fue una persona
escéptica. El cambio sucedió un mes atrás, cuando una colega le habló de los
poderes de María Livia, una vidente más efectiva que la ciencia. Vidal viajó al
Cerro con tres pacientes afectados por distintos tipos de parálisis —entre
ellos, González— y vio que la peregrinación no hizo milagros, pero sí tuvo
efectos: sus pacientes recuperaron las ganas de vivir y rehabilitarse, y por
ese motivo Vidal volvió a viajar tres veces más. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Ahora la rodean cuatro pacientes en
sillas de ruedas. Dos de ellos sólo pueden pestañear.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Rubén ahora camina y yo estoy
convencida de que ésa es la fuerza de <st1:personname productid="la Virgen. Yo" w:st="on">la Virgen. Yo</st1:personname> soy atea total, pero acá en el Cerro
pasan cosas raras. Cuando llegué a la cima se despejó el cielo y empezaron a
bajar del sol unos medallones dorados y yo decía «esto lo manda <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>», y eso que yo soy
re racionalista, ¿entendés? Y cuando me da la bendición la señora, es tan...
relajante. Yo caigo. A mí me encanta hacer gimnasia y relajar y estirar los
músculos. Y esto es como un relax espiritual. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Por qué pensás que María
Livia genera todo esto?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Porque es una de las pocas personas
videntes del mundo —dice la kinesióloga—. Ve cosas que nosotros no vemos, es
una privilegiada. A ella <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la
Virgen</st1:personname> le preguntó: «¿Vos querés transmitir mis mensajes?». Y
ella quiso. Pero <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>
es la que decide todo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Ana Vidal mira al cielo y hace una
mueca de satisfacción, como si supiera que acaba de complacer a alguien, o a
algo, allá arriba. Luego sonríe: tiene los dientes muy blancos, un paredón de
calcio que refleja el sol con magistral optimismo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Ustedes, por ejemplo, están
haciendo esta nota porque <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la
Virgen</st1:personname> quiere —agrega—. Acuérdense de eso.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-align: center;">
*
* *<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En todo el mundo, y a lo largo de la
era cristiana, <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>
apareció alrededor de treinta veces (o, al menos, ésas son las apariciones
marianas aceptadas por <st1:personname productid="la Iglesia Catlica" w:st="on">la
Iglesia Católica</st1:personname>). ¿Por qué la gente entonces cree en María
Livia Galeano de Obeid? ¿Por qué creen que <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> bajó a su casa de dos plantas y la eligió
entre los seis mil millones de personas que habitan el planeta? Para el teólogo
y ex sacerdote argentino Rubén Dri, los símbolos religiosos —no importa su
índole— encuentran especial aceptación en los países subdesarrollados. E<span class="nte3">l gran descreimiento en la política, en la posibilidad de
transformar la realidad con proyectos, es lo que lleva a potenciar los
fenómenos de fe<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="nte3">—La idea es: si no puedo solucionarlo
yo, tengo que confiar en alguien que me lo solucione o que me ayude —explica
Rubén Dri—. Algunos dicen que estas devociones son anestesiantes, pero no es
así. Los fieles las usan para juntar fuerzas, y salir al mundo cuando tengan
más confianza en sí mismos. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="nte3">Pablo Wright, profesor de Antropología
Simbólica de <st1:personname productid="la Universidad" w:st="on">la
Universidad</st1:personname> de Buenos Aires, agrega otro factor que no tiene
que ver con el hambre nacional. Wright cree que María Livia tiene éxito porque
hoy la gente necesita relacionarse con símbolos que no estén alejados de ellos.
María Livia, sin ir más lejos, expresa su credo en internet y en la cima del
Cerro reproduce rituales bastante similares a los de la iglesia evangélica.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="nte3">—La gente está muy expectante de tener
alguna experiencia de lo sagrado y María Livia propone algo directo y sin
dogmas —dice Wright—. No hace falta que reces cuarenta padrenuestros para que
te baje un rayo de luz. Si estás en crisis, sólo tenés que subir al Cerro, y
ahí ya te pasan cosas. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span class="nte3">Un tercer factor que acaso ayude al
éxito de María Livia es el lugar que la vio nacer: </span>Salta es, probablemente, la provincia más religiosa que
tiene <st1:personname productid="la Argentina. En" w:st="on">la Argentina. En</st1:personname>
la capital, buena parte de las esquinas tiene alguna alusión a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> (afiches,
estampitas, figuras), las iglesias son consideradas nacionalmente como «las
mejor iluminadas del país», y frente a la plaza principal se levanta una
Catedral radiante en la que alguna vez descansó el Papa Juan Pablo II. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El origen de tremenda religiosidad
está en el nacimiento mismo de Salta. Casi un siglo después de la colonización
española, un hombre llamado Hernando de Lerma fue enviado por el Virreinato
para fundar la ciudad. Era el año 1582 y el caserío era, en ese momento, una
cáscara al borde del desastre. En la zona había hambre, pestes, diluvios,
sequías, y, sobre todo, una tierra que cada tanto se sacudía en espasmos
sísmicos. Los pobladores —aborígenes calchaquíes— vivían con miedo y ese miedo
los ponía violentos. La única forma de conjurar el espanto y de organizar a los
nativos bajo un nuevo orden cultural, era la evangelización. Al no haber
sacerdotes que supieran hablar la lengua local —y menos aún aborígenes que
supieran leer el castellano antiguo—, los mejores instrumentos evangelizadores
fueron los milagros y el culto a las imágenes: dos herramientas que se fueron
renovando y reforzando a lo largo de los siglos, cada vez que un nuevo sismo
desmembraba la ciudad. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
A esta altura no hacen falta
terremotos para renovar la fe: los rituales religiosos son una empresa autónoma
y fuerte, a tal punto que la última procesión de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> del Milagro congregó
en la ciudad a cuatrocientas mil personas: casi la población entera de la
capital salteña, que tiene unos sesenta mil habitantes más. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Esta devoción mística captó el ojo
del periodista y escritor Juan Terranova, autor de <st1:personname productid="LA VIRGEN DEL" w:st="on"><span style="font-variant: small-caps;">La
Virgen del</span></st1:personname><span style="font-variant: small-caps;"> Cerro</span>,
un libro que narra el fenómeno de María Livia (y de la religiosidad que reina
en Salta) en un tono asceta y casi antropológico. Para hacer su libro,
Terranova se convirtió en peregrino y viajó en ómnibus, desde Buenos Aires,
junto a un contingente de creyentes.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—No fue un viaje para hacer turismo,
porque no hubo placer —explica ahora, en su casa de Buenos Aires—. Lo que viví
fue una experiencia de introspección muy fuerte. En la peregrinación ves mucha
gente que no cree en nada, o que está bautizada pero nunca practicó, y que de
repente ve la luz. Eso es fuerte, pero no explosivamente fuerte; los relatos de
la gente son como un murmullo que se va agrandando.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<strong><span style="font-weight: normal;">En su camino al santuario, Terranova vivió</span> </strong>escenas que lo
conmovieron. Observó a un hombre sin piernas arreglando su silla de ruedas como
si fuera un auto, y se preguntó de dónde —si no era de la fe— el tipo sacaba
fuerzas para querer componer algo. Escuchó historias de cánceres, cegueras y
parálisis que a veces se curaban en la cima del Cerro. Y vio cómo otras
tragedias no se curaban ni un poco, pero al menos eran cubiertas por el manto
tranquilizador de la mano de María Livia: una mujer que, a diferencia de
cualquier otro personaje mesiánico, se deja ver y tocar por sus fieles. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—En el cerro la gente se siente
reconfortada a la vez que escuchada —dice Terranova—. La organización perfecta
también le da credibilidad, y eso no es poco. Así como tampoco es poco que
María Livia hable con los peregrinos y se ofrezca a responder sus
preguntas.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-align: center;">
*
* *<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Hoy es domingo, once de la mañana, y
María Livia está por tener el único contacto mensual con sus fieles (y con el
mundo en general). La cita es en la sala de conferencias del gremio de los
Trabajadores de <st1:personname productid="la Sanidad" w:st="on">la Sanidad</st1:personname>
de Salta, un galpón gigante donde puede verse, en el centro, un pequeño
escenario y dos gigantografías con la imagen de <st1:personname productid="la Virgen. A" w:st="on">la Virgen. A</st1:personname> un costado del
escenario hay una puerta blanca que se abre. Ahí, mientras suena una música
litúrgica —una especie de banda de sonido de película ecuménica— aparece
diminuta, prolija, con abrigo negro y rodete, María Livia.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Lo primero son los rezos, y luego
viene la historia. Durante casi una hora, María Livia desgrana, en un tono
monocorde y templado, el mismo diálogo de siempre, de cuando se le apareció por
primera vez <st1:personname productid="la Virgen. Cuando" w:st="on">la Virgen.
Cuando</st1:personname> termina el relato, por única vez, los peregrinos
tienen la posibilidad de interpelarla. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Está preocupada <st1:personname productid="la Santa Virgen" w:st="on">la Santa Virgen</st1:personname> por
todos nosotros los argentinos? —pregunta una mujer.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—En la medida que nosotros tengamos
fe, esa purificación va a suceder —contesta María Livia.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Es cierto que los ojos de la
imagen de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>
se formaron solos? —pregunta otra peregrina.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La Virgen ha sido construida en
cemento y una vez que estuvo lista quedó toda blanca, con sus ojos por supuesto
—contesta María Livia—, y lo que tenía <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> era una sombra azul en sus pupilas.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Mi pregunta es sobre la gente que
es <i>gay</i> —pregunta una tercera mujer—.
Tengo trato con uno de ellos y no sé cómo llegar con <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> hacia él.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La mejor manera de llegar a los más
débiles es con la oración —responde María Livia y, por primera vez, el lugar se
enciende de aplausos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Estee... Yo me quedé pensando en
nuestro país —dice otra—. ¿Qué dice exactamente <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
María Livia responde a todas las
preguntas con palabras como «fe», «Virgen», «demonio» y «amor». Su voz es
arrulladora y suave, y quizá eso sea reflejo de una paz interior, pero también
de algún cansancio. Una hora más tarde ella misma, amablemente, dará la charla
por terminada. La puerta blanca se abrirá, brillarán los <i>flashes</i> de las cámaras de fotos, y María Livia Galeano de Obeid
volverá en Citröen a su casa, donde rezará unas horas, responderá los correos
electrónicos de su página web y comerá lo mismo que —según dice— viene cenando
y almorzando a lo largo de estos últimos quince años: dos platos de sopa y un
pedazo de pan fresco por comida. Un régimen asceta que, curiosamente, en estos
últimos años la hizo engordar veinticinco kilos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<o:p><span style="font-size: x-small;"> * Publicado en la revista Etiqueta Negra en el año 2007.</span></o:p></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-32738553998027174472015-05-29T08:03:00.001-07:002015-05-29T08:03:12.343-07:00Tiempo* <div class="MsoNormal">
Cada tanto aparecen fotos
viejas de mi hijo. Es fácil que suceda; el universo digital permite eso. Antes
las fotos viejas estaban en cajas, en roperos, en madrigueras frescas y oscuras
a las que se acudía cuando se estaba seguro de querer ver algo. Pero ahora es
distinto. Alcanza con hacer un click en la carpeta de al lado, y ahí aparece mi
hijo -eficaz metáfora del tiempo- con sus armas a cuestas.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Las fotos de un hijo, en la era digital,
son como esa clase de visitas que tocan el timbre sin aviso, sin acuerdo, sin
que nadie esté del todo listo para eso. En mi caso, la secuencia suele ser
sencilla: a veces estoy buscando una foto de prensa, una película, un archivo
cualquiera, y quedo a tres milímetros de una carpeta que dice, por ejemplo,
“Joaco Brasil 2009”. Entro, por supuesto. Siempre entro. Siempre abro la puerta
a la visita y la recibo, por las dudas,
con pañuelos de llorar. Ahí está Joaquín en sus etapas anteriores. Está su boca
de perlas antes de cambiar los dientes. Están sus rodillas como nueces asomando
por el short, el día que empezó el jardín de infantes. Están sus pómulos
tiernos, sus ojos de cabrito, su modo de abrazarme como si yo fuera el tronco
que flota en esta rara inundación que es la sucesión de los días. En las fotos
viejas, la mirada de mi hijo está virgen de cualquier desengaño. Es distinta de
la actual. Ahora tiene nueve años, pero pasó suficiente como para que su rostro
cambie: viajó, miró, entendió que a veces la gente dice una cosa para decir
otra, empezó a intuir los pliegues en los que circula la verdad, o lo que sea
que eso signifique. Se desilusionó algunas veces. Fue feliz otras. Él también
fue construyendo su propio doblés. Y
todo eso fue marcando la topografía de su cara, que ahora tiene dientes fuertes
y una mirada de doble vía, que negocia con el mundo.</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Miro las fotos viejas de mi hijo y es
inevitable preguntarse cuándo y cómo sucedieron los cambios. Qué pasó con el
tiempo. Pienso en eso ahora que es diciembre, que está por cambiar el año, y
que acabo de terminar de ver <i>Boyhood</i>,
la última película de Richard Linklater, el director —entre otros films— de la
trilogía iniciada con <i>Antes del Amanecer</i>.
La gracia de <i>Boyhood</i> es la forma en
que está hecha: el director filmó a un mismo actor, Ellar Coltrane, desde sus
seis años y hasta los dieciocho, e incluyó su evolución física dentro de una
trama de ficción. A lo largo de la historia —y, por lo tanto, de la infancia y
la adolescencia del muchacho— se van dando algunas de las posibilidades que
depara la vida: separaciones entre adultos, segundas parejas que fallan,
crisis, decepciones, el nacimiento del primero de varios amores de juventud, el
surgimiento de una vocación, los primeros trabajos basura. Hasta que al final
de la película, uno siente a esa criatura como un hijo propio y llega sin
escudos intelectuales a una de las escenas más duras del film. En ella —no
importa contarla, pues no incide en la evolución de la historia— se ve a la
extraordinaria Patricia Arquette, madre del chico, de cara a la partida de su
hijo a la Universidad. Está sentada en una silla y llora sin melancolía: con
una bronca estructural, con un profundo desencanto. "Me doy cuenta de que
mi vida se fue, así de simple —dice, y chasquea los dedos como si hiciera
desaparecer algo por arte de magia—. Casarme. Tener hijos. Divorciarme. Esa vez
que pensamos que sufrías de dislexia. Cuando te enseñé a andar en bicicleta.
Divorciarme <i>otra vez</i>. Conseguir mi
título de máster. Finalmente conseguir el trabajo que quería. Mandar a Samantha
a la Universidad. Mandarte a la Universidad. ¿Sabés qué sigue, eh?? ¡Mi maldito
funeral!” grita. Y vuelve a llorar.</span></div>
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<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Hace tiempo que no veía, en una película,
un tramo tan desgarrador y a la vez tan simple. Decido, entonces, tomar nota de
cada palabra para ponerla en este artículo, por lo que retrocedo la historia
algunas veces y Joaquín —que hasta el momento era indiferente— se detiene a
mirar. Le muestro cómo fue cambiando el actor a lo largo de los años. Vuelvo a
detenerme en la escena de la madre y el hijo.</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">—¿Por qué llora? —me pregunta Joaquín. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Le respondo que llora porque siente que el
tiempo pasa rápido. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">—Entonces, si tuvieras un superpoder, ¿a
vos te gustaría detener el tiempo? —pregunta. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX">Lo pienso unos segundos —juro que lo pienso—,
y respondo, finalmente, “no”. Pero luego olvido la respuesta.</span></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><span style="font-size: x-small;">* Publicado en Revista Ya del diario El Mercurio. Diciembre de 2014.</span></span></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-31886678507290091312015-03-05T03:14:00.001-08:002015-03-05T03:14:23.369-08:00El recuerdo en la piedra<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;">Cuando Joaquín nació, mi Nonno ya era muy viejo. Tenía noventa y nueve años. Pero estaba muy lúcido y celebró su llegada, y durante un tiempo le compró ropa con un ojo milagroso -que yo no tenía- para acertar cortes y talles. Un día llegó con un mongómery hermoso. Joaco tendría unos dos años en aquel entonces, así que calculo que mi Nonno ya estaría por morir. El abrigo le quedaba perfecto. Joaco lo usó todo lo que pudo. Después, cuando dejó de entrarle, lo guardé en un cajon</span><span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;">cito. Cada tanto yo iba y lo abría. Con mi Nonno ya muerto, ese abrigo había pasado a ser una suerte de "objeto médium": la forma que yo tenía de contactar con mi abuelo.<br />La última vez que abrí el cajón fue a principios de 2014. Después de pensarlo mucho, saqué el mongómery y se lo di a Gus Nielsen para su monumento. Los objetos -pensé- podían cumplir los mismos ciclos que las personas: pasar de ser un cuerpo a ser una ausencia, y también un recuerdo.<br />Ayer vi el abrigo por primera vez en el Paseo de la Infanta. Así que le pedí a Joaco que se pusiera debajo, y que sonriera para mí.</span><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqy-vLJHgaFcjkY93vpYQrE3MFds_dG-btuX_FIBRDhUxPnUWSN0icmizdhCOzbqpqWoS3R4i0esYZBAPHAprrsDjsEw5xGtI0MZrRbMIO2YM4LpnSxcqvfnpR1GbkbqRB0UHqx27kLdI/s1600/10960243_10204564822614366_2663778349259997148_o.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqy-vLJHgaFcjkY93vpYQrE3MFds_dG-btuX_FIBRDhUxPnUWSN0icmizdhCOzbqpqWoS3R4i0esYZBAPHAprrsDjsEw5xGtI0MZrRbMIO2YM4LpnSxcqvfnpR1GbkbqRB0UHqx27kLdI/s1600/10960243_10204564822614366_2663778349259997148_o.jpg" height="320" width="320" /></a></div>
<span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;"><br /></span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-16200290739782480002015-03-05T03:09:00.000-08:002015-03-05T03:15:52.903-08:00Estupor y temblor<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;">Iba caminando por la calle. Estaba un poco distraída. Estaba respondiendo un mensaje de texto. Quizás mi ritmo entorpecía el tránsito por la vereda, no sé. La vereda igual estaba casi vacía. Era la calle Falcón. De repente alguien me pasó por el costado.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;" />
<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;">-Esas porquerías de mierrrrda -me dijo.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;" />
<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;">Era un hombre en ropas de trabajo. Llevaba un palo y un tachito de pintura.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;" />
<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;">-Bueh, no te pongás nervioso -contesté.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;" />
<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;">El tipo se detuvo. Me miró con ojos rojos, inyectados.</span><br />
<span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;"><br />-Sabés el cachetazo que te daría, ¿no? -dijo en voz baja. </span><br />
<span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;"><br />Necesité entender. Nunca antes un hombre había amenazado con pegarme y realmente: necesité entender. Me tomó un segundo. Mucho tiempo para un pensamiento.</span><br />
<span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;"><br />-¿Vos les pegás a las mujeres? ¿Vos sos un violento?</span><br />
<span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;"><br />Ni siquiera sé por qué dije eso. El hombre entonces levantó el palo y amenazó con pegarme y tuve que correr. Llamé a la policía a gritos, pero sabiendo lo obvio: cuando me di vuelta el hombre ya estaba girando por una esquina. Desaparecía.</span><br />
<span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.466667175293px;"><br />Ninguna de las pocas personas que había en la calle se acercó a preguntar qué había pasado y si yo estaba bien. Seguí caminando, puse buena cara, busqué a mi hijo en la escuela. Y ahora que estoy en casa, mientras escribo, tiemblo. De desamparo.</span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-161797007555630762014-08-06T12:40:00.004-07:002014-08-06T12:42:25.232-07:00Un homenaje a Yü*<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIZT27GdbkbC1TTLCsttVZq8s09zR9oGNgxiPStBv2X9sYT3RJJA_D5efOti5ra72NgXPYT9XAX3yz4xkHm93S0DfoPRK-UO4EKIjGMbBoaWSwMla08qsR_1VrNzZk0SpRxlCDVjvOnG8/s1600/yu.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIZT27GdbkbC1TTLCsttVZq8s09zR9oGNgxiPStBv2X9sYT3RJJA_D5efOti5ra72NgXPYT9XAX3yz4xkHm93S0DfoPRK-UO4EKIjGMbBoaWSwMla08qsR_1VrNzZk0SpRxlCDVjvOnG8/s1600/yu.jpg" height="317" width="320" /></a></div>
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hubo una poeta llamada Yü Hsüan-Chi. Vivió en la China imperial, durante la dinastía Tang, en el siglo X después de Cristo, cuando las mujeres poetas eran incluso más raras que las mujeres barbudas. En ese entonces la formación intelectual era -salvo excepciones- un privilegio solo para varones, que a su vez iban construyendo su saber con vistas a enfrentar el desafío máximo: aplicar a los exámenes imperiales, una instancia de evaluación que, de ser aprobada, les permitía subir en el escalafón social.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Yü -la concubina de un hombre que tenía infinitas concubinas- sabía de este mundo ilustrado y lo miraba con la nariz contra el vidrio como aquellos chicos pobres que miran escaparates en las historias de Dickens. Y decidió darle a su deseo un cauce radical: un día Yü, con menos de veinte años, abandonó al concubino que la tenía atada desde los dieciséis, se hizo sacerdotisa taoísta y en el nombre de la religión empezó a viajar por todo China, a tener tantos amantes como quiso y a escribir poesía en voz activa: un avance notable -las pocas mujeres que se atrevían a la poesía lo hacían en voz pasiva- que la transformó en la primera poetisa china feminista.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Me enteré de esta historia luego de leer "Tener lo que se tiene" -las obras completas de la poeta argentina Diana Bellessi, que en una página aluden a Yü- y de dar algunas vueltas por Google. Pero lo cierto es que de Yü se sabe casi nada: solo sobrevivieron cuarenta y nueve poemas, y hay apenas tres autores occidentales, todos estadounidenses, interesados en una reconstrucción biográfica. Poca cosa, en síntesis, para una mujer que mil años atrás alimentó una voz lacerante y salvaje, y que con ella se enfrentó a una época que no admitía -tal vez ninguna época lo haga del todo- mujeres fuertes. Durante una visita al templo taoísta de Ch'ung Chen, por ejemplo, de cara a una lista con los nombres de los candidatos triunfadores -todos varones- en los exámenes imperiales, Yü escribió lo siguiente: "Picos coronados de nubes llenan los ojos / en la luz de primavera. / Sus nombres están escritos en hermosos caracteres / y colocados por orden de mérito. / Levanto mi cabeza y los leo / con envidia impotente. / Cómo odio este vestido de seda / que oculta a un poeta".</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Adoré este poema, sobre todo los cuatro últimos versos, apenas lo leí. La imagen de la seda ya no como un género lustroso sino como un chaleco de fuerza pareció atravesarlo todo -principalmente los siglos- y llegar al presente como esas mareas que traen los restos de un naufragio y que con apenas un reflujo logran conectar dos tiempos remotos. Sentí, a la vez, compasión y admiración por Yü. Y sentí también gratitud porque si es cierto que, como dice el proverbio chino, el aleteo de una mariposa puede sentirse al otro lado del mundo, acaso pueda ser cierto que la vida de Yü, una mujer oriental que dejó tras de sí un silencio beligerante y poético, haya provocado estertores en el universo femenino actual. Somos lo que somos, y tenemos las conquistas que tenemos, gracias también a figuras como ella: mujeres inflamadas de furia, ardor y belleza, injustamente perdidas en algún recodo oscuro de la Historia mayúscula, y decididas a perderlo todo como condición para salvar lo que les quede de vida.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">"La felicidad de una es la felicidad de todas", me dice una amiga cuando le doy una buena noticia, y tal vez sea por eso que el devenir de Yü se vuelve tan íntimo y elemental: la desgracia de una es, también, la desgracia de todas. En el caso de Yü, fue ejecutada a los veintiséis años por adúltera. Y es por eso que, aunque pasaron más de diez siglos, quiero dedicarle estas líneas, con la esperanza de que viajen al pasado y la acompañen.</span><br />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 19px;"><span style="font-size: xx-small;">* Publicado en la revista Ya, del diario chileno El Mercurio.</span></span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-26706761149015131542014-07-31T08:50:00.000-07:002014-08-04T14:09:39.440-07:00MONSTRUOS*<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;">Cuando era chica —entre los
cinco y los siete años— viví con un monstruo. Se llamaba Guillermo y era pareja
de mi madre. Tenía bigotes y ojos muy azules. Era contador. Era pintón. Pero
ninguno de estos datos importa en ésta, una historia de monstruos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;">Conocí a Guillermo en <st1:metricconverter productid="1980. Mi" w:st="on">1980. Mi</st1:metricconverter> madre se había puesto en pareja con él porque estaba sola. Tenía veintipocos años y su desamparo de entonces era
un estado del alma que todavía hoy, más de treinta años después, me sigue
conmoviendo. Es decir que entiendo a la joven que era mi madre. Entenderla a
ella es, de algún modo, entender el barro del que estamos hechas las mujeres.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;">Lo cierto es que no sé cómo
pasó todo. El resumen es que en algún momento terminamos viviendo los tres
juntos —mi madre, el monstruo, yo— y que en algún otro momento posterior empezó
el espanto. De aquellos días sólo tengo recuerdos aislados: Guillermo enfureciendo
porque no lo llamaba «papá» (yo ya tenía un padre, sólo que vivía en el
exilio); Guillermo enfureciendo cuando no guardaba mis juguetes (y entonces
rompía los que estaban «fuera de lugar»); Guillermo dando puñetazos contra las
paredes (una vez rompió de un golpe un interruptor de luz); y Guillermo
intentando reparar sus daños con insólitos accesos de benevolencia. Una vez
volvió de la calle con patines nuevos; otra con una bicicleta; otra con decenas
de sobres de figuritas (oh, ese momento: el monstruo las sacaba de las mangas,
los bolsillos, las medias; llovían figuritas sobre el suelo del living y yo
asistía a esas dádivas enfermas con un recelo que todavía siento en las rodillas).<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;">Guillermo nunca nos pegó a mí
ni a mi madre, pero qué más da: hay demasiadas formas de hacer daño. Y mi
madre, por suerte, en algún momento se hizo fuerte y reaccionó a esas formas y
nos terminamos yendo de un infierno que, a pesar del paso del tiempo, cada
tanto vuelve con las señas cambiadas —con otros nombres, con otros grados, con
otras historias—, cuando las portadas de los diarios dan cuenta de un caso, siempre
extremo, de violencia doméstica. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;">Es curioso. En el mundo una de
cada tres mujeres padeció en algún momento este tipo de sometimiento, es decir
que todas deberíamos tener, ya que no el propio, algún caso cercano. Pero las
sociedades sólo se revisan a sí mismas cuando aparece una historia, sólo una,
que encarna todos esos números de un modo noticioso. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;">Hemos tenido de eso en
Argentina algunas semanas atrás. Sucedió cuando se hizo pública la historia de
Corina Fernández: una mujer que, luego de años de golpizas y amenazas feroces,
y luego de ochenta denuncias policiales que no habían sido atendidas, fue
baleada por su ex marido en la puerta de la escuela a la que iban las hijas de
ambos, dando lugar a lo que la justicia luego llamaría «un caso paradigmático
de violencia de género». El episodio, que sucedió en el 2010, llegó a la prensa
en estos días porque el agresor, Javier Weber, fue condenado a veintiún años de
prisión por el intento de homicidio y porque Corina Fernández se animó a contar
al diario Clarín los detalles revulsivos de su calvario.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;">Desde entonces la «violencia de
género» tiene, como tiene cada tanto y en todos los países del mundo, su
momento de gloria: dos diputadas y una asociación de abogados pidieron que se
declare la «emergencia nacional» por este tema; el Poder Judicial admitió estar
desbordado por las denuncias; y los medios se dedicaron a hacer visible, al
menos por unos días, los casos de mujeres vejadas, acompañándolos por una cifra
alarmante: cada 30 horas una argentina muere en manos de su pareja; un número
que encima deja afuera la infinidad de casos que no terminan en muerte o que —como
aquel mío— están fundados en la violencia «moderada», los insultos y los «pequeños»
desprecios cotidianos. <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;">Y es tal vez ahí, en la grisura
peligrosa de los días normales —y no sólo en los titulares de los diarios—, donde
anida esa clase de silencio que termina en pregunta: si estas cosas pasan tanto,
¿por qué no las vemos? ¿Dónde están nuestros ojos cuando todo esto ocurre? Una
respuesta posible la dio el mismo Javier Weber. Cuando las cámaras mostraron su
rostro durante el juicio, lo que se vio fue un hombre de gestos educados y
cabello entrecano que, con su sola presencia, dejaba en relieve el dato quizás más
inquietante: que los monstruos no se notan. Que los monstruos siempre parecen
otra cosa. Pero que esos disfraces, además de una trampa, son también una marca
de fragilidad: alcanza con descubrirlos —nombrarlos— para que los monstruos se
queden solos, mordiéndose su propia cola, muertos de incertidumbre pero también
de vergüenza.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: 14.0pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i><span style="font-size: x-small;">* Año 2013. Publicado en la revista Ya del diario chileno El Mercurio.</span></i></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-28589861126147504642014-07-15T14:21:00.004-07:002016-04-11T18:57:32.534-07:00El hombre de piedra*<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjVhXzfAI2HkDorkIgSht6vBVFynNZfF_ieg18_7kT6bMzLlTAgGa0KtDXNtHwXlO62PDlwV50mKuXGiyAIZwvLTSRKDmMdLE3bLtBeOif9tkf-MnyCzMSAPMVbmhS5fYDWwujGjBGcSpc/s1600/Matadero-de-Carhu%25C3%25A9-Bs.As_.1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjVhXzfAI2HkDorkIgSht6vBVFynNZfF_ieg18_7kT6bMzLlTAgGa0KtDXNtHwXlO62PDlwV50mKuXGiyAIZwvLTSRKDmMdLE3bLtBeOif9tkf-MnyCzMSAPMVbmhS5fYDWwujGjBGcSpc/s320/Matadero-de-Carhu%25C3%25A9-Bs.As_.1.jpg" width="320" /></a></div>
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<b>Buenos Aires. </b>Escuché
hablar de Francisco Salamone durante una cena. Fue este año. Estaba en la casa
de mi amigo Osvaldo Bazán y a propósito de nada —o de algo que ni recuerdo— Osvaldo
se levantó de la mesa y fue a su escritorio.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Tenés que hacer algo con esto —dijo. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Me acerqué. En la pantalla de la computadora había una serie
de fotos de la pampa gringa —cielo límpido, árboles recios— coronadas en el
centro, en cada caso, por un titánico edificio de cemento.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Conocés a Francisco Salamone? —preguntó.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En general yo nunca conozco nada. Me senté a mirar. En la
pantalla Osvaldo hacía pasar decenas de imágenes de cementerios, municipios,
cruces, Cristos y mataderos que, lejos de remitir al folclore campero, parecían
hechos bajo el signo alucinado y final de Ciudad Gótica. Eran, además, muchos
edificios. Muchísimos. En la década de 1930 y en sólo cuatro años —me enteraría
después— Francisco Salamone, ingeniero y arquitecto, había hecho setenta y seis
obras públicas de porte monumentalista que estaban alzadas ya no en <st1:personname productid="la Capital" w:st="on">la Capital</st1:personname> porteña —el coto
mayor donde los inspirados intentan pasar al frente— sino en una infinidad de
pueblos que, setenta años atrás, eran una minúscula semilla de progreso. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Salamone estaba loco —siguió Osvaldo—. Vos fijate —señaló un
matadero—: eran moles gigantes, fascistas, propias de la época, armadas y
olvidadas en el medio de la nada. Yo vi algunas. Si vas te morís. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Días después, buscando información sobre Francisco Salamone, sabría
que su nombre ya había estado taladrando de manera aislada las cabezas de algunas
personas que, como Osvaldo y como yo, habían quedado boquiabiertas al ver los
edificios de ese hombre. Adrián Caetano había hecho un documental, <i>La piedra líquida,</i> sobre la obra
salamónica. Mariano Llinás había usado las construcciones como forma y fondo de
sus <i>Historias Extraordinarias</i>. Pino
Solanas había puesto un Cristo salamónico en una de las escenas más
apocalípticas de <i>El Viaje</i>. Y, sobre
todo, había toda una logia de fanáticos que se reunían anualmente en «jornadas
salamónicas», que tenían un foro de discusión en Facebook y que veían en
Salamone tanto un emblema de la obra pública argentina como una de las grandes
injusticias de la historia nacional: sus obras, emplazadas en llanuras que las escupían
al cielo, estaban tapadas por un silencio más alto y más duro que cualquier
otra cosa.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En un café, Alejandro Machado, autor de un blog sobre Salamone
y uno de los mayores conocedores de su obra, explicaría ese olvido de este modo:</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Al tipo lo ignoraron porque trabajó con los conservadores. Hay
que entender que era la época: en ese entonces los gobiernos querían
edificaciones monumentales para marcar la presencia del Estado incluso en los
lugares periféricos. Pero la etiqueta de «arquitectura fascista» que suele
ponerse a los proyectos de Salamone no es cierta: el tipo no hizo más que
interpretar las corrientes estéticas en boga en el mundo entero. Para algunos
es gótico, para otros es cubismo checo, para otros es futurismo populista
bonaerense y hasta hay un arquitecto llamado Alberto Belucci que escribió que
Salamone se anticipa al estilo iconográfico de Las Vegas y Disneylandia… O sea.
Yo creo que lo suyo es simplemente «salamónico», un estilo único en el mundo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La posibilidad de que haya algo —un movimiento, una mirada—
que se llame «salamónico», de que ese «algo» pueda tener que ver con
Disneylandia y de que ese mundo insólito encima esté emplazado en una pampa plácida
y virtualmente vacía, me pareció encantadora. Fue así que decidí viajar al sur
de la provincia con el único objetivo de ver esos edificios y de confirmar lo
que hasta entonces era sólo una sospecha: que, décadas atrás, Salamone había
dejado un puñado de pueblos chicos sumidos en una convivencia onírica y absurda
con las obras grandes. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una vez definida la hipótesis, sólo faltaba el dinero:
recorrer la provincia es caro. Hice, por lo tanto, lo que solemos hacer los
periodistas en estos casos —y también en otros—: salí a mendigar. Llamé a un
amigo, Marcelo López, que hoy hace prensa de la provincia de Buenos Aires. Y
ese amigo habló con Ignacio Crotto, secretario de Turismo bonaerense, y me
consiguió más de lo que estaba en mis planes: un auto y un chofer para andar
cinco días por el interior. Las facilidades tenían su lógica. A principios de 2012,
sabría después, el gobierno había inaugurado el primer tramo del llamado «circuito
salamónico», esto es: un corredor por el sudoeste provincial puesto para
admirar el universo de hormigón que Salamone había dejado suelto en la
provincia. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Tuve, entonces, suerte. Y un amigo generoso. Dos factores que ayudaron
a que ahora, ocho de la mañana de un martes, un hombre robusto y afable —enviado
por el gobierno provincial— toque el timbre de mi casa y me invite a salir. Se
llama Federico, es mi acompañante y todos le dicen «Chancho».</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Sos vegetariana? —pregunta cuando subo al auto.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Así comienza el viaje.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<b>Gorch, Rauch. </b>—Cuando
me acordé de que pasábamos por Gorch me cambió el semblante. Ahí está el mejor
sándwich de crudo y queso de toda la provincia —dice Federico y conduce. A los
costados, por la ventanilla, la ciudad se va yendo de a poco y lo que va
llegando es otra cosa: una eternidad de campos verdes; un mundo de vacas,
postes, pastos, silos, sembradíos, árboles, tractores, cables y camiones —muchísimos
camiones— que gira calladamente en torno de alguna ley que desconozco. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Preparate: llegamos a Gorch.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Gorch está en el kilómetro 143 de <st1:personname productid="la Ruta" w:st="on">la Ruta</st1:personname> 3 y el emporio del
sándwich es una YPF mínima que a la vez opera como bar del pueblo. Hacemos la
compra, nos sentamos a comer y armamos el plan de viaje. Para eso, Federico
despliega un mapa de la provincia que duplica el tamaño de la mesa. Buenos
Aires es grande. Mide <st1:metricconverter productid="307.571 kilmetros" w:st="on">307.571 kilómetros</st1:metricconverter> cuadrados —más que el Reino
Unido y Portugal juntos— y esa superficie, según se ve en el mapa, es una trama
venosa surcada por rutas, arroyos y caminos menores, y habitada —dice una nota
al pie— por unas 14 millones de personas. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Esa gente no está acá. Ni estará más adelante. El 96 por
ciento de la población vive en el Conurbano, mientras que el resto (564 mil
personas) mantiene con su territorio un diálogo distinto: una alternancia que
incluye la posibilidad del vacío. La pampa es, sobre todo, silenciosa y larga.
Eso noto cuando dejamos el bar y, con un sándwich de jamón envuelto, volvemos a
la ruta. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
A esta clase de lugares llegó setenta años atrás Francisco
Salamone. ¿Qué lo trajo? Una propuesta de trabajo de origen difuso, y una imparable
sucesión de desarraigos. Salamone nació en Sicilia en 1897, llegó a Buenos
Aires a los seis años, se mudó a Córdoba en la adolescencia, se recibió de ingeniero
arquitecto a los veintitrés, se casó a los 31 y a los 38 fue expulsado de <st1:personname productid="LA SOCIEDAD CENTRAL" w:st="on"><st1:personname productid="la Sociedad" w:st="on">la Sociedad</st1:personname> Central</st1:personname>
de Arquitectos por hacer en Córdoba una serie de obras públicas que aparentemente
fueron un fracaso. Fue entonces que se mudó al interior bonaerense y que, no
queda claro cómo, conoció a Manuel Fresco: un caudillo fascista, recientemente
entronado como gobernador de Buenos Aires, que había decidido darle a la obra
pública un valor operativo pero sobre todo simbólico. Fresco quería un Estado
fuerte y decidió encarnarlo en construcciones, sí, fuertes: municipios, cementerios y mataderos
inmensos puestos para recordarle al pueblo dónde está la disciplina. Y cuánto
pesa.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El encargado de estas obras —sin licitación prolija— fue
Salamone. Primero empezó en Balcarce y luego siguió por Rauch: una localidad de
11.500 habitantes donde hay casas bajas, bicicletas, plazoletas con caballos y
un cielo generoso que ahora se ve estaqueado por una punta brutal. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Hemos llegado.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
A las obras de Salamone —esto se aprende pronto— no hay que
buscarlas: aparecen solas. Basta con alzar la vista y ubicar la torre más alta
de la comarca. El tamaño no es casual: en su momento, Fresco había ordenado que
las torres estatales siempre fueran más altas que los campanarios religiosos. Y
Salamone obedeció. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Vista de cerca, la municipalidad de Rauch parece una colosal ola
de cemento que nunca termina de romper.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Y ustedes quiénes son?</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una mujer delgada, joven y de modos pudorosos se acerca y nos dirige
la palabra. Le explico quiénes somos. Ella tiende una mano: sus dedos finos.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Soy María José Arano, secretaria de Obras y Servicios Públicos
del municipio.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Arano no esperaba visitas, pero lo mismo nos invita al
municipio y ofrece una recorrida por el mobiliario salamónico. El arquitecto,
además de hacer las estructuras, diseñó en la provincia 282 muebles, 28 modelos
de farolas y 40 modelos de bancos de plaza que parecen salidos de un capítulo
de Star Trek. Algunos de los objetos pueden verse acá adentro: hay lámparas,
sillas y unos sillones de formas muy raras que operan como bancas —doce— del
Honorable Consejo Deliberante de Rauch. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—¿Y acá saben que está
este patrimonio?<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—No —Arano se encoje de hombros—. Hay cosas que hasta dan
impresión. Cosas que decís «ay, por favor». </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Arano vuelve a la puerta de entrada. Quedamos de cara a la
plaza central —con faroles y bancos hechos por Salamone— y de espaldas a una
placa dedicada a Federico Rauch: un militar que le da nombre al pueblo, que ganó
fama por haber sabido asesinar indios sin pena, y que terminó muriendo bajo la
ley del Talión. En 1829, un indio ranquel llamado Arbolito decidió vengar la
sangre de su gente y decapitó a Rauch en Las Vizcacheras: una batalla que se
libró, tan lejos y tan cerca, en esta misma plaza.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La civilización y la barbarie hacen su síntesis en el nombre y
la historia de ciertos pueblos (Rauch, Dorrego, Laprida, Pringles) y también en
la obra de Francisco Salamone. En Buenos Aires, en aquel bar, Alejandro Machado
lo había explicado de esta forma:</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Salamone empezó a construir en 1936 y el último malón había
sido en 1906, es decir que esas tierras habían sido conquistadas hacía
relativamente poco tiempo. Para una mente pro fascista como la de Fresco, había
que poner pronto un corro de civilización. Porque ahora hay mucha cosa de
indigenismo y todos somos progres —Machado sonrió y se acomodó los lentes—. Pero
te quiero ver si se te viene un malón encima. Te quiero ver.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<b>Azul. </b>Volvemos a la
ruta. El interior es largo y es un poco botón: basta con dar algunas vueltas
para ver cuántos famosos hacen plata poniendo la cara y el gesto en el afiche
que mejor les pague. “DONDE ESTÁ NALDO SE COMPRA MEJOR. NALDO ELECTRODOMÉSTICOS”
dice un cartel en la vía de acceso a Azul, y al lado Alejandro Fantino muestra
el pulgar hacia arriba. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Esta es la bienvenida a la ciudad.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Azul tiene 56 mil habitantes, un Cristo salamónico en la
entrada (detrás de la palabra «Azul») y una población entera que a esta hora, una
de la tarde, circula en bicicleta por las calles tranquilas.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—En Azul se hace <st1:personname productid="la Fiesta Nacional" w:st="on"><st1:personname productid="la Fiesta" w:st="on">la Fiesta</st1:personname>
Nacional</st1:personname> de <st1:personname productid="la Vaca" w:st="on">la
Vaca</st1:personname> y <st1:personname productid="la Fiesta Nacional" w:st="on"><st1:personname productid="la Fiesta" w:st="on">la Fiesta</st1:personname> Nacional</st1:personname>
del Aberdeen Angus —dice Federico—. No sé bien qué se hace, pero comés vaca
como loco.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Federico es muy activo y curioso, y trabajó durante mucho
tiempo en la organización de las fiestas regionales del interior bonaerense.
Por eso sabe estas cosas. Además creo que tiene hambre. Una vez llegados al
hotel —el Gran Hotel Azul— nos sentamos en la entrada a esperar al coordinador
de Turismo, Andrés Arrazola, quien nos llevará a almorzar primero y a ver las
obras salamónicas después. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Frente a nosotros, al otro lado de la calle, está <st1:personname productid="la Plaza General" w:st="on"><st1:personname productid="la Plaza" w:st="on">la Plaza</st1:personname> General</st1:personname> San Martín. Ahí, se
nota, metió su mano Salamone: hay lámparas de tono futurista y el suelo está
hecho de baldosas blancas y negras distribuidas en zigzag, como si fueran bastones
de ciego desplegados a medias. Voy a la plaza y me siento a esperar. Miro, por
mirar algo, una estatua de San Martín. En eso estoy cuando aparece Andrés.
Cruzo la calle. Andrés, sabré, es un hombre de candidez casi infantil que
parece sonreír entre la barba aunque no siempre esté sonriendo. A él le
encargaron administrar el Centro de Interpretación Salamónica de Azul: un
espacio ubicado frente al cementerio y donde se difundirá la obra del arquitecto.
</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El centro es una moderna construcción que se inauguró el 20 de
marzo de este año con la presencia de Ignacio Crotto —secretario de Turismo
provincial—, de Alejandro Arlía —ministro de Infraestructura bonaerense— y de varios
intendentes de la zona. Lástima que duró poco. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Ahora está cerrado por problemas de política interna —dice
Andrés mientras abre la puerta del edificio. Acá hay sillas, un proyector, un
mostrador, hay áreas de exhibición de fotografía y hay ese olor oscuro a cemento
reciente que recorre el aire. Pero no hay gente. El centro es una oficina desierta
y ubicada a pocos metros de lo más crispante de este día: el cementerio.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Hay que ver el portal del cementerio de Azul. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Hay que verlo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Decir «mole» es poco. Decir «el horror» es poco. Decir «Apocalipsis
ya» es poco. Decir «todos vamos a morir» es poco. Pero todo eso es lo que acomete
—más un insulto— cuando se queda de cara a esta cosa. El portal resume como
ninguna otra pieza lo irreversible del final: vamos a morir. ¡¡¡Vamos a morir!!!
Es lo único que pienso cuando me enfrento a esto: en el medio de un pueblo de
casas bajas, se alza un Ángel Exterminador —así lo llaman— de veintiún metros
de altura, sosteniendo una espada con forma de cruz y rodeado de tres inmensas
letras de cinco metros de alto que dicen, con mórbido pesar, RIP.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Acá jugaba con mis amigos de chico —dice Andrés—. No sabía lo
de Salamone. Nadie sabía. Al ángel éste no le dábamos ni cinco de bola. Pero
ahora pienso: Salamone puede gustarte o no, pero fue un adelantado. Un futurista.
Un contemporáneo con Bauhaus. Antes este lugar tenía una portada neoclásica con
angelitos, y de repente apareció esto. Raro. Parece un monumento a Loma Negra.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Es, de algún modo, un monumento a Loma Negra. Salamone ganaba las
licitaciones en la provincia, entre otras cosas, porque sabía construir en
hormigón —que supuestamente era más barato que el ladrillo— y porque era amigo
de Alfredo Fortabat, quien le hacía buen precio por el material. Eso le
permitió, entre 1936 y 1940, adueñarse de toda la obra bonaerense y tener tanto
trabajo que, llegado el caso, tuvo que empezar a recorrer los proyectos con una
avioneta propia. Dicen que aterrizaba hasta en las avenidas. Que viajó tanto
que fue condecorado como «el americano con más horas de vuelo». Que en su mejor
momento, en esos cuatro años, su estudio de arquitectura trabajaba 24 horas al
día y que Salamone era un mecano alimentado a cigarrillos y café. Y que ese
exceso de trabajo y de influencias empezó, finalmente, a tener sus consecuencias:
hacia 1940, las construcciones comenzaron a desbordar el presupuesto a tal
punto que, cuenta Andrés, en el Concejo Deliberante de Azul empezó a circular
un chiste: decían que RIP no era la sigla de «Réquiem In Pace», sino de «Resulta
Imposible de Pagar».</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Así las cosas, junto con los problemas contables llegaron también,
como era de esperar, los problemas políticos. En 1940, la provincia de Buenos
Aires fue intervenida, Fresco fue expulsado de su cargo y Salamone cayó en
desgracia. Alguien le inició un juicio por irregularidades en algún proceso de
licitación y Salamone tuvo que huir a Montevideo. Allí la diabetes, las malas
noticias y los problemas cardíacos —el resultado de esos años sin respiro— lo
fueron convirtiendo en un hombre enfermo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<b>Laprida. </b>—Estos
dibujos nos los dio un juez. El hijo de Salamone estaba en quiebra y el Estado
se quedó con algunas cosas. Mirá que cosa rara. Qué caritas che.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En una pared hay tres retratos: Stalin, Churchill y Roosvelt
pintados por Salamone. El que los señala es Pablo Torres, secretario de
gobierno de Laprida: una localidad de 10 mil habitantes donde todos viven del
Estado o del campo, donde las casas no tienen rejas y donde los ciclistas —casi
todo el mundo— se detienen ante la luz roja de los dos semáforos del pueblo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Al igual que en Rauch, Torres nos interceptó en la entrada al
municipio —salamónico— y nos llevó primero a su despacho —un santoral con fotos
de Perón, Evita y el matrimonio Kirchner— y luego a recorrer el edificio.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Nosotros ni sabíamos que todo esto era raro —dice mientras
sube una escalera—. A mí de chico siempre me llamaba la atención que en otros
pueblos no hubiera cementerios tan grandes. ¿Dónde guardaban a los muertos? ¿En
esas cositas? El cementerio acá era un lugar importante. Te venía un pariente y
lo llevabas a conocer el cementerio. ¡Adónde lo vas a llevar sino! Y después
fijate estos muebles —Torres abre la puerta del Concejo Deliberante y se
acomoda en uno de los nueve asientos. Los apoyabrazos son redondos: Torres los
recorre con las manos—. Yo fui concejal durante dos períodos y te digo: estar
cuatro horas de sesión sentados en esta porquería… te la regalo. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Luego se levanta, va hasta un patio interno y se detiene
frente a una puerta cerrada: al otro lado hay una escalera caracol que llega
hasta la cima de la torre municipal. Ahí arriba, como en todas las otras
torres, hay un reloj.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Si querés subí —dice—. Pero vas sola.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La escalera es muy angosta, rechina y se alza en un tragaluz
lleno de caca de paloma. Subo uno, dos, tres, treinta metros y llego, finalmente,
a una reja pequeña. Mide unos ochenta centímetros de alto. La abro. Paso en
cuclillas. Al otro lado hay un búho que me mira con desprecio. Una vez afuera, cerca
del reloj, de pie sobre un colchón de huevos inmundos, es posible ver el pueblo.
El cielo y el pueblo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Todo Laprida entra en el paisaje. Están la iglesia, la plaza;
están los tanques de agua, las antenas; está el cartel de «Casa Silvia», están
los árboles. Está el Centro de Estudios Salamónicos —una construcción
ultramoderna y naranja, diseñada por <st1:personname productid="la Facultad" w:st="on">la Facultad</st1:personname> de Arquitectura de <st1:personname productid="La Plata" w:st="on">La Plata</st1:personname>, que se inaugurará en
un par de meses—, y están los límites: de un lado las casas, del otro el campo.
Y más allá del campo, a un kilómetro, el cementerio y el matadero.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
De lejos, el cementerio parece un edificio normal. Pero de cerca,
no.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Guarango —resume Federico cuando una hora después llegamos al
portal. Y es cierto. La entrada al cementerio es guaranga. Detrás de un
corredor de álamos hay una cruz de <st1:metricconverter productid="27 metros" w:st="on">27 metros</st1:metricconverter>, flanqueada por dos conos inmensos
que parecen comprados en una feria ufológica. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Queríamos hacer un mirador porque la gente llega y se queda
mirando —dice Natalia Sainar, nuestra nueva acompañante del municipio—. A veces
pienso: ni Salamone sabía lo que dejó a la provincia. Ni su familia sabe contar
la historia. Nosotros hace muy poco que nos enteramos de todo esto. Cuando yo
era chica, me traían con la escuela para ver no tanto la obra salamónica como
las cosas que pasaban adentro. Aprendíamos cómo se trabajaba en el municipio.
Conocíamos dónde iban los muertos en el cementerio. Y sabíamos lo de las vacas
en el matadero.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—¿Los llevaban al
matadero? <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Sí. A todos los niños nos hacían ver el carneo de una vaca. Y
de los pollos. No me olvido más de eso. No sé por qué lo hacían.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En la década de 1930, cuando Salamone hizo sus mataderos, la
industria de la carne pasaba por un momento especial: se hacían exportaciones a
gran escala, pero las condiciones de producción eran poco higiénicas y muy
crueles con las vacas. Salamone, por lo tanto, construyó edificios más limpios
y funcionales: estaban recubiertos de azulejos y en el techo —esa era la mayor
novedad— había un sistema de rieles que iba llevando los cuerpos de una
estancia a otra, como si fueran autos en una cadena de montaje. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Hoy, la mayoría de los mataderos de Salamone está en ruinas o fue
reciclada con otras funciones (el de Azul, por caso, hoy es una cooperativa
apícola), y por eso el de Laprida es un edificio especial: allí adentro todavía
se faena. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Vamos a verlo. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Desde afuera el matadero, hoy vendido a un frigorífico, luce
como todos los otros: líneas rectas, molduras cuadradas y una gran torre con
forma de cuchilla despuntando en la entrada. Golpeo una puerta pequeña. Sale un
viejo con delantal blanco y manchado con sangre. Le pregunto si es posible
pasar. Dice que sí con un gesto apaciguado y cordial. Adentro está oscuro y
suena un tema de Marco Antonio Solís. «No hay nada más difícil que vivir sin ti»
escucho, cuando siento que mis pies resbalan y quedo de cara a una escena
grotesca: mientras Marco Solís habla de amor, dos muchachos faenan dos vacas.
Uno le mete una sierra en el esternón. Otro agarra una vaca recién noqueada —aún
viva— y le corta el cuello. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Qué rico —dice Federico. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Lo que hay bajo mis pies es sangre. Yo tengo zapatillas All Stars;
me siento idiota. Camino con cuidado para evitar el resbalón. Todo ahora es
sangre y agua llevándose la sangre, y en el medio de eso están la canción
romántica y «qué rico» y el viejo hablando de la arquitectura del lugar. De los
rieles, de los guinches, del cajón de noqueo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Vos le ponés la corriente así, y cae así, y después la
desangramos por acá...</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Me acerco a la zona de desangrado. A mi lado hay una vaca inmensa
pendiendo de un gancho y con la lengua afuera. De la lengua cuelga un hilo de
saliva que nunca termina de caer. Toco la vaca con el dedo índice: está tibia.
¿Este mi límite? Un pibe se acerca con un balde negro, le hace un tajo en el
vientre y llena el balde con un coágulo rosado. Este, creo, es mi límite. Me
alejo de la vaca a paso lento: no quiero resbalar. Una presencia gruesa sube
por mi cuello. A dos metros de distancia otro muchacho abre otra vaca y deja
caer las achuras y el estómago que —flop— se desploman pesados sobre un balde
gigante. Del cuerpo sale un vapor: el animal, sin piel, aún está caliente.
Marco Antonio Solís sigue hablando de amor pero acá sólo parece haber lugar
para este olor: esta excrecencia húmeda que te llena el cerebro. Es momento de
irme. Patino sobre el agua viscosa. Alguien me dice «es un angus: las negras son
angus» pero yo no entiendo a quién le pregunté qué cosa. ¿Angus? Voy a vomitar.
No hablo. Hago señas: salgamos. El viejo me abre la puerta y afuera está el
aire fresco y —ahhhhhh— algo vuelve a su lugar. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Ahí está el pasto, ahí el cielo, ahí las vacas. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Ahhh.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Nos despedimos del viejo con un apretón de manos. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Todas las vacas que hay por la ruta —se ve ahora, cuando
volvemos en auto y con las ventanillas bajas— no tienen más de cuatro años de
vida. Después las matan.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Vaca, ternera, mulitas, conejo, cerdo: en mi vida le entré a
todo lo que pude —dice Federico—. Igual esto fue fuerte. Una cosa es carnear a
cielo abierto pero ahí adentro… qué olor inmundo. ¿Tenés hambre?</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Miro el campo. La línea interminable.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Sí —contesto.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una vez en Pringles, vamos a una parrilla y pedimos asado. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Está rico.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<b>Pringues, Saldungaray. </b>Es
el tercer día de viaje y ya vimos tanto municipio, tanto cementerio y tanto
matadero que todo empieza a darnos más o menos igual. Luego de almorzar paseamos
un rato —por el municipio, por el cementerio, por el matadero— y nos vamos de
Pringles porque antes del anochecer hay que pisar Saldungaray: una localidad de
1400 habitantes donde se levanta el cementerio más famoso de Francisco
Salamone. En las fotos se ve una inmensa rueda de cemento de la que sale, como
una criatura en el canal de parto, la cabeza de un Cristo. Pero una cosa es la
foto y otra cosa es, en fin: otra cosa es esto. Si en Azul el cementerio
remitía a la condena de la muerte, en Saldungaray la sensación es otra: esto es
lisérgico. Esto es una broma divina.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Yo he escuchado gente que me ha dicho: «A mí me gustaría
morirme en el cementerio de Saldungaray». O dicen «cuando nos vayamos a la
rueda grande…» para hablar de la muerte. Con este tamaño, también, de qué
querés que hablemos.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El que habla es Daniel Olgiati, delegado municipal de
Saldungaray: una localidad que cinco años atrás figuraba en los registros como «pueblo
en extinción» y que ahora, gracias a este monumento inconcebible, está
planificando la inauguración de un Centro de Estudios Salamónicos ultramoderno
y naranja. Ya lo han construido. Faltan pocas cosas. Por eso Delia Esther
Gómez, una mujer enjuta y perfumada, secretaria de Turismo de Saldungaray, nos
saca del cementerio y nos lleva a ver las dependencias con incredulidad y orgullo:
ella, Delia Esther Gómez, atenderá a los turistas detrás de este mostrador. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Está linda tu oficina che —dice Olgiati mientras mira los
cerámicos como si fueran agua del Caribe. En rigor, la oficina de Olgiati
tampoco está mal: está emplazada en la delegación municipal —Saldungaray es tan
chico que no tiene municipio propio—, está iluminada por un artefacto
salamónico —una suerte de ovni suspendido en alturas—, y hasta los mingitorios
están diseñados por la misma mano que hizo todo lo demás.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Este pueblo alguna vez fue un pueblazo —explica Olgiati un
rato después, mientras sale del baño. Décadas atrás, dice, el lugar tuvo varias
expendedoras de combustible que, sumadas a la producción agrícola,
transformaban la zona en un lugar con posibilidades de progreso. Pero el cierre
de ferrocarriles también terminó con esto. Hoy, el cementerio de Saldungaray
resume todo aquello que Saldungaray podría haber sido. Pero no lo hace con
vocación amarga sino con un exceso festivo: el portal insólito, redondo,
macizo, es para Saldungaray una razón de orgullo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Yo soy feliz acá —dice Olgiati—. Si me olvido la bici o la
garrafa afuera no pasa nada. Jamás hubo un robo a mano armada en la historia
del pueblo. Y si falta algo ya se sabe quién robó. Hay dos que se roban los
corderos todo el tiempo. Cuando uno duerme, el otro va y se lo saca. Siempre es
el mismo cordero que va de un lado para otro. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Caminamos por la plaza. No hay gente. Las hojas de los árboles
existen de un modo tan dulce que conmueve. Quiero sentarme a mirar. Pero Delia
Esther Gómez insiste en que tenemos que entrar en la iglesia. La parroquia,
dice, tiene la única Virgen en posición de reposo del mundo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La trajeron de Lyon, Francia —dice Gómez—. Y está en el
instante mismo de ascender al cielo. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Los cuatro, de pie, ahora, en una misma línea, miramos a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> largamente.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Yo creo que se aburrió y por eso se acostó —dice Olgiati. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Ojo: fue Olgiati.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<b>Tornquist. </b>Ceno
sola en Tornquist, a minutos de Saldungaray. Federico se fue a visitar a un
amigo. En el restaurante somos tres comensales, un mozo y un televisor. Vemos <i>Soñando por Bailar</i>. Los gritos de
Mariano Iudica, el conductor, no son normales. Afuera hay una noche negra y
fría, y la luz de los faroles forma sombras largas sobre las calles de tierra.
Adentro el mozo —la nariz roja de vino— me sirve la cena en un mantel a
cuadros. Como.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<b>Carhué, Epecuén,
Guaminí, la ruta. </b>Amanecemos en Tornquist —donde también hay un municipio,
un matadero: cosas— y en este último día vamos a Carhué y Epecuén: dos
localidades separadas por dos kilómetros de distancia que tuvieron su época de
gloria y que se desplomaron de un modo inaudito. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La historia de Carhué y Epecuén, ubicadas en el partido de
Adolfo Alsina, es única. Hasta mediados de la década de 1980 la zona, lindera
al lago Epecuén, era el polo de turismo termal más fuerte de la provincia y uno
de los más importantes del país. Las fotos de ese entonces muestran complejos
hoteleros con piletas, toboganes de agua, niños, ancianos y famosos —Sandrini,
Mirta: esa gente— que se divertían sin imaginar que todo eso se esfumaría del
mapa. Por cuestiones de negligencia el 10 de noviembre de 1985 una represa se
rompió. Y en apenas una semana todo Epecuén quedó hundido bajo siete metros de
agua. Las personas debieron abandonar sus casas. Las empresas hoteleras
desaparecieron. Hubo que contratar buzos para que fueran al cementerio a sacar los
muertos. Y todo, más allá de los esfuerzos, se hundió.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
De esa catástrofe tengo dos fotos: una de ellas muestra un
Cristo crucificado saliendo de las aguas y rodeado de árboles greñosos que se
sacuden con el viento. Y la otra muestra la cuchilla de un matadero emergiendo
de la inundación. Ambos —el Cristo y el Matadero— son de Salamone. Y quisiera
verlos. Para eso nos detenemos antes, buscando orientación, en el Municipio de Adolfo
Alsina, que también fue hecho por Salamone. Entramos al edificio y en la sala
principal ocurre lo de siempre: un funcionario nos intercepta y nos lleva de
recorrida, y en algún momento —esto es lo nuevo— nos presenta a un hombre, David
Abel Hirtz, el intendente de Adolfo Alsina, que saluda y ofrece asiento.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Vos ponete acá —me dice. Se acomoda el saco. Aparece un
fotógrafo. Siento un flash. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Hemos perdido un pueblo y ningún gobernador lo advirtió; lo
que pedimos es que digan que estamos vivos —dice Hirtz—. Se creyó que habíamos
desaparecido pero no: hay instalaciones muy modernas acá. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El secretario de Hirtz agarra mi cámara pocket y toma varias
fotos del encuentro. La charla dura cinco minutos. Me quedo con quince fotos en
mi cámara, catorce de Hirtz y una de un busto de San Martín. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Nos vamos.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En la calle, dos funcionarios de la intendencia nos esperan
para acompañarnos a Epecuén. Son cinco minutos en auto que marcan la distancia
entre un pueblo —Carhué— y un espectro. Epecuén es un cementerio a cielo
abierto. Todo está lleno de escombros —restos de casas, muebles, rejas— y
árboles erguidos: cientos de árboles quemados por la sal, buscando el cielo
como quien pide socorro.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En el medio de ese desamparo están el Cristo, en un muelle, y
el Matadero: una sobrecogedora muerte arquitectónica. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Hoy los chicos suben sus fotos en el matadero a Facebook:
está lo suficientemente hecho pelota para tener gracia —dice Javier Andrés,
director de Turismo de Adolfo Alsina. Pero no ríe. Adentro del edificio hay
escombros, vidrios, mierda y palomas: un aleteo macabro que parece el eco de un
desastre remoto. Algo de todo esto —los restos, las ramas, la infinita soledad
del agua— empieza a doler un poco.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Nos vamos.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Nos vamos por las dudas.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Pablito, acá te habla el Chancho, quiero darte unos besos:
¿Dónde comemos?</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una vez en la ruta, Federico organiza un almuerzo con Pablo
Ledesma, el director de Turismo de Guaminí: un pueblo con cuatro lagunas, una
hotelería en crecimiento y un director de Turismo que se esfuerza por separar a
Guaminí de la tragedia de Epecuén, y por llevar a Guaminí a los diarios
nacionales.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La verdad que nadie quiere bañarse en un cementerio, por eso
la gente elige venir acá —dice una hora después Pablo Ledesma. Ahora estamos en
una parrilla. En seis horas deberíamos llegar a Buenos Aires y yo, noto,
necesito empezar a irme. Mientras Federico se zampa un asado, Ledesma habla de
Guaminí y explica su estrategia para levantar el pueblo: para los carnavales —cuenta—
trajo a Pablo Ruiz, Marixa Balli, Marcela Tauro y Alejandra Pradón. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La gente de por acá no había visto un famoso —dice y mastica—.
Marixa, espectacular: en pelotas con el frío que hacía; una profesional. Tauro
me generó notas en Intrusos y en Radio 10 y a mí me sirve para que sepan que
existe Guaminí porque nosotros no somos como ustedes, que se los cruzan por la
calle. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Guaminí tiene 2500 habitantes. Y tiene, también, sus obras
salamónicas: un edificio municipal y un matadero que Ledesma se empeña en mostrar
pero que yo me niego a ir a ver. Nos levantamos de la mesa, nos despedimos:
Federico y Ledesma se dan unos besos. Luego subimos al auto y las horas van
pasando lentas y entibiadas por el sol de abril.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿De qué habrá muerto Salamone? —pregunta en algún momento Federico,
mientras volvemos a Buenos Aires. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
«De cansancio» pienso. Pero no sé qué respondo. Ya no quiero
hablar. Por la ventanilla se ve un campo rectilíneo y menguante; una llanura que,
de no ser por las vacas, se parece bastante al cementerio donde finalmente fue
enterrado Salamone: quince años después de su muerte, la familia decidió
meterlo —qué ironía— en un bonito Jardín de Paz. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Me distraigo pensando en esta y en alguna otra cosa, y después
—mirando el paisaje— me duermo.</div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-indent: 35.4pt;">
<o:p><br /></o:p></div>
<div>
<br /></div>
<div>
<i><span style="font-size: x-small;">* Texto publicado a mediados de 2012 en la revista Orsai.</span></i></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-42831043331722076972014-06-19T04:58:00.001-07:002014-06-19T05:11:09.937-07:00Un sueño<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19.31999969482422px;">Sueño que tengo que hacerle una entrevista a Diego Maradona. La entrevista está pautada en un hotel de lujo, en una habitación donde se dispuso un escritorio iluminado por una luz cenital. Llego y Diego está sentado a un lado del escritorio, vestido con traje y corbata. Yo también estoy formal, especialmente bien vestida: parezco Melanie Griffith en Secretaria Ejecutiva. Incluso llevo tacos. Alrededor hay gente de producción ultimando detalles. Los miro satisfecha: me gusta q</span><span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19.31999969482422px;">ue sea todo tan profesional. </span><br />
<span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #141823; display: inline; font-family: Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19.31999969482422px;">Minutos antes de empezar la entrevista, Diego dice que tiene que hacer algo. Serán sólo unos minutos: a las siete de la tarde empezamos. Yo aprovecho para ir a comprar pilas. Bajo a la calle. Afuera es el barrio de Once en hora pico. Me apretujo entre la gente hasta llegar a una ferretería que hace las veces de librería. Pido pilas y, ya que estoy, compro un mapa para mi hijo en la escuela. El vendedor me trae un mapa mal arrancado y arrugado.<br />—Igual sirve –me dice.<br />Miro el papel.<br />—Esto es impresentable —se lo devuelvo y me voy. Siento que triunfé. Camino hasta otra librería —no sé si consigo lo que buscaba— hasta que finalmente subo al hotel porque son las siete de la tarde, la hora de la entrevista. Cuando subo la habitación está en penumbras, aunque la luz del escritorio sigue encendida. No hay nadie pero escucho un ruido de agua en el baño. “Es Diego que se está lavando las manos: ya empezamos”, pienso. Pero se abre la puerta y no sale Diego sino una señora asexuada y con cara de asistente eficaz. Después aparece un varón alto y atlético: es el productor general.<br />—Lamentablemente Diego tuvo que irse de urgencia a Mar del Plata —me dice. Él y la asistente me miran con cara de “qué macana”. Yo los miro. Siento que los ojos se me inyectan de sangre.<br />—¿¿¿Y entonces??? —digo.<br />—Bueno —dice él—. Capaz que podemos conseguir por millaje algún pasaje para que vayas.<br />Habla como un vendedor de chucherías. Siento que la ira se me sube a las mandíbulas. Entra en escena una nena de tres años y rulos castaños. Es la hija del productor. La alzo. La dulzura de la nena matiza mi odio. Miro al productor y a la asistente.<br />—Acabo de perder tiempo —digo. Prosigo con falsa serenidad, y a gritos: —Y YO NO TENGO TIEMPO.<br />Después miro a la nena: es hermosa. Me alejo con ella a upa, la acaricio.<br />—¿Te gusta tu pelo tan lindo? —le digo.<br />La nena levanta una mano y hace la señal de “maso”.<br />“Sos mujer”, pienso. “Vas a sufrir”.<br />Y así termina el sueño.</span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-78572290039786147422014-06-06T08:55:00.002-07:002014-06-06T14:23:05.382-07:00Un buen trabajo*<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">En estos días en los que se habla de derechos laborales. De las mujeres que ganan en promedio un tercio menos que los hombres que ocupan igual cargo, y de las dificultades de las ejecutivas para ocupar roles gerenciales, y de las amas de casa que trabajan gratis, pues vivir para el hogar parece ser -según la fantasía de algunos- una especie de placer imposible de ponderar con dinero. En estos días en los que el 1 de mayo nos enfrenta al problema del empleo y de sus dignidades, y en los que las publicaciones femeninas suelen hacer un relevo de la situación laboral de las mujeres; en estos días, en fin, subo a mi escritorio y miro el jardín, y me siento con la luz del día sobre la espalda -y es una luz de domingo aunque hoy sea martes- y tomo el primer té de la mañana y pienso que el trabajo es también, a veces, cuando no media una situación social injusta y cuando los pedazos rotos de la vida propia se acomodan, esto: un lugar feliz del que poco se habla; la bota de siete leguas con la que intentamos achicar el mundo.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hay gente que ama trabajar.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hay gente que trabaja como si navegara después de todas las tormentas.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hay gente que transpira de felicidad cuando trabaja, y que no se baña cuando trabaja, y que en ciertos casos siente un vértigo en el corazón cuando trabaja, y que se entrega -esto puede ocurrirle a un escritor- a la luz macilenta que sale de la pantalla a sabiendas de que con ese albur alcanza para iluminar los bordes de una idea.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hay gente que sueña con soluciones de trabajo así como yo sueño con un párrafo o con el ensamble entre dos párrafos complejos, y que entonces se despierta y dice «es esto y no otra cosa» y que después vuelve a dormirse. O no vuelve a dormirse. O, en cualquier caso, deja de pensar en dormirse porque su alma está tranquila: ha logrado construir algo. Se ha construido a sí misma.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hay gente que trabaja para salir de callejones sin salida, y que trabaja como ganapán pero también como ejercicio espiritual, como pregunta insospechada, como conjuro a tiempo para que la nebulosa de los días se condense en una línea, en un cuerpo personal, en algo nítido que responda a la palabra «yo» y que no sea la suma ni la síntesis de ninguna otra cosa («donde quiera que esté/ soy lo que falta» escribe Mark Strand y es eso lo que quiero decir).</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hay gente que trabaja para dar a luz todos los mundos concebidos en la infancia y para matar ciertos fantasmas de la infancia y para hacer de la infancia, por qué no, algo presentable que luego pueda contarse a los hijos. Y sobre todo a uno mismo.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hay gente que trabaja como si no hubiera hijos ni cuentas por pagar ni reivindicaciones de género ni vida planetaria por delante: trabajan erizados y sin fe, con una temeridad inexplicable y alumbrados por algo que no es la luz del día sino de un relámpago: un refucilo violento en el que todo se revela y en el que puede verse, por un instante, la ley primigenia que permite que el relámpago exista.</span><br />
<br style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;" />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;">Hay gente que trabaja para encontrar esa ley. Y es por eso que no se me ocurre -junto con el de amar- otro ejercicio más noble sobre la faz de la Tierra («No me gustan las personas que se jactan de trabajar penosamente. Si su trabajo fuera tan penoso más valdría que hicieran otra cosa. La satisfacción que nos proporciona nuestro trabajo es señal de que supimos elegirlo», dice Clarice Lispector y es eso, finalmente, lo que quiero decir).</span><br />
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 19px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #3a3d42; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 19px;"><i><span style="font-size: xx-small;">* Publicado en la revista Ya, del diario chileno El Mercurio.</span></i></span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-82174251748563481402014-04-18T09:17:00.002-07:002014-04-18T11:37:38.930-07:00Gabo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiTpXr3jKAdSQ1t7AIkAKnr6WzhjKrBObNOECSY8dAk9GF_AeIlBD-gZr5eK6Agp5RoOraIAhKWeoOT7wG0h8rlFTAFhwxD0s9FyZusSu_Gp4e0nSdGA8csBg44QAhjNlpQwWq-nD4lH4o/s1600/gabo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiTpXr3jKAdSQ1t7AIkAKnr6WzhjKrBObNOECSY8dAk9GF_AeIlBD-gZr5eK6Agp5RoOraIAhKWeoOT7wG0h8rlFTAFhwxD0s9FyZusSu_Gp4e0nSdGA8csBg44QAhjNlpQwWq-nD4lH4o/s1600/gabo.jpg" height="192" width="320" /></a></div>
<br />
<br />
Holden
Caulfield, el protagonista de <i>El guardián
entre el centeno</i> de J. D. Salinger, tiene esta imagen sobre el hecho
literario: «Los libros que de verdad me gustan —dice—
son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy
amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras». Pensé en Holden la
noche del 30 de agosto de 2004, hace ya diez años, cuando Gabo se acercó a mi
mesa —estábamos en una gran cena en Monterrey, México— me pasó un brazo por los
hombros, bebió un sorbo de whisky y se puso a hablar de su vida de pareja —y a
preguntarme por la mía— como si fuéramos viejos conocidos. Si hubiera podido,
habría corrido a contarle a Holden Caufield todos los detalles de ese encuentro.<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Gabo tenía
el cuerpo menudo y el saco siempre arrugado, y se movía de un lado a otro como
si fuera un pato: pechito y culo orgullosos, pasos cortos, las puntas de los
pies apuntando levemente hacia fuera, y una rara y conmovedora forma de mirar.
Gabo fruncía los ojos como si todo le produjera asombro o
desconcierto. Fue así, como un animal joven que recién descubre el
mundo, que se acercó por primera vez a quien entonces era mi marido —Juan— y a mí.
Era el mediodía y estábamos en un pasillo de hotel. A través de sus anteojos de
marco negro y grueso, Gabo se nos quedó mirando como si fuéramos dos insectos. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Y tú… </span>—se dirigió a Juan— ¿Tú qué has hecho para merecer a esta mujer?</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Eso es lo
único que dijo. Mientras yo tomaba nota de esta frase —nada mejor que citar a
Gabo en una discusión doméstica— unas personas le festejaban el chiste. Gabo
raramente estaba solo. Fuera de su casa casi siempre estaba acompañado con o
contra su voluntad. Días después, su mujer, Mercedes Barcha, diría con cierto
tono de hartazgo que en el Distrito Federal, adonde se habían mudado hacía ya cuarenta
años, no podían ni siquiera salir a tomar un café en paz. Por ese motivo
preferí no acercarme a ellos por el resto del día. Hasta que en la noche,
durante una multitudinaria cena organizada por la Fundación para un Nuevo
Periodismo Iberoamericano, Gabo vino con un vaso de whisky en la mano. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—¿Qué
pasa que no has venido a saludarme? —dijo y me abrazó. Contesté pavadas y él
arremetió con su tema preferido. —¿Y cómo se llevan ustedes? —nos miró a mi
marido y a mí.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Bien. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Yo hace cincuenta
y dos años que estoy casado… y nunca un altercado, una pelea. Nunca.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—¿Nunca-nunca?<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Bueno,
un vete a la mierda sí, todo el tiempo. Pero peleas de esas que estás días sin
hablarte, jamás.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—¿Cómo
hace?<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Yo creo
que la clave es que Mercedes nunca me hizo caso en nada.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Llamó a
Mercedes para presentarla. Mercedes lo miró y no se movió. Mercedes era —es—
una mujer de cuerpo rotundo, facciones anchas y carácter presumiblemente
fuerte. Mercedes siempre cuidó de Gabo. Y a Gabo también lo cuidó siempre Jaime
García Márquez, su hermano sesentón: un tipo achaparrado, de cráneo perfectamente circular y
ojos rojos por la alergia («Mi mujer es fanática del aire acondicionado, pero a
mí me deja ciego»), y dueño de un fanático sentido de la hospitalidad. Jaime es
subdirector administrativo de la Fundación, pero parecía haber ido a Monterrey
con un único objetivo: hacer sentir cómoda a mi mamá. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Porque mi
mamá, Lidia, también había ido. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Me dieron un premio por entrevistar a una
secuestradora, y vengo con mi mamá </span>—le dije a Jaime apenas lo conocí. No lo dije
en chiste.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Anda, ¿y
eso qué tiene de malo? —Jaime abrió sus ojos alérgicos; tomó a mi madre de la
mano—. Yo vengo de familia de once hermanos; para nosotros, la madre es
sa-gra-da.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Desde entonces,
Jaime incluyó a mi mamá en todos los planes. Temí que ella terminara hablando
en algún foro periodístico. La apoteosis llegó una tarde, horas después de la
entrega del premio. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Y ahora,
Lidia… la foto con Gabito.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—No, Jaime.
Este es mi límite —dijo mi mamá con su tono pausado de psicoanalista. Sé que en
el fondo estaba desesperada. <i>Gabito</i>
estaba en el ojo de la tormenta: a su alrededor había decenas de fotógrafos,
luces y gritos de celebración.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Te estoy
ofreciendo lo más preciado de la familia, por Dios —Jaime la tomó de la mano,
otra vez—. A-ho-ra-la-fo-to-con-Ga-bi-to. Ven.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Mientras
la arrastraba, Jaime intentó convencerla con una historia: <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Resulta
que una vez estábamos con Gabito en Nueva York, en el pub ése donde Woody Allen
toca la trompeta. Allí adentro no se puede sacar fotos, básicamente porque no
se le puede sacar fotos a Woody Allen, pero igual yo me llevé una cámara a
escondidas de Gabo, porque nunca se sabe. Esa noche, una vez terminado el <i>chow</i>, Gabo se acercó a Woody Allen para
saludarlo. Se estrecharon manos, se sonrieron, hablaron, todo lo que tú ya
sabes. Gabo me había advertido que no sacara ninguna foto, bajo <i>ningún</i> concepto, pero yo igual tomé la
cámara, apunté… y no me animé. A la salida del sitio Gabo casi me destroza: «¿Pero
por qué no tomaste la foto?», me increpó. «Porque si llegaba a tomártela te me
venías encima» le digo. «Y sí, Jaime, te hubiera gritado, ¡pero la foto ya nos habría
quedado hecha!».<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
De los once hermanos que son los García Márquez, el mayor para
ese entonces ya había muerto. Gabo era, en aquel momento, el más grande de
todos los vivos. Durante un viaje en auto, alguien de la Fundación me había dicho que
ese 2004, por primera vez, había visto a Gabo viejo. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—A todas las personas, en
algún momento que puede ser un mes o una semana, es como que se les oficializa
la vejez: algo así habrá pasado —dijo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
No quedaba claro si Gabo estaba enterado de que se había hecho
viejo. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una mañana, a la hora del desayuno, lo encontré a Jaime en el
hotel. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Quieres desayunar conmigo? Porque quedé con Gabito a las ocho de la mañana, pero ya me han contado que
anoche, a las tres de la madrugada, le estaban abriendo otra botella de whisky,
así que no va a llegar al desayuno.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El whisky era una de las tantas complicidades entre Gabo y Mercedes. Otra era
la danza. La noche anterior habían estado hasta el alba bailando en una disco
llamada <i>Skandal</i>. Alguien había puesto
cumbia y ambos se habían puesto de pie y habían empezado a moverse bajo las
leyes de un ritmo cadencioso y privado: él la abrazaba sin tocarla; ella giraba
y se movía contoneando lentamente el culo. Yo entonces tenía 29 años y me fui de
Skandal antes que ellos. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
A la mañana siguiente —segundos después de que Jaime se levantara,
preocupado, para ir a ver a su hermano— llegó Mercedes. Tenía bolsas
pronunciadas en los ojos; el andar cansado.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Puedo desayunar aquí? —preguntó con una cortesía extraña: nadie
se hubiera atrevido a responder «No».</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Por supuesto.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<span lang="ES-TRAD">Hasta
las cuatro nos quedamos anoche… —dijo mientras desplegaba el diario
distraídamente, y pedía un café, y se corría un mechón de la cara y decía, con
un gesto de sorpresa adormecida: «Pues mira». Gabo y Mercedes estaban bailando
en la tapa del diario <i>Reforma</i>. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Salimos
poco. Pero cuando salimos es siempre así. Los fotógrafos. La gente. Y ahora… ya
ves, tenemos la maleta llena de libros. La gente nos ve y nos da libros. No sé
qué esperan de nosotros.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Ese día, 2
de septiembre de 2004, era el último de aquella gira de Gabo por Monterrey. Y en
su plan de actividades previas al avión estaba la asistencia al último seminario
de todo el viaje: un encuentro en el que finalistas y ganadores de los rubros
de Texto, Fotografía y Homenaje contaríamos ante un auditorio cómo había sido
la realización de nuestros trabajos. Gabo asistió al seminario con una pequeña
valija; no hizo preguntas. Nunca, a lo largo de los varios encuentros, hizo
preguntas. Como si el bulto de periodistas fuera uno de los pocos lugares en
los que él podía desaparecer. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Al rato
de iniciado el seminario alguien se acercó y le dijo algo al oído. Gabo se puso
de pie y explicó que tenía que volver al Distrito Federal. Habrán sido dos o
tres segundos de silencio; después llegó el aplauso interminable. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Nos miró
a todos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">—Me van a
hacer llorar —dijo. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span lang="ES-TRAD">Luego dio
la vuelta y se fue con su andar de pato, mirando a los costados con un </span>gesto
enardecido y joven, como si estuviera viendo, por primera vez, la forma y el
color de los aplausos.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-55531208478866971562014-04-06T00:13:00.000-07:002014-04-06T00:21:51.960-07:00OPERACIÓN DE UN GATO<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: Arial, sans-serif; font-size: 14pt;">Cazaste
un pájaro</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">las
plumas en la boca<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">y
el pájaro a los pies<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">dan
fe<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">de
tu corazón de bestia.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">Ahora
hundís el morro<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">en su pecho<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">ponés
empeño y juventud<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">lo
desgajás <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">como
a una almohada<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">con
tus dientes de aguja<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">y
tu lengua rosada que después <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">me
lame.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">Gata
zombie<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">peluche
sangriento<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">mascotita
en trance<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">te
espío por la ventana:<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">ciega
de instinto<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">estornudás
<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">el
aire se llena de partículas <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">de
pájaro<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">y
volvés a aplicarte<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">como
un relojero <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">como
un orfebre,<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">por
turnos<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">masticás
tendones <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">tripas
finas, garras<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">músculos
delgados<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">como
pétalos,<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">mordés
la cabeza<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">la
arrancás del cuerpo<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">con
tenacidad <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">con
destreza,<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">te
tragás los ojos<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">que
quizás expulses<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">por
tus intestinos<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">y
das por concluida<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">la
faena. Te miro<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">lamiéndote
el morro <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">satisfecha<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">golosa<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">limpiando tus patas<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">como
un artista que lava<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">sus pinceles.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">Solo
quedan a tu lado<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">las
alas, gata poeta<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">gata
maravilla:<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">dejaste
las alas<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;">para
que se pudran en la tierra.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;"><a href="https://www.facebook.com/josefina.licitra/posts/10201685119663592?notif_t=like"></a><o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Arial","sans-serif"; font-size: 14.0pt;"><a href="https://www.facebook.com/josefina.licitra/posts/10201685119663592?notif_t=like"></a><o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-62443495594434238932014-03-27T19:43:00.002-07:002014-03-27T19:43:51.401-07:00Plantar un árbol<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Muriel decide comprar un limonero. Camina un kilómetro hasta el vivero para elegir y llevarse la planta. Se queda con la única que tiene un limón colgando: es esmirriada pero tiene garantías. Paga. Un empleado lleva el limonero a la calle. Muriel queda de pie con el árbol a su lado y espera un taxi. Algunos pasan de largo hasta que uno finalmente se detiene.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—¿Y cómo pensás hacer? —dice el hombre, con un rictus de burla. Muriel lo mira como si estuviera midiendo algo. Le ofrece más dinero del habitual y le dice que va a meter la planta de costado, con las ramas saliendo por la ventanilla baja. El conductor acepta de mala gana; ella acomoda todo y arrancan. El auto va a buena velocidad por una calle empedrada. Muriel mira por la ventanilla: el único limón salta enloquecido y en cualquier momento se desprenderá del tallo. Saca la mano y lo sostiene. Viaja diez minutos con la mano afuera sosteniendo el limón como si fuera la llama olímpica, pero sin fuego.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Llega a destino con un dolor en el brazo. Baja la planta como puede y la arrastra por la casa hasta el jardín. La deja. Enciende un cigarro y sube la escalera hasta su escritorio. Debe trabajar. Empieza a corregir un manuscrito de autoayuda titulado <i>Desapegarse sin anestesia</i>, pero deja un signo de interrogación en torno a la palabra «sin» y pasa a otra cosa. Ve televisión todo el día hasta quedarse dormida.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
A la mañana siguiente desayuna, toma una pala, camina hasta el fondo y empieza a cavar con fuerza. Lo hace durante media hora; no luce cansada. Mientras cava encuentra las raíces gordas y blancas de una rosa china que alguna vez tuvo, y que hubo que sacar. Ve gusanos, lombrices y arañas. Parece pensar en sí misma. Hacer un pozo es como subir una montaña.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Después deja todo abierto y vuelve a trabajar. Quita el signo de interrogación en torno a la palabra «sin». También hace otras cosas. Atiende el llamado de su hermana.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—Compré el limonero —le dice.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—¿Voy?</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Muriel responde que no. Corta y mira el jardín por la ventana: el césped está dispuesto como esas doncellas que esperan al rey en la cama. Muriel se sienta en una escalera externa –la que va al escritorio- enciende un cigarro y ve el atardecer. El cielo está lleno de edificios: parece el horizonte de un juego de tetris. Aunque no hay colores. Ya es la noche.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Muriel baja a oscuras hasta la biblioteca, enciende una luz y toma el cofre. Está apoyado sobre unos libros de fotografía de tonos vibrantes. El cofre es de una madera barata y liviana. Lo sostiene con la mano; podría sostenerlo con un dedo. La fragilidad de esa cosa la hace temblar.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Veinte días atrás Muriel vio a su gata respirar con dificultad. Cada exhalación era como un fuelle que cerraba sus pliegues para siempre. La metió en un bolso y la llevó a la veterinaria. Cuando la sacó y la acomodó en la camilla la cara de la gata estaba deformada: era el rictus de un animal desahuciado. Babeaba. Le pusieron oxígeno y le dieron inyecciones, quién sabe de qué. Pero no funcionó. Unos minutos después la gata empezó a retorcerse enloquecida y a querer quitarse la máscara. Clavó las uñas en la mano de la veterinaria.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—¡Tómela fuerte! —gritó la mujer— ¡Se está ahogando!</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Muriel no entendió. Estaba aturdida. Tomó a la gata con fuerza pero encontró un animal de ojos secos que había dejado de pelear. ¿Había muerto? Se llamaba Cati: el nombre más tonto del Universo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Muriel había conocido a Cati diecisiete años atrás. Ella —Muriel— tenía veintiuno, vivía sola y no quería llegar a su casa y que no hubiera nadie para recibirla. El primer día que se vieron Cati tenía una pulga caminándole por la frente. Muriel la limpió, la vacunó, la alimentó. Vivió con ella durante dos convivencias, dos separaciones y tres noviazgos frustrados. A Muriel le gustaba decir que Cati y ella habían vivido nueve vidas juntas. Pero pasados los treinta años ese chiste le provocaba tristeza.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—Cati —dijo Muriel frente a la camilla. La soltó lentamente, con estupor. Se sentó en una silla y se miró las manos.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—Hay que resolver lo del cuerpito —escuchó. Muriel alzó la cabeza. La veterinaria tenía los dientes rubios de nicotina; movía la boca. —Quiero decir: podés dejarla acá y nos encargamos nosotros, podés llevarla en una bolsa o podés cremarla.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
No iba a dejarla ahí. Tampoco iba a cargar el peso de su gata muerta. Eligió cremarla.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—¿Querés las cenizas o las dejás allá? Es un tema de precio, viste.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
¿«Allá»? Muriel firmó y pagó para que le llevaran las cenizas a la casa. Se despidió de la veterinaria sin tocarla y se fue con el bolso vacío en una mano. Lloró, tomó un diazepam, durmió. Al día siguiente se sentó a trabajar. <i>Desapegarse sin anestesia. </i>Puso un signo de interrogación sobre la palabra «desapegarse» y se fue a fumar a la escalera. Las cenizas no llegaban. Tampoco llegaron el día posterior. Al tercer día Muriel llamó a la veterinaria y le explicaron que ellos subcontrataban el servicio. Le dieron el teléfono de la empresa encargada de las cremaciones de mascotas. Muriel llamó y la atendió un hombre de voz áspera, humeante.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—Esto no es en el acto, señora. Acá el trámite toma entre diez y veinticinco días.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—Dónde está mi gata.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—Está con nosotros.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Muriel se largó a llorar. Volvió a preguntar dónde estaba su gata y le hablaron de cámaras frigoríficas. Muriel imaginó a Cati congelada o pudriéndose en una bolsa de plástico oscuro.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—Esto es una estafa —gritó. Luego cortó y se quedó mirando el teléfono.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Tomó otro diazepam. Durmió. Soñó que quedaba encerrada en un galpón con gente y que alguien le decía «¿es tu primera vez en Auschwitz?». Se despertó sobresaltada. Alguien estaba tocando el timbre. Llovía. Muriel abrió en piyama. Un hombre bajó de una camioneta y desde adentro del impermeable estiró los brazos y habló.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
—Las cenicitas —dijo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm;">
Ella recibió el cofre, entró a la casa y se quedó de pie en el salón. No sabía qué hacer con eso. Lo puso en la biblioteca, donde quedó varios días. Luego compró el limonero y cavó este pozo que ahora palpita como el vórtice de una desgracia. Muriel toma el cofre y un destornillador, y va al jardín. Se arrodilla en la noche, se pone una linterna entre los dientes y desmonta la tapa. La abre esperando una luz o una revelación, pero sólo hay un polvo plateado y lunar: cenicitas.</div>
Las tira en el pozo y despide a su gata murmurando algo. Después acomoda encima la planta de limón y la completa con tierra para que esté firme. No piensa en los ciclos de la muerte y de la vida, ni en ninguna otra cosa. Sólo piensa en la palabra «anestesia», y en la necesidad de una lluvia.Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-48381308325826556062014-03-18T13:57:00.001-07:002014-03-19T11:43:46.681-07:00UstedEstoy en un hospital público de Tucumán. Vine a ver a una chica que fue internada por riesgo de parto prematuro. Me acompaña la madre de la chica; la futura abuela del bebé. Caminamos por el hospital hasta llegar al área de maternidad. El hospital es macizo y frío. Las paredes están sucias y llenas de ecos. En la puerta de ingreso a la maternidad hay un guardia con borcegos robustos.<br />
-Vengo a ver a mi hija -dice la madre.<br />
-Msfñsjkesperequestánlosmedicosmsflf -dice el guardia. "Espere que están los médicos" quiso decir. O quiso no decir. El guardia no levanta la vista de su teléfono móvil.<br />
-Pero mi hija no tiene cuidadora, necesito entrar -dice la madre.<br />
-Msfñsjkesperequemsflf -dice el guardia.<br />
-¿Qué? -dice la madre.<br />
Silencio.<br />
-Míreme cuando le hablo que yo a usted no le falto el respeto.<br />
-Msfñsjksmsflf.<br />
-¿¿¿Sabe qué???<br />
La madre empieza a los gritos. Dice las palabras "denuncia", "causa" y "penal" como quien tira disparos en la noche, y se va por una escalera.<br />
Se acerca al lugar una mujer de seguridad: los mismos borcegos. Inmensos.<br />
-Qué pasó -dice.<br />
-Que la señora no respeta las normas -dice el vigilante.<br />
-Eso no es cierto -digo yo-. Usted la trató con desprecio. Usted jamás levantó la vista del teléfono.<br />
-Ella me habló mal -dice él.<br />
-Ella le habló normal -digo yo.<br />
-Y usted para qué está -me pregunta la vigilante.<br />
Le explico que vine a ver a una chica internada.<br />
-No es horario de visita -dice la mujer.<br />
-No tiene quién la cuide -digo yo.<br />
-Bueno, si se queda de cuidadora no se puede mover por cuatro horas.<br />
-Me quedo entonces de cuidadora.<br />
La vigilante me mira. Estira un brazo. Hace un círculo amplio y lento con el dedo índice.<br />
-Usted va a dar tooooda la vuelta y va a ir a una sala de espera. Ahí va a esperar. Y cuando yo la llame usted va a poder pasar. Y va a poder pasar si YO decido que la chica necesita una cuidadora.<br />
La miro.<br />
Me retiro.<br />
Doy toda la vuelta.<br />
Tomo asiento en una sala llena de mujeres pobres e ignorantes a la espera de que otra mujer pobre e ignorante las señale con el dedo y diga: Usted.<br />
Y así pasa la tarde.Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-48956932635728896742014-03-17T16:45:00.001-07:002014-03-27T17:55:14.098-07:00Lamparitas<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhaREwq3WRwHeLW4BnL4aEjcp915kFtdJiH-EgcEKJmhGKRkH88oyRgdQHZisyFwBSpY4VhwlK58SWs_1AbjRZ1fHWAbmjh4KopqZoZsoXL2z12N1zzpgRjxg8MoeMcfBEqyzU_w650zbg/s1600/lamparitas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhaREwq3WRwHeLW4BnL4aEjcp915kFtdJiH-EgcEKJmhGKRkH88oyRgdQHZisyFwBSpY4VhwlK58SWs_1AbjRZ1fHWAbmjh4KopqZoZsoXL2z12N1zzpgRjxg8MoeMcfBEqyzU_w650zbg/s1600/lamparitas.jpg" /></a></div>
<span style="background-color: white; color: #37404e; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #37404e; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #37404e; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">Anoche se cortó la luz. Cenamos con Joaquín alumbrados por velas. A las diez de la noche ya habíamos hecho todo. Nos sobraba el tiempo. Preparé dos chocolatadas calientes y nos quedamos charlando. Le conté que la semana próxima tengo que ir al Norte por un trabajo. Preguntó, por primera vez, en qué consistía ese trabajo. Le conté. “¿Y no es peligroso?” dijo. Le expliqué que no. “¿Y cómo hacés después?” preguntó. Le hablé de desgrabar, ordenar, escribir. </span><br />
<span style="background-color: white; color: #37404e; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">Se quedó pensando. </span><br />
<span style="background-color: white; color: #37404e; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">“Guau” dijo al fin. “Tengo una mamá escritora”.</span><br />
<span style="background-color: white; color: #37404e; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">Después seguimos conversando y nos fuimos a acostar. Continuábamos a oscuras. Pero la noche, para mí, se había llenado de lamparitas que iluminaban la Tierra.</span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-45475097668068739482014-03-07T10:30:00.000-08:002014-03-07T10:53:14.728-08:00No me avergüences*<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3hoIvPbygz12frSu23cBesczT324s2NMp0MikKH8nwML1ueS7-FlskcVFUZWpVMCSex7qKk6UI7akYe5FLRAfllix6PH7gIg_BYj8fWAyxfq9GIgQ36izcUiRNzR3VYqUw5V3gf5zSaQ/s1600/Verg%C3%BCenza.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3hoIvPbygz12frSu23cBesczT324s2NMp0MikKH8nwML1ueS7-FlskcVFUZWpVMCSex7qKk6UI7akYe5FLRAfllix6PH7gIg_BYj8fWAyxfq9GIgQ36izcUiRNzR3VYqUw5V3gf5zSaQ/s1600/Verg%C3%BCenza.jpg" height="320" width="320" /></a></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;">Fui a ver a mi hijo a una clase de natación. Era una de esas
muestras abiertas en las que los padres somos invitados –más bien obligados- a
participar. En la pileta había seis nenes de entre ocho y doce años, de los
cuales Joaquín, mi hijo, era el menor. El mayor era uno llamado Ramiro, y jugaba sucio. Ramiro
tiraba agua en la cara de sus compañeros para ganar los juegos y tenía toda la pinta de esos pibes que hostigan al prójimo en la escuela. Pero no voy a detenerme
en eso sino en lo que sigue: Joaquín tuvo que competir con él. Promediando la
clase la profesora llevó al grupo al fondo y puso a todos en duplas para jugar
carreras. Joaquín y Ramiro quedaron juntos. Miré esos cuerpos impares y me
encomendé al mito de David y Goliat. Entonces dieron la señal de largada. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;">Los chicos se zambulleron y empezaron a nadar. Me quedé
inmóvil. Los veía avanzar por el fondo como peces gráciles buscando la
superficie. Hasta que emergió uno y después el otro, y comenzaron a bracear con
urgencia. El tiempo desapareció en mí; sentí un mareo en las rodillas. Tenía el
cuerpo tenso y reclinado hacia delante como si esa gradación del torso fuera a
ayudar a mi hijo a levantar velocidad.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;">Funcionó, o no sé qué pudo haber pasado. Lo cierto es que
Joaquín empezó a adelantarse al otro nene. Su nado era limpio y poderoso, y
estaba libre de desesperación. Joaquín braceaba con madurez, como si uniera tenazmente
los puntos de un mapa. Así llegó a la meta y así ganó, por lo que me emocioné y
grité su nombre y di unos saltitos ridículos. Ese era mi hijo. Necesitaba
celebrar lo que acababa de pasar. Así que me tiré al agua y fui hasta la otra
punta y una vez ahí me acerqué y le di un beso y le dije cosas lindas.
Entonces él miró a los costados.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;"><span style="font-family: Arial, sans-serif; line-height: 115%;">—</span>No me avergüences –susurró.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;">Creí que había entendido mal.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;"><span style="font-family: Arial, sans-serif; line-height: 115%;">—</span>¿Cómo?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;"><span style="font-family: Arial, sans-serif; line-height: 115%;">—</span>Que no me avergüences –repitió con discreción–. Por suerte
pareció que me dijiste un secreto.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;">Joaquín me hablaba como si estuviera pasándole un código a un
agente encubierto. «No me avergüences». Tenía que procesar esa idea. Todo
empezó a girar. ¿Era yo un bochorno para mi hijo? ¿En qué momento había
empezado eso? ¿Duraría para siempre? ¿Todos los hijos se avergüenzan de sus
padres? ¿Eso es lo más sano del mundo? ¿Quién es el idiota que lo dice? Las
preguntas me ahogaban. A mi lado la profesora daba nuevas instrucciones y movía
sus brazos rollizos (un día escribiré algo sobre las profesoras de natación y su
insólito sobrepeso) pero yo ya estaba en esa cueva inmensa en la que a veces me
encierro.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;">«No me avergüences». No recordaba a qué edad había sentido la
primera vergüenza de mis padres. Con mi padre no había crecido y mi madre
trabajaba todo el día, así que estimé que ese evento iniciático habría ocurrido
con mi abuela. Ella siempre pedía descuentos cuando íbamos de compras. Yo
aguantaba todo pacientemente hasta que una vez, en la verdulería, ella pidió un «descuento por cantidad» seguido de un «descuento de jubilada» seguido de un «descuento de vecina» y yo dije en voz baja «por favor, basta». No sé si me
escuchó, pero sé que en ese instante decidí que a los negocios yo entraría con
mi abuela pero fingiría estar sola.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;">Nunca pude decir «no me avergüences» –mi abuela era, y sigue
siendo, una mujer de carácter- pero varias décadas después, en la pileta,
pensando en Joaquín y en aquellos años míos pude sospechar que ese pedido de mi
hijo, como el de tantos otros pibes a sus padres, era todo lo opuesto a la
voluntad de hacer daño: era, al fin y al cabo, el reclamo por una soledad
digna. «No me avergüences» era el nombre de un apremio que luego se aprende a silenciar en la adultez, y que en el caso de Joaquín –y seguramente de muchos
otros- ni siquiera era nuevo. Algunos días atrás, cuando íbamos por la calle mi
hijo ya había dicho algo al respecto.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;"><span style="font-family: Arial, sans-serif; line-height: 115%;">—</span>Tomame una foto de espaldas –dijo-. Como si estuviera caminando
solo. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="font-size: large;">Accedí a su pedido y apreté el obturador. Después miré la imagen. </span><span style="font-size: large;">En el cuadro se veía el orgullo de Joaquín y su felicidad henchida; se
veía su cuerpo que todavía siento chico; y se veía el modo en que su mundo se
expandía mientras él se lo ganaba con un paso limpio y poderoso, libre de
desesperación, como si estuviera uniendo tenazmente los puntos de un mapa.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
* Publicado en la revista YA del diario chileno El Mercurio.</div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-14762239121929778562014-03-03T16:38:00.003-08:002014-03-03T16:38:52.788-08:00EL VERANO CHILENO *<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiorsdlvU_SzaYzFwgFybQyILt_doIZMcdbl3OKTuky3NaAkedc59GXuyp3aZ0lMNxkYd3hnz5vTI6iiMJo6qDvpZ5a6CrmWemqOBt7JfAuck-J6NPLvlCd7W77UOGuu7w0ZVxISPcZS_c/s1600/Chile.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiorsdlvU_SzaYzFwgFybQyILt_doIZMcdbl3OKTuky3NaAkedc59GXuyp3aZ0lMNxkYd3hnz5vTI6iiMJo6qDvpZ5a6CrmWemqOBt7JfAuck-J6NPLvlCd7W77UOGuu7w0ZVxISPcZS_c/s1600/Chile.jpg" height="265" width="400" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<i><br /></i></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<i><br /></i></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<i>La primavera estudiantil pasó y
ahora sus principales líderes —entre ellos la bellísima Camila Vallejo— pelean
por una banca en el Congreso nacional. Crónica de una gesta social que ya se ha
vuelto partidaria, y que tiene a jóvenes de veintitantos años jugando un rol
fundamental en la elección más importante desde la caída de Augusto Pinochet.</i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 6pt 0cm; text-align: center;">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<br /><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Esta es la escena; ocurrió el 21 de
mayo de 2012. Esa mañana, en Valparaíso, una ciudad costera ubicada a <st1:metricconverter productid="120 kilmetros" w:st="on">120 kilómetros</st1:metricconverter> de Santiago
de Chile, el presidente Sebastián Piñera debía dar la «cuenta pública anual»:
un discurso ante el Congreso en el que el primer mandatario tenía que rendir
cuenta del estado administrativo y político de <st1:personname productid="la Nacin. Ese" w:st="on"><st1:personname productid="la Nacin." w:st="on">la Nación.</st1:personname> Ese</st1:personname> día, a diferencia
de tantos otros años, la situación era especialmente tensa. En pleno auge de
las protestas estudiantiles —la gesta popular más importante que tuvo Chile
desde el regreso de la democracia, en 1990— cualquier aparición pública de
Piñera garantizaba, como mínimo, un recalentamiento del humor social.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Adentro y afuera del Congreso había
gente apostada, aunque la tensión era distinta en cada lado. Adentro, en un ambiente
más calmo, estaba Jaime Parada: un concejal y militante por los derechos
civiles de las minorías sexuales que asistía al discurso a sabiendas de que
Piñera se pronunciaría sobre el asesinato de Daniel Zamudio, un muchacho gay
cuya muerte había paralizado al país. Afuera, en cambio, manifestando en contra
de Piñera estaban los estudiantes encabezados en buena parte por Giorgio
Jackson (presidente de <st1:personname productid="la Federacin" w:st="on">la
Federación</st1:personname> de Estudiantes de <st1:personname productid="la Universidad Catlica" w:st="on">la Universidad Católica</st1:personname>
-FEUC), Francisco Figueroa (ex vicepresidente de <st1:personname productid="la Federacin" w:st="on">la Federación</st1:personname> de
Estudiantes de Chile -FECH) y Camila Vallejo, vicepresidente de <st1:personname productid="la FECH" w:st="on">la FECH</st1:personname>, quien gracias a un discurso
de hilvanes perfectos y a una belleza inaudita le había dado voz y rostro al
movimiento ante todos los medios de comunicación del mundo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Camila y Jaime —amigos— acortaban la
distancia enviándose mensajes por Whatsapp, la aplicación de chat telefónico con
la que fue coordinada buena parte de la revuelta estudiantil. «Leona esto ya
termina tenemos que encontrarnos» le escribió Jaime a Camila cuando acabó el
discurso. «Sal y nos vemos» respondió ella, y Jaime salió.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una vez en la calle, Jaime buscó a Camila
entre el gentío hasta que dio, finalmente, con la escena: a lo lejos, y en el
medio del caos de las protestas, Camila avanzaba rodeada por un anillo de compañeros
de <st1:personname productid="la Juventud Comunista" w:st="on"><st1:personname productid="la Juventud" w:st="on">la Juventud</st1:personname> Comunista</st1:personname>
—el partido al que ella pertenecía y pertenece— que la protegía del desborde
que se arrojaba sobre ella: una horda de militantes de ultraizquierda que le
gritaban «vendida» y «amarilla» —«tibia»—; decenas de medios de prensa soltando
preguntas al viento; y un manojo de vivillos que buscaban el momento de estirar
la mano y tocarle el culo a la vez que le gritaban «<span style="background: white;">hazme un hijo», «déjame chuparte las tetas», «acéptame en Facebook».<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Era como una jauría en torno a <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname>, y ella caminaba
estoica con su grupo de gente rodeándola. <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">La Camila</st1:personname> es muy admirada pero también es muy
odiada, más aún por el mundo de la extrema izquierda que la considera una
«amarilla» y está dispuesto a hacérselo saber. Pero ella puede vivir con eso.
Tú la veías caminando y era como si nada pasara. Para mí esa escena explica
como ninguna otra la complejidad del movimiento.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Eso dice Jaime Parada ahora, un año
y medio después, mientras toma té en un bar de Santiago de Chile. Durante la
charla dirá también otras cosas, pero será esta imagen —este trance cinematográfico—
la que volverá infinitas veces a lo largo de este viaje, cada vez que tenga yo
que recordar de qué está hecha «<st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la
Camila</st1:personname>» y de qué está hecho, por tanto, el movimiento
estudiantil chileno: el mayor alzamiento social que ocurre en Chile desde fines
del pinochetismo y una hazaña política que este año está pasando por un momento
crucial. El próximo 17 de noviembre habrá elecciones presidenciales y parlamentarias
en el país, y muchos de los líderes que coordinaron la revuelta —entre ellos Camila
Vallejo, Giorgio Jackson y Francisco Figueroa— intentarán, con veintiséis años
de edad promedio, ingresar a un Congreso regido desde hace dos décadas por dinosaurios
políticos.<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Aunque el salto tiene sus
detalles. No todos los candidatos jóvenes van por un mismo partido, y de todos
ellos fue Camila quien llegó más lejos y a un lugar más complejo. Tras decir
infinitas veces, durante las protestas, que jamás votaría a la expresidente y
hoy nuevamente candidata Michelle Bachelet —quien respaldó en su gobierno un <i>status quo</i> desfavorable para las clases
medias y bajas de Chile— este año obedece las órdenes de su partido —el Comunista—
y va de candidata a diputada apoyando la candidatura presidencial, sí, de Michelle
Bachelet. Lo que tuvo consecuencias. Buena parte de la población apoya a Camila
Vallejo, pero muchos estudiantes reaccionaron como se reacciona ante una
estafa. «Falsa», «prostituta», «mentirosa», «política» (sic), «muppet»: estos
son algunos de los calificativos que viene recibiendo Camila Vallejo por entrar
a las filas de <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la
Concertación</st1:personname>, la coalición de partidos y movimientos de
centro izquierda que se armó en Chile con el regreso de la democracia y que
creció bajo la promesa —para muchos incumplida— de devolverles a los ciudadanos
los derechos sociales perdidos durante los diecisiete años de dictadura de
Augusto Pinochet.<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Yo no soy principista. Tengo
mis principios pero también sé lo que es la táctica y la estrategia, y entiendo
que para avanzar en las demandas que se plantean hoy en Chile se requiere buena
correlación de fuerzas políticas —dirá en unos días Camila Vallejo sin que una
sola vacilación le robe gracia a su rostro templado. Cuando la vea y la escuche
recordaré entonces esta imagen que ahora da Jaime Parada: construiré a Camila como
una heroína de comic; como un personaje de paso plomizo que avanza entre el
fuego social con los cabellos al viento. <o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Camila es fuerte, pero además
es —y esto se confirma cuando se la ve en persona— rematadamente hermosa. Tan
hermosa que es imposible leer el movimiento como una gesta política apartada de
su dimensión estética. La belleza de Camila llevó a Chile a los medios de
prensa del mundo —el semanario alemán <i>Die
Zeit</i> la entronó como figura emblemática de 2011, los lectores de <i>The Guardian</i> la eligieron como «persona
del año», el <i>New York Times</i> habló de ella
como «la revolucionaria más glamorosa», etcétera— y ese relato internacional a
su vez robusteció la bases, el alcance y el poder político del movimiento
chileno. <o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<st1:personname productid="La Camila" w:st="on">La Camila</st1:personname> es muy inteligente,
pero si hubiera sido gorda y con bigotes no te quepa duda de que no hubiera
llegado a tanto —dirá en unos días Patricio Fernández, director del semanario <i>The Clinic</i>, acaso la única publicación
contestataria y de alcance masivo que hay en Chile.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—A la derecha le molesta que sea
bonita, porque ellos asocian a la izquierda con la fealdad. Han hablado de <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname> como «esa perra» y
han hecho chistes del estilo de «¿están haciendo <i>casting</i> los comunistas?». Los varones con Camila y las mujeres con
Giorgio: así se definía la sexualidad de Chile hace dos años —dice ahora Jaime Parada.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Jaime me ayudó estos días. Antes de
viajar quise acordar una serie de encuentros con Camila y, contra lo esperable,
me fue dada media hora de entrevista. A Camila no le interesan los grandes
medios. Le da igual una radio regional que el <i>New York Times</i>, y hasta ha postergado encuentros a colegas que se
han ido de Chile con las manos vacías. En ese contexto, media hora asegurada es
una conquista que atribuyo a Jaime Parada, con quien tenemos una amiga en común.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Ahora estamos en un lindo bar de
Providencia, el tercer municipio más rico de Chile —un país dividido en sesenta
distritos— y el territorio que en 2012 erigió a Jaime concejal. Fue en esos
tiempos, cuando asumía su cargo político, que Jaime empezó a hacerse amigo de
Camila. Aún cuando militaban y militan en partidos distintos y bastante
enfrentados dentro del abanico de la izquierda —Camila está en el PC y Jaime en
el Partido Progresista— lograron amistarse ayudados incluso por un factor
sexual. Camila podía estar con Jaime —gay— sin que hubiera ninguna especulación
al respecto.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<st1:personname productid="La Camila" w:st="on">La Camila</st1:personname> es muy acosada por los
hombres, es la mujer de Chile más deseada. Si le preguntái a un heterosexual a
quién desea con toda su alma te dice <st1:personname productid="la Camila Vallejo." w:st="on"><st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname> Vallejo.</st1:personname> Entonces creo
que de todas formas le hacía bien tener un amigo gay con quien salir más
relajada. <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">La Camila</st1:personname>
es muy sencilla, no quiere problemas de ese tipo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Jaime toma la taza de té y da un
sorbo que acompaña con una torta de nuez. Tiene dedos finos y barba prolija, y
esa clase de mesura que empieza a llegar —si llega— entrados los treinta años.
Jaime tiene casi treinta y seis, creció en una comuna de clase acomodada de
Chile y fue a <st1:personname productid="la Universidad" w:st="on">la
Universidad</st1:personname> cuando el modelo neoliberal instalado por
Pinochet y sostenido por los gobiernos democráticos mostraba todos sus brillos.
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Hasta el 2011, Chile venía siendo
visto en el mundo como «el jaguar de América Latina»: un país que, según datos
del Banco Mundial, tenía casi pleno empleo, sólo un 14 por ciento de pobres y un
Estado eficaz. Sin embargo, el movimiento estudiantil desnudó en 2011 las
costuras de ese modelo. Y demostró que las estadísticas globales (que decían,
por ejemplo, que cada ciudadano tenía un poder de compra de 20 mil dólares al
año) eran promedios montados sobre una notable desigualdad social y sobre un
modo de Estado demasiado ligado a los vaivenes del mercado. Las clases medias y
bajas, se supo, tenían todos los procesos vitales intervenidos por el sector
privado, y debían endeudarse hasta límites insospechados para pagar por
derechos básicos como la salud, el cuidado en la vejez y la educación. ¿Por qué
saltaron entonces los estudiantes, y no los viejos o los enfermos? Porque la
transición chilena —que es como se llama al período de salida gradual de los
esquemas institucionales de la dictadura— creó en torno a la educación un ideal
de ascenso social que, a pesar de las buenas intenciones, mantenía los fundamentos
de <st1:personname productid="la Escuela" w:st="on">la Escuela</st1:personname>
de Chicago instalados por el pinochetismo. Todos, se dijo, podían alcanzar una
realización personal mediante el estudio, pero con la salvaguarda de que las
universidades eran pagas y caras, y obligaban a buena parte de la población al
endeudamiento con la banca privada para poder cumplir con las obligaciones
económicas que suponía estudiar.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Con el paso de los años empezaron a
abrirse las grietas de este mito educativo. Miles de estudiantes comenzaron a
egresar —y también a desertar— llenos de deudas y en el mejor de los casos con
un título que no los habilitaba a conseguir un buen trabajo ya que muchas
universidades, nacidas con el único fin de lucrar, tenían un nivel académico
penoso. La educación se transformó, entonces, en un ejemplo prefecto de cómo las
trampas institucionales creadas en la dictadura seguían siendo sostenidas en la
democracia. Y los jóvenes reaccionaron ante eso representados, entre otros, por
Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Francisco Figueroa. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Ellos fueron la cara visible de un
movimiento que desnudó la parte más difícil de Chile —dice Jaime Parada—, y por
primera vez instalaron la idea de que en la clase política realmente existe una
contraparte del establishment. Que paradójicamente pasa a pertenecer al
establishment, porque <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname>
ahora va de candidata a diputado. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—¿Eso
es un error?<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—No. Giorgio va, y Francisco, uno de
los tipos más capaces que hay dentro del movimiento, también va. Lo que más
molesta es el apoyo de <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la
Camila</st1:personname> a Bachelet. Eso le ha ganado respaldo político, pero
también le sumó mucha antipatía dentro de los estudiantes.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La decisión de Camila Vallejo —que
en realidad no es suya, sino del Partido Comunista al que Camila pertenece—
tiene una explicación. Y tratar de entenderla obliga a revisar el esquema
político que Chile arrastra desde los tiempos de Augusto Pinochet. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Puede ser espeso, pero es esencial.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En Chile hay un sistema de gobierno «binominal»,
lo que significa que el país está dividido en sesenta regiones y que cada
región debe elegir dos diputados (por lo que en el Parlamento hay ciento veinte
diputados en total). Para elegirlos se da un proceso de sufragio por listas: las
dos listas que ganen más votos en cada distrito son las que pondrán su diputado
en el Congreso. La nota al pie es que las dos listas principales son siempre
las mismas: <st1:personname productid="la Alianza" w:st="on">la Alianza</st1:personname>
—la coalición de derecha a la que pertenece el presidente Piñera— y <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname>, que
encuentra a su mayor figura en Bachelet. Como esas listas siempre sacan el
mayor caudal de votos, en todas las elecciones y en todas las regiones <st1:personname productid="la Alianza" w:st="on">la Alianza</st1:personname> y <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname> ganan un
escaño, por lo que el Congreso siempre está partido en mitades ideológicas
exactas. Esto tiene consecuencias institucionales directas. Si se considera que
las leyes sólo se aprueban con el aval de más de la mitad del Parlamento, eso
explica por qué es imposible sancionar un paquete de medidas que haga cambios de
fondo en la realidad de Chile. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Dado su alto grado de injusticia,
este sistema está siendo interpelado por primera vez en décadas, y son los
líderes del movimiento estudiantil quienes están buscando por vías políticas el
punto vulnerable de este modelo conservador. Es un proyecto difícil, entre
otras cosas porque los candidatos jóvenes deben pelear con partidos que cuentan
con una ayuda extra: a diferencia de los movimientos chicos, <st1:personname productid="la Alianza" w:st="on">la Alianza</st1:personname> y <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname> —al ser
coaliciones que reúnen a varios partidos políticos— pueden presentar cada una dos
candidatos por región que, llegado el recuento de votos, y a la manera de una
ley de Lemas, sumarán sus boletas bajo el paraguas del partido que los
aglutine. Los movimientos chicos, en cambio, sólo pueden presentar un
candidato. Por esa razón, cualquier figura que quiera ir de modo independiente
—como Giorgio Jackson o Francisco Figueroa— se verá obligada a un esfuerzo feroz
ya que no pelea contra dos candidatos —uno de <st1:personname productid="la Alianza" w:st="on">la Alianza</st1:personname> y uno de <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname>— sino
contra cuatro.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Es un sistema perverso —explica
Jaime—. Si quieres llegar al Congreso tienes que sentarte con la máquina de los
partidos políticos en tu distrito. Si no lo haces, los partidos se vuelven
extorsivos: «o nos apoyas —dicen— o nosotros instalamos en la región unos
candidatos igual de fuertes que tú y se te acabaron las posibilidades». Eso le
están haciendo a Giorgio, que quiere ir por afuera con un movimento nuevo
llamado Revolución Democrática. Y por eso el comunismo arregló con Bachelet. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Esta explicación para muchos es
insuficiente. La parte más radical de lo fue fuera el movimiento estudiantil
—que sigue vivo, pero sin los líderes ni los picos de fuerza de los años 2011 y
2012—, cree que Camila Vallejo está desoyendo al colectivo de estudiantes que
la enarboló, y que forma parte de un partido dispuesto a negociar sus
convicciones por un puñado de cupos seguros en el Parlamento. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Aunque hay otras formas de verlo:<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Tú nunca eres lo suficientemente de
izquierda —dirá Camila en unos días con el rostro lacio: iluminado. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Camila hizo lo que le pidió su
partido, que tiene un rasgo pragmático altísimo, y ella es una militante
disciplinada —dice ahora Jaime—. Además la gente la quiere. Yo ando con <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname> por la calle y no
puedes avanzar cien metros sin que la paren tres veces al menos para tomarse
fotos… A propósito —Jaime pestañea, parece despertarse—: ¿has quedado
finalmente con ella?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—Había
quedado para mañana, pero me canceló.<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Ah… Es que mañana es un día muy
importante para <st1:personname productid="la Camila. Maana" w:st="on"><st1:personname productid="la Camila." w:st="on">la Camila.</st1:personname> Mañana</st1:personname>
rinde su último examen para recibirse. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—Pero
la van a aprobar, todos deben apoyar lo que ella representa.<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Jaime mueve la cabeza, frunce la
nariz: duda.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Ella lideró un movimiento que
eclipsó el sistema educativo de Chile. No creas que es tan fácil. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-align: center;">
***<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El movimiento liderado, entre otros,
por Camila Vallejo fue el último y el más potente dentro de una seguidilla de
protestas que se venían dando desde fines de 1990. De todas ellas, el mayor
antedecente ocurrió en el 2006 con lo que los medios llamaron «la revolución
pingüina»: un fuerte reclamo de los estudiantes de colegios secundarios —cuyos
uniformes remitían a los colores de un pingüino, de ahí el nombre— que cuestionaba
un sistema educativo que se les hacía caro y malo. Los «pingüinos» querían
estatizar la educación —derogando <st1:personname productid="la LOCE" w:st="on">la
LOCE</st1:personname>, una ley parida durante el pinochetismo— y obligaron a la
entonces presidente Michelle Bachelet a cambiar a su ministro de educación de
entonces y a sentarse a negociar con los alumnos, que a esa altura ya habían
ganado el apoyo popular.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Todo parecía estar dado para que los
«pingüinos» triunfaran; pero se dio un episodio que hoy es visto como una
instancia fundacional de la desconfianza de los estudiantes en el sistema
político y específicamente en <st1:personname productid="la Concertacin. Y" w:st="on">la Concertación. Y</st1:personname> es que Bachelet promovió el
armado de un concejo asesor formado por estudiantes, intelectuales y
empresarios que reemplazó <st1:personname productid="la LOCE" w:st="on">la LOCE</st1:personname>,
sí, pero por una ley <span style="background: white;">que tenía poco que ver con
las reivindicaciones de los estudiantes y que no tocaba el punto medular: el
Estado seguiría subvencionando a cualquier empresa educativa que se abriera en
Chile. Y las familias seguirían pagando lo que hubiera que pagar. De ese
diálogo frustrado queda una foto que hoy es un símbolo de la «estafa
progresista». En ella se ve a Michelle Bachelet festejando la nueva ley con una
mano en alto, blandiendo un banderín de Chile y acompañada por todo el arco
partidario, la derecha incluida.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="background-color: white; background-position: initial initial; background-repeat: initial initial;">Fue este
antecedente el que marcó las bases del estallido social de 2011. Para ese
entonces, los estudiantes —muchos de ellos, ex «pingüinos»— estaban de cara a
un sistema que seguía siendo —como ahora— caro y malo. Hoy una carrera
universitaria en Chile sale entre 4000 y 6000 dólares al año. Como buena parte
del alumnado no puede enfrentar ese gasto —ya que la mitad de la población
chilena gana 500 dólares por mes—, casi todos acuden al llamado «crédito con
aval del Estado»: un modo de endeudamiento creado durante la presidencia de
Ricardo Lagos —otro de <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la
Concertación</st1:personname>— que endeuda a los estudiantes con la banca
privada a tasas que los llevan, llegado el momento, a tener que devolver casi
el doble del dinero que pidieron prestado.<o:p></o:p></span></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="background-position: initial initial; background-repeat: initial initial;">Así fue que en
abril de 2011, y durante la presidencia del derechista Sebastián Piñera </span>—educado en Harvard y fundador de Bancard, la mayor tarjeta
de crédito de Chile, hoy vendida a una multinacoinal—estalló una bomba social
que transformó a los jóvenes en la cara visible de una gesta que ya trascendía
los claustros y ganaba el apoyo popular, con un respaldo al movimiento cercano
al 80 por ciento. Para diciembre de 2011 —a ocho meses de iniciadas las
movilizaciones— los estudiantes ya habían forzado la renuncia de dos ministros
de Educación y habían logrado colocar la reforma educativa al tope de la agenda
parlamentaria. Toda esa presión y todos esos logros, entre tanto, eran
gestionados y encarnados por figuras que abarcaban toda la amplitud del
movimiento: Camila Vallejo presidía <st1:personname productid="la Federacin Universitaria" w:st="on"><st1:personname productid="la Federacin" w:st="on">la Federación</st1:personname>
Universitaria</st1:personname> de <st1:personname productid="la Universidad" w:st="on">la Universidad</st1:personname> de Chile, una institución laica, pública
y anticlerical —aunque paga— a la que va la clase media erudita. Y Giorgio Jackson
presidía <st1:personname productid="ᯆ軰ᯆ����̀"⌃̀ ť܈佴ミ覠 ��� � �譼ᯆ遘ᯆ Ū܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��邠ᯆ��������ᴀ ų܈��遼ᯆ酀ᯆ逐ᯆ����瀀 耀 Ÿ܈佴ミ覠 ��� � �讔ᯆ郰ᯆ Ž܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��鄸ᯆ��������瀀 ņ܈��鄔ᯆ釘ᯆ邨ᯆ����쀁ঀᰀ污 ŋ܈佴ミ覠 ���&� �釼ᯆ醈ᯆ Ő܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��釐ᯆ�������� ř܈��醬ᯆ銈ᯆ酀ᯆ�����ހ�ݰ Ş܈ �al�ကҠᔀ ġ܈佴ミ覠 ���)� �銬ᯆ鈸ᯆ Ħ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��銀ᯆ��������ݰ į܈��鉜ᯆ鍈ᯆ釘ᯆ����ހ 뀀হ Ĵ܈ �movimento�ސ�௳� Ĺ܈佴ミ覠 ���3� �鍬ᯆ鋸ᯆ ľ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��鍀ᯆ�������� 戝 ć܈��錜ᯆ鏸ᯆ銈ᯆ����ঁ慢n郀 Č܈ �y�ௐԀ换脀 ď܈佴ミ覠 ���5� �鐜ᯆ鎨ᯆ Ĕ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��鏰ᯆ�������� 肰 ĝ܈��鏌ᯆ钨ᯆ鍈ᯆ����ސ�ޠ뀀 Ǣ܈ �así�挖摡 ǥ܈佴ミ覠 ���9� �铌ᯆ鑘ᯆ Ǫ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��钠ᯆ��������炰 dz܈��鑼ᯆ镘ᯆ鏸ᯆ����浬�� Ǹ܈ �fue� ǻ܈佴ミ覠 ���=� �镼ᯆ锈ᯆ ǀ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��镐ᯆ��������쀀ـ lj܈��锬ᯆ阈ᯆ钨ᯆ����豈Ě ǎ܈ �como�হ Ǒ܈佴ミ覠 ���B� �阬ᯆ閸ᯆ ǖ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��阀ᯆ��������ӡ쀀 ǟ܈��關ᯆ雈ᯆ镘ᯆ����À 挡癡 Ƥ܈ �empezó�ӡᄀ慣z 瀀 Ʃ܈佴ミ覠 ���I� �雬ᯆ陸ᯆ Ʈ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��雀ᯆ��������獥� Ʒ܈��障ᯆ靸ᯆ阈ᯆ����ځ杣cځ Ƽ܈ �un�À À ƿ܈佴ミ覠 ���L� �鞜ᯆ霨ᯆ Ƅ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��靰ᯆ���������ݰ ƍ܈��靌ᯆ頸ᯆ雈ᯆ����ِഀ潣b ƒ܈ �proceso�뀀শ뀀뀁হ Ɨ܈佴ミ覠 ���T� �顜ᯆ韨ᯆ Ɯ܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��頰ᯆ��������Ӥ ť܈��頌ᯆ飨ᯆ靸ᯆ����潣p耀 Ū܈ �de�뢰 劰 ŭ܈佴ミ覠 ���W� �餌ᯆ题ᯆ Ų܌㺬ヸ��佈ミ㹼ヸ覠 ���ꗜヘ��飠ᯆ���������ހ Ż܈��颼ᯆ馘ᯆ頸ᯆ����潣牲� ŀ܈
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Universitaria</st1:personname> de <st1:personname productid="�" w:st="on"><st1:personname productid="la Universidad" w:st="on">la Universidad</st1:personname> Católica</st1:personname>,
a la que va el conservadurismo religioso y social de Chile.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—En <st1:personname productid="la Catlica" w:st="on">la
Católica</st1:personname> los niños pobres se visten como ricos. En <st1:personname productid="la Chile" w:st="on">la Chile</st1:personname> los ricos se visten
como pobres —resume el escritor Rafael Gumucio en un bar del Drugstore, el
espacio —ubicado en un pequeño shopping— al que concurre buena parte del
circuito intelectual de Santiago de Chile. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Gumucio siguió de cerca el
movimiento. Y fue quien mostró, hacia el exterior del país, un rostro de la
revuelta estudiantil distinto del de Camila Vallejo. En el año 2011, Gumucio
publicó en la revista mexicana <i>Gatopardo</i>
un perfil sobre Giorgio Jackson. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<st1:personname productid="La Camila" w:st="on">La Camila</st1:personname> me parece la parte
menos interesante de todo este movimiento —dice—. Toda la gente de <st1:personname productid="la Juventud Comunista" w:st="on"><st1:personname productid="la Juventud" w:st="on">la Juventud</st1:personname> Comunista</st1:personname>
se parece entre sí. En cambio Giorgio, por no hablar de Francisco Figueroa, que
me genera un gran respeto, tenía algo distinto.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Giorgio, dice Gumucio, era la parte
acaso elegante de la gesta estudiantil. A los veinticuatro años —hoy tiene veintiséis—
era un prolijo estudiante de Ingeniería, gustaba a las chicas y gustaba a las
madres de las chicas porque salía dando notas a <i>Al Jazeera</i> en perfecto inglés. En ese entonces, cuando arrastraba
tras de sí a un movimiento que llegó a llevar más de cien mil personas a las
calles, vivía con su madre y sus cuatro hermanas en Las Condes, un barrio de
clase acomodada del que se fue el año pasado.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Ahora vive en Providencia, en una
casa antigua junto a cinco amigos más con los que reparte el alquiler. Un rato
después de hablar con Gumucio, toco el timbre de la casa y me recibe Auska
Ovando, la encargada de prensa de la campaña de Giorgio para diputado; una
chica amable que me hace pasar al living y pide que aguarde. Giorgio está en el
cuarto contiguo dando una entrevista por radio. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Tomo asiento. La casa se intuye
grande y sólida, pero sin afeites. En el living hay esa comunión de objetos
propia de los lugares donde vive demasiada gente. Se ve una colección de
relojes antiguos, un cuadro de Al Pacino, otro de Emiliano Zapata, máscaras
indígenas, sifones, paraguas, una valija chica, una guitarra, una planta, un
mandala, adornos tailandeses, libros: una Enciclopedia Larousse, La conjura de
los necios, una biografía de Obama. Arriba, una lamparita de bajo consumo arroja
una luz dormida sobre la estancia. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—A dos semanas las cartas están
echadas, pero igual tenemos que ir casa por casa con los vecinos —se oye al
otro lado de la puerta.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Giorgio está hablando de la entrega
de listas: dentro de dos semanas se sabrá si finalmente —y tal como terminará
sucediendo— puede presentarse a elecciones como independiente a través de su
movimiento, Revolución Democrática. Ahora corta la conversación y sale de su
habitación. Giorgio se ve alto y saludable, dueño de una barba rubia que ralea
sobre la piel pálida. Se está frotando un brazo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Veinte minutos con el brazo doblado
para tener el teléfono, tengo que cambiar de teléfono —dice. Con el brazo sano,
toma un caloventor que tira un aire tibio y débil. Hace frío. Giorgio toma
asiento y se masajea el bíceps. Ayer y hoy estuvo dando demasiadas entrevistas.
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Estas elecciones tienen un grado
ideológico muy alto y son muy sofisticadas en términos políticos. Pero creo que
esta vez tenemos fuerza suficiente para impulsar un cambio. Hay compañeros que
nos critican por querer entrar al Congreso, pero es desde ahí donde se libra la
batalla. En el Parlamento más del 90 por ciento van a la reelección, no se
quieren ir. ¿Quién va a querer irse? Tenemos que sacarlos nosotros. Metámonos
ahí, no regalemos nada. Cuando el gobierno dice que no puede haber educación
gratuita en Chile porque no hay plata para eso, decimos cómo que no: somos un
país de 20 mil dólares per capita, sólo es cuestión de hacer una reforma
tributaria porque ese promedio de 20 mil dólares sólo lo alcanza menos del 10
por ciento de la población de Chile y es más: sólo el 1 por ciento en Chile acumula
el 30 por ciento del ingreso nacional entonces claro, cuando se habla de promedio
se esconde eso y se dice que en Chile estamos superbien, pero lo escondido es
que el 50 por ciento de los chilenos gana menos de 500 dólares al mes. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Giorgio suelta datos de un modo casi
deportivo, como si la política fuera un lucha que no se gana por noqueo sino
más bien por puntos. Este concepto, de hecho, fue siempre la carta dorada del
movimiento estudiantil: a sabiendas de que ellos eran jóvenes y de clase media,
y de que los iban a criticar por eso, decidieron estudiar y apabullar con
datos. Unas horas atrás, Rafael Gumucio contó una anécdota que permite entender
esto aún mejor: al poco tiempo de iniciadas las protestas, el semanario <i>The Clinic</i> les ofreció a los estudiantes
formar parte del consejo editorial de un número que estaría íntegramente
dedicado al movimiento. La propuesta estética para esa edición, dijeron en <i>The Clinic</i>, consistía en poner en la
portada a Camila desnuda de frente y en poner en la contraportada a Giorgio
desnudo de atrás. Julio Sarmiento —cuadro de <st1:personname productid="la Juventud Comunista" w:st="on">la Juventud Comunista</st1:personname>,
pareja de Camila e invitado a la reunión de pauta— miró a la gente de <i>The Clinic</i> con ojos de fusil. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Les cayó pésimo —contó Gumucio—.
Para nuestra sorpresa, carecían completamente de sentido del humor. Tengo
cuarenta y tres años y mi generación fue la del punk y lo visible, entonces dijimos:
«hagamos esta portada porque vamos a matar», pero ellos son otra cosa. Se han
tomado todo muy en serio. Creen mucho en lo que creen. Hay una pequeña
solemnidad. Cuando mandaban los contenidos eran unos informes sociológicos con
entrevistas a expertos y especialistas que… era una cosa desnuda de cualquier
señal de juventud, y encima cada cosa era sometida a un asambleísmo infinito. Ellos
tienen señales culturales distintas de la nuestra: no aceptan frivolizar, hacen
énfasis en lo colectivo por encima de lo individual, tienen una vision de la
igualdad como algo entretenido y una visión de lo público o lo socialdemócrata
como algo <i>trendy</i>, como que es <i>trendy</i> andar en tren, ir a hospitales
públicos… bueno, no: eso todavía no es <i>trendy</i>.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Recuerdo a Gumucio mientras oigo a
Giorgio, quien dice lo mismo que Gumucio. Pero a su manera. Giorgio habla de
ser «mateos».<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Los dirigentes en general, no sólo
Camila y yo, quisimos qusimos ser súper mateos, no sé cómo le digan ustedes… Me
refiero a una caricatura de los que están en las bibliotecas…<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—Tragas.<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¿Pero tiene un significado malo?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—No,
no. Es irónico pero no significa nada malo.<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Éramos tragas entonces. Quisimos
explicar de manera clara que esto no era la agenda de un partido político
particular o de unos chicos aburridos y sin ganas de estudiar. Los viejos
siempre nos tiraron con el discurso de «vagos» o de «jóvenes soñadores e
idealistas» ¿Cómo eliminamos esos prejuicios? Siendo serios, ordenados en
ciertas cosas, siendo tragas como dices tú, dando entrevistas al extranjero,
mostrando cifras y hablando sin poesía y diciendo «respóndeme a esto». Y la
verdad que la gente cree tan poco a los políticos que nosotros no tuvimos que
hacer la gran cosa para que nos creyeran —Giorgio sonríe—, sólo teníamos que no
ser mediocres.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Les salió bien, o casi. Durante el
2011 y buena parte del 2012, todas las semanas decenas de miles de personas
tomaban las calles y pedían un cambio que —esto es lo que no salió tan bien— chocaba
contra las paredes de un Congreso incapaz de aprobar reformas reales. Eso dice
Giorgio ahora, y eso dice también en <i>El
país que soñamos</i>, un libro que salió a la venta en abril de este año —lo
publica la multinacional Random House— y en el que relata la experiencia rica
pero a la vez triste dentro del movimiento. Todos los principales líderes estudiantiles
han sacado un libro. En el caso de Camila Vallejo, lanzó una compilación de sus
discursos y columnas en medios de prensa, y Francisco Figueroa acaba de editar
un título que, por esas casualidades, ahora un cartero deja en la puerta de la
casa de Giorgio.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Francisco Figueroa también quiere
ser —y finalmente será— candidato. Lo hace dentro del mismo movimento que
Gabriel Boric —otro líder que hoy está haciendo campaña en el sur de Chile— y
bajo la misma nube de problemas de Giorgio Jackson. Ambos, Francisco y Giorgio,
saben que pelean contra dos grandes máquinas políticas (aunque Giorgio un mes
después terminará siendo ayudado por <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname>), y sospechan que la chance de ganar
depende en buena parte del electorado joven. Eso, a su vez, exige un doble
trabajo: deben convencerlos de que voten por ellos, pero sobre todo deben
impulsarlos a que vayan a votar. En Chile el sufragio no es obligatorio y hay
un gran descreimiento del poder de cambio del voto, por lo que muchos jóvenes,
aún si están interesados en política, los días de comicios prefieren quedarse
en casa. A ellos van dirigidas buena parte de las acciones de prensa que hacen,
entre otros, Giorgio y Francisco.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Ahora Giorgio se pone de pie y se
aleja para dar otra entrevista por radio. Mientras lo espero googleo su
nombre desde mi teléfono. «Mira a Giorgio en Instagram» leo. El link me lleva a
una página llena de fotos en la que se ve a Giorgio comiendo empanadas, asando
salchichas y planchando su camisa —dice— antes de «la primera sesión de fotos
que hicimos para la campaña». </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Soy medio ñoño con la tecnología, pero creo que ayuda a
generar cercanía y a que los jóvenes entendamos que no hay que hacer una
carrera política para ser un sujeto político —dice Giorgio a su regreso—. Yo
elegí hacer carrera política, esa es la única diferencia. Pero en lo demás soy
como ellos y tengo los mismos problemas que ellos. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Uno de los problemas comunes a buena parte de los estudiantes
es el atraso en la carrera. En 2011 miles de universitarios estuvieron
dispuestos a pagar el costo de la lucha, y perder el año. Y eso significa que
ahora muchos militantes están concluyendo de un modo
tardío sus carreras de grado. Esta semana Giorgio deberá terminar su tesis y en
quince días deberá defenderla para recibirse de ingeniero. Camila, entre tanto,
en este momento está defendiendo su licenciatura. Dentro de unas horas, los
periódicos dirán que Camila «se tituló con distinción máxima». Pero en ningún medio
—tal vez porque es un dato obvio— se leerá la otra parte: ahora que egresó,
Camila deberá enfrentar una deuda bancaria de 10 mil dólares.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-align: center;">
***<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Es un miércoles de sol. Es la mañana. El equipo de prensa
de Camila Vallejo da una cita para la entrevista en <st1:personname productid="La Florida" w:st="on">La Florida</st1:personname>, una comuna de
clase media trabajadora por la que hoy Camila es candidata. Ella creció aquí
junto a su madre —Daniela Dowling, ama de casa— y su padre, Reinaldo Vallejo,
un miembro veterano del PC que en los ‘80 fue estrella de un teleteatro popular
en Chile y que hoy tiene un negocio de reparación de radiadores.<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El centro de operaciones de campaña de Camila está en una
urbanización sencilla a la que se accede atravesando un portón vigilado, y consiste
en una casa menuda que organiza su dinámica en torno a la sala principal. En la
entrada hay un cartel inmenso con el rostro de Camila —su piel luminosa, su aro
en la nariz— y en el centro de la estancia hay una mesa larga en la que siete
personas desayunan pan, queso y café. Hace frío. Un mechero —sobre el que hay
apoyado un pedazo de pan— es la única calefacción del lugar. </div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Toma asiento, <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname> está viniendo.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
La que me recibe es Evelyn, una
chica de cabellos cortos, pecas y una austeridad de gestos que delimita un
carácter. Evelyn es la jefa de prensa y la mujer con la que estuve regateando los
minutos de entrevista hasta último momento. Nada funcionó. Evelyn es marcial. Y
es marxista. Forma parte de un cuerpo partidario que hizo de la disciplina un
elemento fundante y que eligió a Camila, entre tantas cosas, no sólo por su inteligencia
y su belleza sino también por su voluntad de someterse a las normas que impone el
partido. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Eso, de hecho, solventa la mayor
crítica que se le hizo a Camila en las elecciones de <st1:personname productid="la Federacin Universitaria" w:st="on"><st1:personname productid="la Federacin" w:st="on">la Federación</st1:personname>
Universitaria</st1:personname> de 2012: se le reprochó que obedeciera más al
PC que al movimiento estudiantil, y se temió que —dado el afán negociador del
comunismo chileno— eso llevara al movimiento a contactar con los políticos
tradicionales de <st1:personname productid="la Concertacin. Por" w:st="on"><st1:personname productid="la Concertacin." w:st="on">la Concertación.</st1:personname> Por</st1:personname>
eso perdió Camila: salió segunda —quedó como vicepresidenta— detrás de Gabriel
Boric, un estudiante de Derecho de enfoque más radical que ahora no está en
Santiago de Chile sino en el Sur del país, donde se candidatea por la comuna de
Magallanes, con altas probabilidades de salir diputado. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En cuanto a Camila, terminó su
mandato el 28 de noviembre de 2012 y hoy, como temió el movimiento años atrás,
es una de las figuras más fuertes de <st1:personname productid="la Concertacin." w:st="on">la Concertación.</st1:personname><o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<st1:personname productid="La Camila" w:st="on">La Camila</st1:personname> es una niña
comunista, inteligente y linda, pero nadie pensó que fuera a llegar tan alto
—dijo días atrás el escritor Rafael Gumucio—. Ni siquiera creo que ella estuviera
preparada: no era algo que ambicionara. Una cosa es que no estés preparado para
ser John Lennon, ¡pero tú quisiste ser John Lennon! El problema es que ella no
quería ser ni Ringo Star.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
En algún momento llega Camila. Tiene
una panza chica despuntando entre las ropas negras —está embarazada de seis
meses— y tiene, sobre todo, una belleza desequilibrante. Camila es incluso más hermosa
que en las fotos. La miro como se mira una estampa y me pregunto cuán difícil habrá
sido que la tomen en serio, y hasta dónde el movimiento habría crecido de esta
forma —con prensa internacional, con prensa local nutriéndose de la
internacional, con ciudadanos alimentándose de la prensa local— sin el calibre
perfecto de la cara de Camila Vallejo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<st1:personname productid="La Camila" w:st="on">La Camila</st1:personname> es muy inteligente,
pero su belleza la lanzó y la transformó en la pieza de oro de una máquina más
o menos oxidada —dijo Patricio Fernández, director de <i>The Clinic</i>—. Lo curioso es que a ella le cuesta y le ha costado
mucho jugar con su belleza, cosa que no entiendo porque uno espera cierta
frescura para hacerlo. Sácale partido a la belleza en vez de esconderla como si
estuvieras avergonzada; eso es un remilgo, una coquetería penca y propia del
conservadurismo histórico del PC, ¡usa tú una coquetería más rockera y ponte
una minifalda, muestra el poto y sale a meter bulla! <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Creo que lo de la belleza le
aterró, le generó un pánico escénico —dijo Gumucio—. <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">La Camila</st1:personname> no es como alguien
con vocación de artista ni mucho menos, entonces cuando se habla de su belleza
se la ve muy incómoda.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La belleza de <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname> ayudó harto —dirá
Francisco Figueroa—. Quedó la idea de que los dirigentes estudiantiles eramos
héroes apolíneos cuando eso era una gran mentira. Gabriel (Boric) estaba
gordito, a Giorgio se le está cayendo el pelo, yo tengo unas ojeras
estructurales y en esos tiempos ninguno de nosotros alcanzaba ni a ducharse…
Pero la belleza de <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname>
creo una idea de lo bueno y lo bello. Sin desmerecer en ningún caso a nadie ni
a <st1:personname productid="La Camila" w:st="on">la Camila</st1:personname>,
creo que fue súper relevante. Cuando ella sale presidenta de <st1:personname productid="la FECH" w:st="on">la FECH</st1:personname>, la primera razón de la
cobertura no fue que había presidente nuevo, eso a nadie le importaba. Lo que
importaba eran sus ojos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La alusión a mi figura suele ser un comentario recurrente
—dirá pronto Camila—. Durante las protestas sabíamos que eso se iba a utilizar
porque yo estaba conciente de la sociedad donde vivo y porque la derecha lo iba
a usar para banalizar las demandas del movimiento. Aunque tampoco pensé que
podía ser tanto. <o:p></o:p></div>
<div style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 7.5pt; margin-top: 6.0pt;">
Ahora Camila toma asiento y se acoda en la mesa
larga que ocupa la habitación. A su alrededor hay gente. Esta media hora no
será, exactamente, íntima. Algunos hablan por teléfono, otros le dicen a Camila
alguna cosa vinculada a la campaña y otros le preguntan por la panza. A los
veinticinco años y con el mito sexual sobre la espalda, Camila ha elegido
atentar contra la libido social y transformarse en madre. Error: ahora le
gritan «quiero hacerte otra guagua». Lo cierto es que para el mes de octubre
—uno previo a las elecciones— espera tener la hija que buscó junto a Julio
Sarmiento, su compañero de vida y de militancia. Cuando habla de la niña dice algo
curioso: <o:p></o:p></div>
<div style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 7.5pt; margin-top: 6.0pt;">
—Todas las mujeres nos preguntamos si podremos
hacerlo bien, pero no soy la única. Lo importante es que la queremos y la vamos
a querer: ella tiene garantías de amor.<o:p></o:p></div>
<div style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 7.5pt; margin-top: 6.0pt;">
«Garantía». Esa palabra es central en el
lenguaje del mercado —todo lo que se compra, viene con garantía— y ha sido
central dentro del movimiento estudiantil. Luego de infinitas estafas
políticas, los estudiantes supieron que eran necesarias señales confiables de
que los reclamos sociales producirían cambios. Por eso este año muchos quieren
ser candidatos: para tener garantías si no de amor, al menos de que no van a embaucarlos.
Y por eso, también, hay tanto disgusto con la alianza entre Camila y Bachelet.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—¿Cuan
duro fue enfrentar esas críticas? <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Creo que esa discusión está dentro
del debate de qué es ser más o menos de izquierda. Uno de los problemas de la
izquierda es justamente el no poder resolver quién es más de izquierda que el
otro. Y creo que muchas veces se cae por error desde mi punto de vista en lo
principista. Yo no soy principista. Tengo mis principios pero también sé lo que
es la táctica y la estrategia. Personalizar las cosas no tiene sentido, hoy
todos los candidatos presidenciales tienen pasados más o menos cuestionables y
si uno se basa en eso la verdad que se va a quedar muy solo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Esta posición conciliadora, contra
lo que pueda pensarse, le está dando un apoyo masivo a Camila Vallejo. Tanto es
así que hoy Camila no es sólo una candidata a la diputación, sino que encarna
expectativas aún mayores dentro de la alianza progresista. Se cree que su
imagen podría concretar una hazaña: duplicar los votos sobre la derecha y lograr
que <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname>
no meta uno sino dos diputados de <st1:personname productid="La Florida" w:st="on">La
Florida</st1:personname> en el Congreso. Esta apuesta tiene una traducción
logística —hay todo un aparato trabajando para que Camila llegue al Parlamento—
pero también tiene una contraparte: Camila, metida en el vórtice proselitista, podría
estar perdiendo frescura. En Twitter, por ejemplo, donde hasta el momento tiene
casi 742 mil seguidores, Camila sólo escribe sobre temas de campaña. Y el día
de su graduación, lejos de hacer una catarsis pública —que es lo que acaso
haría una chica de veinticinco años— sólo se limitó a escribir «Muchas
gracias x las felicitaciones, costó pero se logró!». <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<span style="background-color: #f7f7f7; background-position: initial initial; background-repeat: initial initial;">Le pregunto a
Camila por su egreso, y por su deuda. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Soy de un segmento medio, y los
segmentos medios en Chile son todos endeudados —dice—. Ese dato es lo que no
cabe dentro de la pobreza estadística. Es gente que tiene un ingreso y por eso
no tiene ninguna protección social, y entonces tiene que endeudarse para todo
porque por todo hay que pagar en Chile. Yo estoy endeudada. Mi hermana esta
endeudada. Mi familia esta endeudada. Tengo una deuda de unos 10 mil dólares, y
eso que tuve la suerte de tomar un crédito blando del Fondo Solidario. Pero hay
otros casos mucho más terribles que el mío. Hay gente que no termina la carrera
y tiene que pagar igual. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Camila habla con voz moderada, como
esos nadadores que cortan el agua siempre por el centro del andarivel. Durante
la charla responde con palabras como «proyecto», «educación» y «colectivo», y lo
curioso no es tanto lo que dice, como el hilo perfecto en el que las ideas se
van desgranando. A un lado, Evelyn chequea el reloj de su teléfono y mira con
insistencia. Ya no hay tiempo. Pregunto si puedo volver a verla. Me citan esta misma
noche a una actividad partidaria que se hará en <st1:personname productid="La Florida. En" w:st="on">La Florida. En</st1:personname> un centro cultural
se dará una charla abierta en la que se explicará la importancia de tener una
nueva Constitución Nacional, un debate que se ha vuelto central en la campaña
de Michelle Bachelet. Para hablar de eso estará Camila junto al diputado y
candidato a senador Carlos Montes, y junto a Fernando Atria, un profesor de
Derecho de <st1:personname productid="la Universidad" w:st="on">la Universidad</st1:personname>
de Chile que se ha convertido en el mayor exégeta de la candidata presidencial.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Cinco horas más tarde vuelvo al barrio.
Ahora es la noche y la zona está distinta. En la avenida Vicuña Mackenna, una
de las calles centrales de <st1:personname productid="La Florida" w:st="on">La
Florida</st1:personname>, brillan los tragamonedas y se ven los neones de unos
salones de juego informal. El encuentro se hace en el centro cultural <st1:personname productid="La Barraca" w:st="on">La Barraca</st1:personname>, y está montado
puntualmente en un galpón al que se llega luego de cruzar un patio donde unas
mujeres hacen yoga sobre pelotas inmensas. En la entrada del galpón está
Evelyn. Me dice que pase, a su manera:<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Hola. Pasa.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Una vez adentro el lugar está lleno
de gente entusiasta. Algunos son militantes, pero otros —muchos otros— son
vecinos que vinieron a escuchar y celebrar. Hay cierto clima de festejo que no
parece tener que ver con una euforia boba sino —perdón por el lugar común— con cierto
estado de esperanza. Apenas el presentador anuncia a los expositores, la gente comienza
a aplaudir y a gritar «bravo» con un furor que va de lo admirable a lo bizarro
en cuestión de segundos. «¡Quiero saludar a Fernando Atria! ¡Gracias por estar
con nosotros!» «¡¡¡Bravo!!!» «¡Este es David Peralta, concejal de la comuna de <st1:personname productid="La Florida" w:st="on">La Florida</st1:personname>!» «¡¡¡Bravo!!!» «¡Esta
es nuestra candidata a diputado Camila Vallejo!»<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Diputada —interviene Camila. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Las mujeres hacen hurras por la aclaración.
Gritan «¡¡¡Bravo!!!» y siguen las presentaciones: «Quiero saludar a los
dirigentes del Partido Comunista que están hoy con nosotros» «¡¡¡Bravo!!!» «¡A
los dirigentes del Partido por <st1:personname productid="la Democracia" w:st="on">la
Democracia</st1:personname>!» «¡¡¡Bravo!!!» «¡A los dirigentes del Partido Socialista!»
«¡¡¡Bravo!!!» «¡Y no sé si hay algún dirigente que no hayamos mencionado y que
no sabemos que está pero aplausos para él también y para todos los dirigentes
independientes que estarán en esta reunión!» «¡¡¡Bravo!!!» «Y ahora vamos a
debatir sobre la reforma constitucional en Chile: ¿Por qué tener una nueva
Constitución?» «¡¡¡Bravo!!!».<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El presentador pasa el micrófono. En
una mesa, Fernando Atria agradece el fervor popular y trata de explicar,
abriéndose paso entre los «bravos», por qué es fundamental hacer una reforma y
por qué esa iniciativa es central en la campaña de Michelle Bachelet.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Esta deberá ser la elección más
importante de estos últimos veinte años —dice Atria, y se hace silencio—. Es
momento de cambiar los fundamentos políticos inaugurados con el gobierno de
Pinochet. Lo que necesitamos ahora es una forma política sin trampas. ¿Por qué
no se pudo hacer hasta ahora? Porque hay tres cerrojos que lo impiden: el
sistema binominal, el quórum de más del 50 por ciento para aprobar una ley, y
la existencia de un Tribunal Constitucional que puede anular proyectos de ley
antes de que se discutan. Hoy es imposible hacer una reforma porque el sistema
institucional de Chile es como las tres hojas de una Gilette: la primera
levanta el pelo, la segunda lo corta, y la tercera limpia lo que haya quedado. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Risas, aplausos. Camila toma nota,
sonríe y cada tanto come alguno de los caramelos que hay sobre la mesa. A sus
espaldas hay un mural de colores, y a los lados hay dos afiches gigantes: uno
muestra a Bachelet con Carlos Montes, el candidato a senador, quien está por
llegar. Y otro la muestra a Camila sola. Aunque en breve se hará la polémica foto
con Bachelet. Ahora Camila se aclara la voz y toma el micrófono: es su turno de
hablar. Frente a ella hay unas doscientas personas y un pequeño radiador eléctrico
que suelta un calor inútil. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Todas esas trampas de las que habló
Atria protegían un modelo de sociedad —dice Camila—.La educación como bien de
consumo y la posibilidad de que el sector privado haga negocios están
resguardados por <st1:personname productid="la Constitucin" w:st="on">la Constitución</st1:personname>
actual. Con el movimiento fracturamos una hegemonía cultural bien grande. Esta
imagen de que somos un país desarrollado, de que estamos súper bien y que aquí
todo se conquista gracias a ambiciones personales, se rompió. Nosotros dimos el
empujoncito, pero la gente igual ya se estaba cansando.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Todos aplauden. Camila ha hablado,
como siempre, como si cada palabra estuviera cosida por un hilo de seda
indestructible. Mientras hablaba llegó Carlos Montes, diputado por <st1:personname productid="La Florida" w:st="on">La Florida</st1:personname> desde 1990 y, en
tiempos de Pinochet, detenido y torturado por dirigir un movimiento popular
desde la clandestinidad. Montes hoy es un político de raza. Llega vestido de
traje y habla de pie con la naturalidad y la vehemencia de un predicador.
Camila lo escucha mientras come algún dulce. Una mujer le señala la panza, como
si dijera «alimenta a tu niño», y Camila sonríe. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—En 2011 salió a la calle toda una
generación que quiere otra sociedad; no existió algo así en la historia de este
país —dice Montes—.Estoy convencido de que Camila Vallejo y Giorgio Jackson
tienen que ser diputados. El desafío de ellos es ver cómo traducir los procesos
políticos dentro de la institucionalidad. ¡Apoyen a Camila Vallejo porque va a
hacer una gran votación y va a ser una gran diputada!<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
El galpón se desploma: llueven
aplausos y la gente grita «bravo» y se pone de pie. Varios minutos después,
cuando Montes termina su exposición, el encuentro se abre al público. Un
asistente pregunta si la nueva Constitución tratará a las Fuerzas Armadas como
ciudadanos sin prerrogativas. Otro pregunta por qué debería creer en todo esto
si <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname>
no hizo nada en los últimos veinte años. Otro habla de no quedarse en las
propias casas, de seguir luchando desde los trabajos. Otro habla de patria
grande y de imperialismo y dice «trabajadores del mundo uníos» y todos se le
ríen por lo bajo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Soy profesora —se escucha entonces:
es una voz agrietada—. Ayer un periodista de CNN dijo que aquí «se les pasó la
mano con el neoliberalismo»… ¡Hasta <st1:personname productid="la CNN" w:st="on">la
CNN</st1:personname> dice que nos hemos pasado! Aquí hay gente que trabaja
dieciséis horas y gana una miseria y después tiene que aguantar que se le diga
que en Chile «todo es posible»; acá se sigue diciendo «usted es pobre porque no
es emprendedor» y uno tiene que cargar con eso de «ser más emprendedor» ¡y es
mentira! ¡Uno no sube cuando «emprende»! ¡Uno sube cuando todos suben!<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Giro la cabeza. La que habla es una
mujer vieja, de lentes, con un abrigo gastado que la guarda del frío. Alguien
hace un chistido: que hagan silencio, que hay que escuchar. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—La cultura, a eso voy yo. Al cambio
cultural que hemos sufrido y que se nota en el marcado individualismo que hemos
desarrollado. Esos hombres primitivos de los que venimos no estaban solos
peleando contra los animales: ¡Sobrevivieron porque pelearon juntos! Eso es lo
que yo quería decir. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Lo que sigue es un aplauso íntegro y
cerrado, en el que nadie llora de emoción. La gente sonríe, la gente grita
«bravo». La gente se ve alegre, y fuerte. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt; text-align: center;">
***<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Nosotros no vamos con la idea de
que siendo diputados vamos a volver realidad los anhelos de la gente
movilizada. No vamos a vender esa pomada porque es mucho más difícil que eso. Esta
es una pelea bien larga y en este rato vamos abajo: vamos perdiendo. Bachelet
tuvo la oportunidad de hacer algo y no lo ha hecho, y ahora está intentando
absorber las partes del movimiento.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Francisco Figueroa no es tan
optimista como la gente de <st1:personname productid="La Barraca. Vine" w:st="on">La
Barraca. Vine</st1:personname> a verlo para darle a este artículo un cierre
festivo, pero el cálculo salió mal. Francisco —mencionado por todos como una de
las cabezas más brillantes del movimiento— vive en el centro, en una zona de
universidades, y es un chico pálido y delgado que ahora toma asiento de
espaldas a una vista admirable de Santiago de Chile. Su departamento está en el
piso veinticuatro de unas torres que se levantan a metros de distancia de la
casa Casa Central de <st1:personname productid="la Universidad" w:st="on">la
Universidad</st1:personname> de Chile, el mayor epicentro de las tomas de 2011.
De aquellos días, Francisco recuerda pocas cosas: todo es una larga confusión
que se reparte en asambleas, reuniones, debates, viajes y entrevistas que
Francisco sólo pudo ver en perspectiva cuando sucedieron dos únicos eventos: el
cumpleaños de su madre —en el que vio a su familia, poco politizada, al tanto
de los pormenores de la lucha estudiantil— y el viaje junto a Giorgio y Camila
a París y Suiza: una gira rápida en la que notaron que Chile era tema de la
agenda mundial y que habían derrumbado el mito del jaguar latinoamericano. Para
ese entonces, Francisco estaba a punto de recibirse de periodista, era vicepresidente
de <st1:personname productid="la FECH" w:st="on">la FECH</st1:personname> y con
cuatro años dentro de <st1:personname productid="la Federacin" w:st="on">la Federación</st1:personname>
se había transformado en uno de los analistas más precisos del movimiento. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Sentado en su living —vive aquí
junto a su novia—, mientras sirve café y coloca un tupper con galletas en una
mesa ratona, Francisco no parece un chico que haga de su lucidez una
herramienta de daño. Se lo ve amable: calmo. Y es con esa parsimonia que
Francisco dice que la próxima elección no es un evento para aplaudir tanto.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Hay que ser fríos. Esta elección la
va a ganar Bachelet cómodamente, pero eso todavía no es expresión de lo que
está pasando en este país. La transición se va a acabar cuando se acabe ese
modelo de Estado. Creo que esa es la demanda de fondo que hay en el movimiento.
Es un reclamo contra la mercantilización de la vida, y en la medida que eso no
se traduzca políticamente vamos a estar en un período de agonía de lo viejo
pero no de surgimiento de lo nuevo. Así que nosotros con <st1:personname productid="la Izquierda Autnoma" w:st="on"><st1:personname productid="la Izquierda" w:st="on">la Izquierda</st1:personname> Autónoma</st1:personname>
vamos a estas elecciones básicamente a seguir metiéndole la pica al edificio de
la transición. Creemos que para que termine de germinar lo nuevo hay que matar
a lo viejo. Matarlo, no… políticamente digamos, ¿no? Sabemos que es una locura
tratar de romper el binomimal como independientes, pero no estamos locos. Sabemos
que es difícil, pero estamos confiados. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Francisco habla como quien afila lentamente un cuchillo. Luego
hace esta pausa.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Nosotros tenemos tiempo —dice.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Tal como se ve —flaco, con lentes— Francisco parece inofensivo.
Y es acaso este aspecto —que es el de tantos estudiantes— el que ha generado el
mayor equívoco entre los políticos de carrera. Francisco saltó a las primeras
planas de los diarios durante una entrevista en CNN Chile en la que logró sacar
de las casillas a Sergio Bitar, ex ministro de Educación del progresista
Ricardo Lagos y el hombre que implementó el famoso «crédito con aval del Estado»
que endeudó a buena parte de las familias chilenas. Bitar era uno de los tres
enemigos más claros del movimiento estudiantil, y Francisco lo tenía a su lado
en uno de los programas políticos centrales de Chile.</div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—<st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">La Concertación</st1:personname> y la
derecha tienen que decidir sin van a seguir siendo el brazo político de la
banca —dijo Francisco en un momento, en el medio de una discusión llena de
detalles técnicos—. Porque aquí la banca fue a golpear las puertas a <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname> y la
derecha para que les aseguraran un nicho de negocio rentista y usted, ministro,
esa puerta la abrió. <o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Antes de que Bitar pudiera
abrir la boca, el presentador —Ramón Ulloa— mostró una placa en la que se veía
el grado de endeudamiento de los estudiantes. Mientras Ulloa leía los números,
Bitar parecía respirar con fuerza.<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Es una insolencia —dijo— suponer
que tú tienes la moral y que los demás no hemos luchado por…<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Usted no tiene la moral.<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—¡Tú quieres hacer mejor
política, entonces entra a la política y respeta a la gente! ¡Nadie fue a
golpear la puerta del ministro diciendo «quiero hacer un negocio», por favor, yo
tengo mi vida entera dedicada a la política! ¡Fui ministro de Allende y he
estado preso y he estado exiliado para que ahora venga un niño a calificarme de
esta manera! <o:p></o:p></div>
<div style="background: white; margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Francisco lo miraba con los
ojos alerta pero en estado de quietud. El presentador intentó moderar y
resolvió darles treinta segundos más a cada uno. Empezó Bitar. Francisco aguardaba
su momento, sin imaginar que esa escena se transformaría en un resumen claro de
la brecha entre la vieja política de <st1:personname productid="la Concertacin" w:st="on">la Concertación</st1:personname>, y la nueva política del movimiento.
Las demandas sociales estaban en boca de una generación nacida en democracia,
que no conocía el miedo, que estaba libre de los traumas de la dictadura, y a
la que las credenciales convencionales —«he sido perseguido» «he estado con
Allende»— le resultaban importantes, pero no le parecían un salvoconducto capaz
de purificar cualquier error político.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Yo no caché que la entrevista había
sido tan significativa, hablé y después me fui a la toma —dice Francisco—. Yo
sabía que Bitar era un tipo de mecha corta pero… <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—¿Tenés
copia de ese programa?<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Lo puedes encontrar en Youtube. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i>—¿Con
que nombre?<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Tú pon «Sergio Bitar —tomo nota,
aguardo lo que sigue— enloquece».<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
«Sergio Bitar enloquece». Así lo
busco en el teléfono y así llego al video: quince minutos de discusión con
altos momentos técnicos en los que Bitar termina fuera de sus casillas —sin que
sea algo excesivo: los chilenos son moderados—, y en los que el presentador
Ulloa debe intermediar de un modo salomónico. Le da treinta segundos a Bitar
primero, y treinta segundos a Francisco después. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
—Lo positivo de todo esto —dice
finalmente Francisco, cuando le toca su turno— es que estas indecencias que se
han cometido con los estudiantes y sus familias no se van a poder seguir
cometiendo porque nuestra generación llegó a la política para quedarse y eso es
lo que realmente irrita al ex ministro Bitar. Ellos han tenido el monopolio de
la política —Francisco mira a Bitar— y eso va a dejar de suceder.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
Mientras termino de ver el video, Francisco
se levanta de su asiento, va a su cuarto y regresa con un libro —su libro— que
tiene en portada una foto del movimiento en la calle. El título es <i>Llegamos para quedarnos</i> y lo que hay
adentro es —sabré después— una ácida crónica de la revuelta estudiantil, pero también
una advertencia de cara a los años que vendrán. A un futuro que, se sabe, pertenece
sobre todo a los que tienen tiempo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<o:p><br /></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 6.0pt;">
<i><span style="font-size: x-small;">* Este texto fue publicado primero en la revista brasileña Piauí, y luego en Orsai. Y tiene epílogo: Giorgio Jackson, Camila Vallejo, Karol Cariola y Gabriel Boric entraron al Congreso. Pancho Figueroa no, pero este blog igual lo banca a muerte.</span></i></div>
Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8762901809538244274.post-54579603706097478362014-02-13T06:59:00.001-08:002014-02-13T06:59:33.033-08:00Fantasma<span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">Esto que pasó es raro.</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">Intentaré ser breve.</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">En el 2005 me separé y con mi expareja vendimos el departamento donde estábamos. Lo compró un noruego llamado Vernon que había venido a pasar la vejez a la Argentina porque quería "escapar del frío". Vernon un día me llamó para que le explicara cómo se encendía el calefón. Fui. Le expliqué. Un tiempo después me enteré de que se había ahorcado colgándose, sí, del calefón.</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">Escribí esa historia en la revista <a href="http://www.lamujerdemivida.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=175">Lamujerdemivida.</a></span><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;"> Después me olvidé del asunto. Soy experta en escribir para olvidar. Pasaron los años. En el medio compré otra casa y me volví a separar. En fin. Nadie se suicidó aún. Cuestión que limpiando el Inbox de Facebook hoy encontré un mensaje sin leer que tenía ya unos cuantos años. Era de RZ, un desconocido, diciendo que vivía en mi antiguo departamento y avisándome que había llegado una revista a mi nombre. Le respondí a RZ, pues, agradeciendo su gesto, disculpándome por no haber respondido antes y echándole la culpa de todo al Facebook. Su respuesta, que llegó hoy -RZ no responde con dos años de atraso- decía lo siguiente: "No hay que buscarle razones a FB ya que no las tiene. Recuerdo haberte enviado un mensaje hace un par de años por una revista que llegó a tu nombre. Espero que estés bien. Nosotros ya incorporamos al fantasma de Vernon a nuestra familia".</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">Caramba.</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">Respondí en el acto. </span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">"Madre mía, no sabía si sabían... No iba a ser yo la que te lo dijera. Eso fue tremendo".</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">Send.</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">Respondió en el acto.</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">"En realidad nos lo contaste. Mi esposa se enteró leyendo un artículo tuyo en La mujer de mi vida".</span><br style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;" /><span style="background-color: white; color: #141823; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 18px;">Así que bueno, después seguimos hablando. Pero no me acuerdo de ninguna otra cosa.</span>Lihttp://www.blogger.com/profile/06406237570772944226noreply@blogger.com5