-¿Si ves en la escuela a un amigo que está mal, te acercás a ver qué pasa?
-Si es de mi grado, sí.
-¿Y si es de otro grado?
-Prefiero no involucrarme.
-¿"Involucrarte"? ¿En qué?
-En esas situaciones.
-¿Por qué?
-Porque prefiero no involucrarme en esas situaciones.
-¿Pero si es de 2ºA tampoco?
-A veces... O sea, voy y hablo con el que molestó al chico.
-¿Y qué le decís?
-Le hago psicología.
-????
-Le pregunto por qué lo hiciste, esas cosas.
jueves, 26 de diciembre de 2013
martes, 17 de diciembre de 2013
Lo dicho (sección Autobombo)
Hace un tiempo, el periodista Fabián Meza me hizo unas preguntas para una revista literaria llamada Literofilia. Transcribo acá las respuestas.
***
Si la realidad y la ficción se echaran un pulso para ver
quién es más creativa, más sorprendente, más demencial, ¿quién crees que gane?
Porque uno lee una crónica tuya como “El barrio de las mujeres solas” y
pareciera que le están contando un cuento, que estás describiendo un universo
imaginario e imposible…
No me parece que haya que plantear la realidad y la ficción
como dos planos antagónicos sobre los que hay que definirse en términos de
“cuál es mejor”. Lo sorprendente, lo demencial, lo tedioso, lo bello, lo
revelador o lo angustiante son circunstancias del ánimo que pueden darse de un
lado y del otro de la línea, no siempre nítida, que separa ficción y realidad.
Richard Ford dice algo muy lindo en ese sentido: “Cosas
que hiciste. Cosas que nunca hiciste. Cosas que soñaste. Al cabo de un largo
tiempo se juntan todas”. O sea que ciertas divisiones en algún momento terminan
siendo más cosméticas de lo que se piensa. La línea que separa ficción de no
ficción no define calidades, sino que a lo sumo ayuda a legalizar un pacto de
lectura y a ordenar los libros en los estantes de la biblioteca.
Qué futuro tiene la crónica, hablemos de América Latina, si,
cada vez más, el espacio para los periodistas se reduce y no solo hablo de los
medios de comunicación, sino del espacio en el que van las palabras. Los
periódicos te reducen la cantidad de caracteres por nota; las notas, en los
medios digitales, son como leads extendidos y la crónica debe ser grande (en
forma y fondo)…
Es cierto que los medios en papel están dando cada vez menos
espacio a los textos y es cierto que los medios digitales masivos suelen
organizarse en torno a textos pequeños. Pero la crónica jamás se planteó como
un género masivo: siempre debió encontrar su subterfugio, su ventana, su canal
de diálogo con el lector. Si el papel deja de ser un lugar válido, pues
entonces habrá que buscar en otro lado. En vez de instalarnos en una indignación
reaccionaria y decir “qué barbaridad”, quizás sea momento de explorar en la
inmensidad de Internet. Hoy empiezan a surgir medios digitales (o en papel,
pero con buenas plataformas digitales) como Jot Down, Orsai, El Puercoespín,
Anfibia o incluso la brasileña Piauí, que arancela sus contenidos pero está
plenamente disponible online y tiene contenidos exclusivos para la web. Es
decir que hay espacios, lo que cambia es el soporte. Por otro lado, y volviendo
a esta idea de que el espacio para los periodistas se reduce, en fin: no sé si
eso tenga que ser terrible. No creo que hacer textos más cortos le haga tan mal
a la crónica. Hay crónicas que son una hemorragia: no terminan nunca, son
descosidamente largas; alguien confundió los conceptos “buena crónica” y
“crónica larga” y esa confusión está produciendo textos de una extensión
masturbatoria. Yo fantaseo con que aparezca la “crónica haiku” o algo parecido
a eso. Aunque luego me pelearía con mi editor y le pediría más espacio.
Cuando amanezco con el traje de idealista puesto, pienso que
quiero ser cronista y dedicarme a mi oficio y vivir de eso, pero rápido caigo
en realidad y me doy cuenta que estamos viviendo un periodo de crisis mediática
y no solo en términos económicos, sino de contenidos: las notas rosas y los
periodistas rosas, tienen mayor destaque que cualquier otro. Se ha perdido
mucho la seriedad. ¿Cómo lo ves?
Creo que tenemos la misma seriedad de siempre. En todas las
épocas hubo medios con una calidad de contenidos alta, media y baja. Sobre todo
baja. Después, sí, hay un abaratamiento de los costos de producción que no
ayuda. Pero eso no es un problema sólo de los medios. Hoy se construyen
edificios de paredes huecas, se inyectan hormonas a los pollos para que se
inflen más rápido y las autopartes vienen de plástico. Por lo tanto, es absolutamente
razonable que un medio abarate costos. Buena parte de los periodistas no está
mucho mejor que los pollos de criadero: en vez de trabajar en un texto largo
que les tome varios días deben trabajar en cinco textos pequeños en un mismo
día y además deben abrirse una cuenta en Twitter para difundir los textos y si
tienen la mala suerte de tener un Iphone ya les pedirán sus jefes que graben
las entrevistas en HD, y todo por el mismo sueldo. El periodismo no está exento
de los problemas del libremercado. En todo caso, creo que la trampa es pensar
que sólo se puede escribir dentro de esos carriles. Uno puede trabajar como un
perro, quién no ha trabajado como un perro alguna vez o todas las veces. Pero
en paralelo hay que dejar una luz, un espacio por el que puedan circular
trabajos más genuinos que conecten con planos más íntimos y también más
incómodos. Siempre habrá medios para esos trabajos. No son los medios masivos,
pero preguntarse por la masividad no sé si tenga demasiado sentido en estos
casos.
Yo veo que el Master de crónica de Orsai, tiene muchos
alumnos y muchos otros que soñamos con tomar el curso, pero cuántos de esos
llegan a consolidarse como cronistas, es decir, ¿puede ser la crónica un modus
vivendi? Yo se que para vos sí, quisiera que me contarás sobre ello…
Si un alumno de un taller de crónica, sea el de Orsai o sea
cualquier otro, será en el futuro un “cronista” es algo que se sabrá con el
tiempo. Quién sabe. Dentro del taller trato de desmontar esta idea de que el
rótulo de “cronista” tiene que ser el objetivo a alcanzar. El objetivo es más
bien que los alumnos conozcan y manejen con la mayor naturalidad posible las
herramientas de la narrativa, y en el caso de algunos alumnos más avanzados o
con una facilidad ya dada para la escritura, ayudarlos a explorar los límites y
a bucear en la posibilidad de una voz propia. Pero no les hablo de “vivir de la
crónica”. No planteo eso como objetivo porque no entiendo la crónica como una
salida laboral sino como un cauce –rentado- por el que pueden circular ciertas
escrituras. Luego, si las cosas salen bien ese espacio se irá profundizando. Pero
toma tiempo. Desde hace diecinueve años que trabajo como periodista (tengo 38)
y recién hace cinco años puedo decir que vivo exclusivamente de “la crónica”
escribiendo, editando y dando talleres. Pero antes de esos cinco años pasé por
una infinidad de trabajos buenos, malos y mediocres, esto es: fui un pollo. Yo
también fui un pollo. Y ese paso fue fundamental en la construcción de un
oficio, una mirada y un tono narrativo. Espero lo mismo de mis alumnos.
Yo les digo a mis amigos, cuándo me preguntan qué carajos es
la crónica, que es la reivindicación del periodismo ¿Para vos qué es la crónica?,
¿cómo la describirías?
Ya hay una infinidad de definiciones al respecto… Si sumo
una más voy a contribuir a la polución ambiental. Lo siento, pero prefiero
abstenerme.
Te sigo en Facebook y veo que tenés un hijo y no puedo
evitar tener ese pensamiento ligado, tal vez, con mis, cada vez menos, patrones
machistas y me pregunto ¿cómo puede hacerlo todo? Porque además de ser
cronista, profesora, periodista, andar por ahí entrevistando y viviendo la
noticia al nivel que vos la vivís, el oficio o profesión más duro debe ser el
ser madre…
Ah, no, nada de duro. Tengo ayuda en casa y la
responsabilidad sobre Joaquín no sólo recae sobre mí sino también sobre su
papá. Joaco creció conmigo trabajando y viajando, y si bien muchas veces me ve
alienada y mal dormida (duermo terriblemente poco), también hay muchas otras
veces en las que me ve feliz, entregada a una historia y conectada con un deseo
que trasciende la maternidad. Creo que es bueno que mi hijo sepa que, si bien
él es lo más importante, no es lo único
que tengo en mi mundo. Es liberador para él y es también una enseñanza que
quiero dejarle.
No quería dejar pasar esta oportunidad para hablar de “Y
parirás con dolor”, me parece uno de los mejores trabajos que he leído. Una
complejidad de forma y una realidad tan cruda que uno llega a pensar: esto de
la crónica vale la pena. ¿Para eso es la crónica, para denunciar lo que no está
en la agenda mediática del día a día?
No sé si revestiría la crónica de un barniz tan épico. O al
menos no pienso así mi trabajo. Cuando escribo una historia tengo un interés
mucho más sencillo y egoísta: quiero colmar una curiosidad insana y personal,
quiero entender algo que aún no entiendo, y quiero hacerlo porque tengo la
sospecha de que esa historia trae respuestas que iluminan algo del mundo propio
y que permiten entender un poco más el universo que a uno le tocó en suerte.
Cuando escribí Los Otros, mi último libro, una historia dura sobre un problema
barrial en una zona marginal del Conurbano de la provincia de Buenos Aires, lo
que yo más quería era entender por qué existen las peleas de pobres contra
pobres, como se construye el odio al prójimo. Pero no era un interés
periodístico sino personal: necesitaba despejar una equis que me atormentaba. En
ese contexto, la denuncia fue un efecto colateral que ocurrió y que celebro,
pero que no busco. No me interesa que mis textos vengan a salvar alguna deuda
periodística. Ya es un milagro si me salvan a mí.
Hablame del momento en que ganaste el premio de la Fundación Nuevo
Periodismo de García Márquez. Imagino que no hay mejor carta de presentación,
pero ya han pasado 9 años y has confirmado con trabajo y esfuerzo que el jurado
no se equivocó…
Efectivamente, pasaron ya muchos años desde que recibí el
premio. Fue un reconocimiento que me hizo inmensamente feliz y que operó como
una bisagra irreemplazable en mi desarrollo laboral, pero luego hay que salir a
revalidar el título. Hay muchos trabajos de los que estoy tan orgullosa como lo
estoy de aquel premio. Los dos libros que publiqué (Los Imprudentes y Los
Otros); el que estoy escribiendo ahora; la edición en Orsai, la revista de
narrativa en habla hispana a mi entender más bella que hubo en los últimos
años; la edición ahora de una revista de narrativa para niños (Bonsái,
dependiente también de Editorial Orsai) que saldrá en diciembre; las crónicas
que publico en Piauí, una publicación mensual brasileña similar al New Yorker;
mi trabajo en El Mercurio, en fin: me alivia a esta altura poder sostenerme con
otros pilares más actuales.
El cronista tiene un riesgo muy grande: sus personajes
existen, te los podés topar, a la vuelta de la esquina, se pueden resentir con
lo que publicaste de ellos. Te ha llegado a pasar algo así, alguna reacción
adversa o positiva de alguno de esos personajes…
Infinidad de veces. Si no reproducís como un escriba la
voluntad del otro, si sos fiel a tu mirada y si tributás al único objetivo de
una crónica, que es entender un pedazo de mundo sin hacerle favores a nadie, es
probable –aunque no seguro- que alguien se moleste. Pero no porque uno escriba
para hacer daño (no es bueno escribir para hacer daño) sino porque la mirada
del otro puede ser dura. La diferencia entre la mirada propia y la del otro es
como la que hay entre mirarse a un espejo y mirar una foto que te han tomado. Cuando
te mirás al espejo es inevitable que ignores los que no te gusta y te detengas
en la imagen más tranquilizadora de vos mismo. Eso no ocurre en una foto: ahí
está la mirada del otro y no hay tranquilidad posible. Solo puede haber, en el
mejor de los casos, aceptación.
¿Cómo hacés para seleccionar tus temas? Qué te mueve a ir
tras Silvina y buscarla en la cárcel e investigar y sentarte a escribir de ella
o ir tras la historia de Romina, para poner dos ejemplos, porque tu temática es
variada. Hasta he leído una crónica tuya de una vaca (por cierto, dicen que te
pateó)…
Tienen que conmoverme. No hay mucho más que eso. Escribir
crónicas es un trabajo arduo: hacerlo bien supone mucho tiempo y, por mejor que
te paguen, el dinero nunca compensa la malasangre que te hacés en los trabajos
de campo y en los momentos de escritura. Lo único que sostiene ese desgaste no
es la cuestión económica (que debe estar resuelta, desde ya) ni el afán de
prestigio: es la conexión con el tema. Tiene que calentarme. No encuentro una
explicación más apropiada que esa.
Aquí, en Costa Rica, a 7 horas en avión de tu Argentina, los
estudiantes de crónica estamos analizando tus textos. ¿Te das cuenta hasta
donde has llegado?
No. ¿Estoy dominando el mundo?
Los que hemos hecho cobertura de noticias judiciales,
crímenes, asaltos, etcétera (aquí le llamamos sucesos) llegamos al punto de
desensibilizarnos, de cierta manera, conforme pasan los años, con los hechos.
¿Con el tiempo has perdido tu capacidad de asombro hacia la realidad cruel y
deshumanizada que te toca ver?
No la perdí. Probablemente porque las historias que hago me
llevan tiempo, me van desarmando de a poco. Nunca dejo de conmoverme con las
historias, aunque sí he aprendido a trabajar con material sensible. Supongo que
con el tiempo uno aprende a desactivar bombas. A tomar un tema doloroso y
trabajarlo con la frialdad suficiente como para transmitir ese dolor en
términos eficaces, es decir: con potencia narrativa y en el menor espacio
posible. Mi asombro es algo que sucede –que siempre espero que suceda- en una
primera fase, luego tengo que trabajar para provocarle el mismo asombro al lector.
La crónica besa la literatura, es el género periodístico que
está más cerca de la literatura. ¿Qué lee Josefina Licitra? ¿A quién admirás,
cronistas y escritores?
Cualquier lista es arbitraria y encima mi memoria es pésima
Sólo puedo decir que tengo épocas. Desde hace un año estoy más detenida en la
narrativa argentina de ficción, puntualmente en la que llevan adelante mis
contemporáneos. Hay toda una generación entre los treinta y los cincuenta años
que está escribiendo de un modo extraordinario. Leonardo Oyola, Hernán
Casciari, Selva Almada, Luis Mey, Samantha Schweblin, Iosi Havilio, Julián
López R., Fabián Casas, Washington Cucurto, Fernanda García Lao, Pedro Mairal:
siento que estos autores dialogan con su tiempo y con su espacio de un modo fresco,
libre de artificios y alejado de cualquier intento de pertenecer a un canon. En
ellos me meto y de ellos salgo últimamente. Lo que no quita que haya otras
lecturas a las que llego de un modo más o menos orgánico.
¿Te sentís influida por alguien en específico?
Hay escritores que me gustan mucho,
pero creo que la influencia es bastante menos identificable que eso. Creo que la
influencia pasa por los autores leídos pero también –o sobre todo- por las
decisiones tomadas, por los caminos descartados, por las películas vistas y la
música escuchada, por el deporte que hiciste o dejaste de hacer, por los
muertos sorpresivos, por los viajes, por la posibilidad de la danza, por la
locura y la bondad de tus padres, por los hijos, por el sexo y por el amor y
por los postres que te has comido. Esas son las influencias, al menos para mí.
Para terminar. En estos días, he visto mucho una frase que
le atribuyen a Kapuscinski que dice así: para ser buen periodista hay que ser
buena persona.¿ Para vos, cómo tiene que ser el periodista de estos tiempos tan
digitales e inmediatos?
Tiene que ser paciente. Y si es buena persona, mucho mejor.
jueves, 5 de diciembre de 2013
UNO
La casa se expande
es la noche
los cuartos son cuevas
que esconden un aire
azul.
La habitación está oscura y azul
y se expande
y los cajones vacíos se expanden
hasta tener el tamaño
de los ataúdes.
La gata los recorre, los huele
piensa
alguien estuvo aquí
y sus pupilas se expanden: veo
mi reflejo en ellas
y ninguna otra cosa.
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