martes, 23 de septiembre de 2008

Qué cosa

Cuando lloro vuelvo a la infancia.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Domingo


El jardín quieto,
las nubes duras.
Las sonrisas de las fotos.
Los papeles,
mis huesos.
El ruido de todos los que duermen.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Cerdo


Mamá salió de la cocina con grandeza. Parecía una de esas divas que pisan el escenario para dar el último saludo de la noche. Llevaba una fuente inmensa que descargó sobre la mesa como si estuviera arrojándonos una verdad a la cara.
- Acá está el cerdo- dijo.
Siempre comemos cerdo en Navidad. A pesar del calor, del asfalto que sube como un tufo desde la avenida. El cerdo tiene una manzana en la boca. Es el recurso que encuentra mamá para hacernos creer que estamos comiendo algo sano. Miro el cerdo –sus ojos perplejos- y sé que no imaginaba este final. Siento pena pero no protesto. Mi hermanita Lucía siente impresión. Mi padre no sé qué siente: responde a pocos estímulos. Su mirada está clavada en el mantel. Lo pincha con un tenedor.
- Ricardo, vas a rayar la mesa.
Mi padre se llama igual que mi abuelo y mi bisabuelo. En la familia está la idea de que Ricardo es un nombre grande. De que por llamarse así uno podría tener la vida, digamos, de Ricardo III. La primera desilusión llegó con mi bisabuelo, que no pasó de empleado de aduanas. La segunda con mi abuelo, que perdió una casa en el hipódromo. Y a mi padre le pusieron Ricardo como quien tira una tercera bola a ver si emboca. Él llegó un poco más lejos: es contador y tiene un cadete para él solo.
Nadie quiso insistir conmigo. Me llamo Juan. Tengo diecisiete años y no voy a ser contador.
- Ricardo, el mantel.
El mantel fue bordado por mamá. Mi padre quiere que mamá borde manteles y nos críe a nosotros durante toda su vida. Mamá siempre hizo caso. O casi siempre. Hace cuatro meses, mientras mi padre estaba en la oficina y Lucía y yo en el colegio, se le dio por trabajar a escondidas. Consiguió un puesto de administrativa en un importador de juguetes chinos, pero nadie se enteró. Ni siquiera yo, que soy su preferido. Y digo que soy su preferido porque, mamá lo sabe, haría cualquier cosa por ella (hasta me pienso comer el cerdo sin chistar y eso que me da un poco de asco). Pero decía que nadie supo nunca nada. Ni siquiera yo. Al menos hasta ayer.
- ¿Tanto te preocupan los manteles ahora? - contesta con la voz pausada Ricardo III y levanta por primera vez la vista de la mesa. Todos en la familia dicen que tengo sus ojos pardos. Pero él y yo miramos distinto. Él siempre habla –cuando habla- con una ceja más alta que la otra. Ese es un termómetro: la distancia entre la izquierda y la derecha es proporcional al grado de prepotencia con el que se levantó. Mi padre es de esas personas que, como tienen un cadete, piensan que nacieron para ser servidos.
- Y yo que pensé que te gustaban los regalitos- sigue papá-. Regalito te voy a dar yo a vos.
Ayer mamá le trajo a Lucía una cuna de plástico con una muñeca adentro. En el importador se la vendieron con descuento y al final le salió barata. Y papá, que parece que nunca se fija en nada, se fija en todo y se fijó en eso. No sé cómo fue. Quizás se paró encima, quizás usó las manos. Pero reventó la cuna en mil pedazos.
- ¿Te sirvo cerdo? – le responde mamá. Su tono es leve y autista: habla como si estuviera ya muy lejos, quizás comprando cunas en la China. Mamá se llama Gladys y es muy linda, pero hoy tiene una cara que no es suya. La miro y me recuerda a esas mujeres que se sacan fotos bajo el agua: el mismo gesto inflamado y fantasmal. ¿Y si fuera una sirena? Por algo tiene puesto un vestido azul. Combina con sus ojos y con el moretón del pómulo izquierdo.
- Dejá –interrumpo- esta vez lo corto yo.
Ya dije que siempre me gustó ayudarla. Ella se deja. Me pasa el cuchillo y me dispongo a servir.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Psst!


Las palabras


Lunes a mediodía y en una escalera de la estación de subte hay una familia esperando. Los nenes son chicos ( dos y tres años) y los padres se recuestan sobre el escalón como si la espera tuviera algo que ver con tomar sol. Miran al techo; los ojos duros.
- Che, tarado –la mujer le da un codazo-, ¿no escuchás que el nene tiene hambre?
- Paráa, ¿trajiste la cuchara vos? -se miran.
- No, me olvidé.
- Ves que sos estúpida.
- ¿Y cómo querés que me acuerde con el pelotudo éste a upa todo el día?
Uno de los hijos juega. Sube y baja la escalera, sube y baja, baja y sube, se toma de los barrotes y en algún momento se resbala pero cae sin riesgo y lloriquea, estira las manos, pide algo: comida. Pide comida al padre. El padre está mirando el techo. La luz de la estación Primera Junta es siempre igual: el velo de algo que está muerto.
- Boludo, che: ¡Boludo! –otro codazo-. ¡No ves que te pide el nene, boludo! No te hagás el boludo que te vi que te comiste una empanada y te quemaste, gil, porque te lo merecés: gil –ella busca en un bolsón de lona-. Y la concha de mi madre me olvidé la olla.
- Forra.
- Forro vos la concha tuya ¿le diste al nene?
El subte llega y siguen adentro. El viaje es un camino sordo y las dos bocas se mueven, y lo que puede verse es esto: lenguaje de señas de una película triste.

Todo es negro


Se mató David Foster Wallace. Su mujer lo encontró ahorcado. No todos sus libros se consiguen en español, aunque ahora que murió seguramente todo sea más fácil. No para él, para mí: conseguir sus libros. De los dos que tengo (La niña del pelo raro y Extinción) hay un cuento que no olvido. Se llama

TODO ES VERDE

Ella dice me da igual que me creas o no, es la verdad, puedes creer lo que quieras. Por tanto está claro que está miniendo. Cuando dice la verdad se vuelve loca intentando que le creas. Por tanto creo que la he pillado.
Enciende un cigarrillo y aparta su mirada de mí, tiene un aspecto perverso con el cigarrillo encendido y mirando por la ventana mojada, y no sé muy bien qué decir.
Le digo Mayfly, no sé muy bien qué hacer ni qué decir y ya no me creo nada de ti. Pero hay cosas que sí sé. Sé que soy mayor y tú no. Y te doy todo lo que tengo que darte, con las manos y con el corazón. Todo lo que tengo dentro te lo he dado. He estado aguantando y trabajando duro todos los días. Te he convertido en la razón por la cual hago todo lo que hago. He intentado construir una casa para dártela, para que vivas en ella, y he intentado que sea un sitio agradable.
Enciendo otro cigarrillo y tiro la cerilla en el fregadero junto con otras cerillas, platos sucios, una esponja y cosas de esas.
Le digo Mayfly, mi corazón las ha pasado canutas por ti, pero ya tengo cuarenta y ocho años. Ya es hora de que no me deje arrastrar por las cosas. Tengo que tomarme una parte del tiempo que me queda para intentar sentirme bien conmigo mismo. Tengo que intentar sentirme como debería. Dentro de mí tengo necesidades que tú ya ni siquiera puedes ver, porque tú tienes demasiadas necesidades que te las tapan.
Ella no dice nada y yo miro por su ventana y noto que ella sabe que yo sé la verdad, y cambia de postura en mi sofá de jardín. Lleva unos pantalones cortos y se sienta encima de las piernas.
Le digo no importa en realidad lo que he visto o lo que he creído ver. Esa ya no es la cuestión. Sé que soy mayor y tú no. Pero ahora me siento como si yo te lo diera todo y tú ya no me dieras nada.
Tiene el pelo recogido con un pasador y varias horquillas y la barbilla apoyada en la mano, es muy temprano, parece que ella está fantaseando con salir afuera a la luz brillante que hay al otro lado de la ventana mojada junto a mi sofá de jardín.
Todo es verde dice ella. Mira qué verde es todo Mitch. Cómo puedes decir que sientes todo eso cuando fuera todo es tan verde.
La ventana que hay junto a mi cocinilla se ha limpiado gracias a las lluvias torrenciales de anoche y muestra una mañana soleada, todavía es temprano y fuera todo está muy verde. Los árboles son verdes y la hierba más allá de los badenes es verde y está empapada. Pero no todo es verde. Las demás caravanas no son verdes, y mi mesa de cámping que está ahí fuera toda llena de aguas y de latas de cerveza y de colillas flotando en los ceniceros no es verde, ni tampoco mi camión, ni la gravilla del aparcamiento, ni ese juguete de ruedas enormes tirado de lado bajo una cuerda de tender vacía de ropa junto a la caravana de al lado, en donde vive un tipo con unos críos.
Todo es verde dice ella. Lo dice con un susurro y yo sé que ese susurro ya no es para mí.
Tiro mi cigarrillo y le doy la espalda a la mañana con el regusto en la boca de algo que es del todo cierto. Me giro y la miro sentada bajo la luz en mi sofá de jardín.
Ella está mirando fuera, sentada en el sofá, y yo la miro a ella, y hay algo en mí que no consigue cicatrizar cuando la miro. Mayfly tiene un cuerpo hermoso. Y ella es mi mañana. Digo su nombre.


Soy

¿Seré capaz de sostener un blog ¿Tengo que presentarme? Soy la que fue.