Volví de la sierra. La casa está hermosa, prolija, templada. Casi servicial. Oh, tengo luz. La planta de diamela que se había secado y que pensé que había muerto por el calor de estos días ahora está viva y verde y trepada al cable del teléfono, que sube hasta bordear la ventana de mi vecino de arriba. La casa huele a diamela, que es un perfume primo de los jazmines. Desde arriba se deshojaron las flores y hay un montón de pétalos en el piso. Cuando Cati vivía, una tarde se echó a dormir la siesta entre los pétalos. Le tomé una foto. Las flores parecían estrellas y Cati parecía estar en el cielo, en ese velo de silencio y vejez en el que se metía por horas. Meses después murió, que es lo único que sé decir de Cati últimamente. Y más después llegó la gata nueva con su juventud escandalosa. Pero la casa que me recibe es la casa de antes. Y en esa casa está mi gata, mi Catalina, pura sombra y misterio entre las florcitas muertas.
6 comentarios:
Hermoso!
Gracias.
Saludos!
Bellísimo
Es una foto hermosa y tu post un poema.
Muchas gracias a los tres!
este relato me ha encantado!!
Bellísimo
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