jueves, 7 de enero de 2016

Walter

Ayer fui con mi hijo a tomar el colectivo para llevarlo a la colonia de Ferro. En el camino nos encontramos con el chino Walter, el dueño del supermercado de la vuelta. Estaba cerrando -Walter corta a la hora de la siesta- y me preguntó para dónde íbamos; le dije. Se ofreció a acercarnos. Así que nos subimos al auto, un cochazo limpio con dos perritos que movían las cabezas desde la luneta delantera. Hablamos de Taiwán, de su padre, de sus hijas. De lo caro que está el Hospital Italiano. De los mayoristas que se hacen los vivos y suben los precios -y entonces Walter les deja de comprar. Hablamos de todo, pero en el fondo yo no podía dejar de pensar que estaba en el auto del chino Walter. La sensación era maravillosa. Me recordó a cuando era chica y mi maestra Leonor me invitó a su casa a tomar el té, mientras corregíamos un cuento mío que ella quería mandar a un concurso. En el auto, con los perritos bamboleando las cabezas y Joaquín mudo de la emoción, cruzamos la barrera que nos separa del misterio doméstico que es la vida de los otros. Amo mi barrio por esta clase de cosas. Porque me recuerda que aún vivimos en una comunidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué lindo escribís, siempre es un placer leerte. Me gustaría decir algo más "específico", pero, con mi escasa locuacidad y los ojos empañados, no se me ocurre otra cosa. Gracias.

Mariela