lunes, 29 de octubre de 2012

Agua (o eso que escribí temprano, antes del corte de luz)



Hoy amanecimos con la ciudad inundada. Accidentes, agua, derrumbes: hemos tenido -estamos teniendo- nuestro Apocalipsis fugaz en Buenos Aires. Cuando fui a desayunar me encontré con mi cocina. Era una pileta tenebrosa. Durante la noche las hojas taparon las rejillas del patio y el agua empezó a subir hasta tomar parte de la casa. Sacamos el agua doblados al medio: nos dolió el cuerpo. Luego despertamos a Joaquín y Juan lo llevó a la escuela. 

Ahora todo está seco. Quedó apenas una mínima resaca: una línea de pasto y mugre pegada a las paredes. La miro. Ahí está la marca del ultraje. Primero voy a escribirla, pienso. Voy a escribirla para saber que existió. Después voy a limpiar.

En el medio reviso los diarios, el noticiero, Twitter. Entre todas las imágenes del caos hay una de Lanús. Conozco Lanús. Escribí sobre Lanús en el libro Los Otros:

“Carlos y su mujer, Amanda Prucnal, están juntos desde hace veintitrés años y se pasaron los últimos diez pagando tuberías. La que va del inodoro al pozo ciego. La que va de la ducha, el lavatorio y el lavarropas a la calle. La que conecta el caño de la calle con el sumidero de la esquina, que a su vez empalma con los conductos que van al Riachuelo. Pero no todos quieren o pueden pagar tanto. Muchos tienden un conducto hasta la calle y es ahí, en la calle, donde todo queda. En el mejor de los casos, sobre el asfalto está el agua estancada proveniente de la ducha, el lavatorio y el lavarropas. En el peor, los pozos ciegos –en vez de desagotarse con un camión cisterna- bombean el agua servida sobre el pavimento.

Puede haber mierda en las calzadas de Villa Giardino. No es lo normal, pero es una posibilidad que se hace más real en los días de lluvia. Si hay sol las napas están bajas. Pero si llueve demasiado las napas se desbordan, llegan hasta el pozo ciego y todo, a partir de ese momento, es mierda: el agua para beber, los ríos de las calles.

***

Carlos me invita a su casa. A un lado de la entrada están las barricadas y las bolsas de arena que pone a modo de compuerta cada vez que llueve. Luego de ingresar pido ir al baño. Minutos después toco mal un botón y todo se inunda: la pared escupe chorros de agua clara y me mojo la ropa y los pies y el suelo empieza a llenarse.

—Carlos –salgo del baño: no sé qué decir-. Perdón.

Él y su mujer responden con un gesto menor. Como si se hubiera derramado un vaso de agua. La convivencia con las aguas malas forma parte de eso: de una convivencia, de un diálogo extenuante al que se llega con los brazos cansados”.

Esto es algo de lo que escribí, así que bueno: siempre la misma historia. En Lanús y en todas las otras partes. Ahora sigue lloviendo pero en algún momento va a parar. Y luego de la inundación va a venir lo habitual: todo volverá al mar. Bajarán las napas, se aliviarán los pluviales. El agua se llevará la parte más urgente de la angustia. Saldrá el sol.

Pero quedaremos nosotros. Y eso, en algún momento, va a tener algún significado.

1 comentario:

Luis dijo...

IMPAGABLE, como siempre.
El agua es como la realidad, castiga siempre a los mismos
Hoy en la tele apareció el intendente de Lanús porque hubo un muerto. Pero cuando el agua se vaya también se lo va a llevar a él porque nunca está, porque hoy se vio obligado a dar la cara.Porque ya lo votaron y porque no tiene posibilidad de reelección
El agua se va a ir pero, como dice Serrat, queda la gente