Parezco muerta. En las fotos y las filmaciones posteriores al parto todos están sonriendo y acunando al niño pero yo, en un segundo plano –dios mío, por qué no me habrán tapado- parezco muerta. Estoy tendida en una cama de hospital y tengo la piel pálida, los ojos cerrados, el cabello enmarañado y la boca abierta en forma de “A”, como si mi último aliento hubiera ido acompañado por la palabra “basta”.
A mi alrededor –a juzgar por los videos que estoy viendo- la gente ronda. Mi marido filma y hace chistes. Mi madre dice algo como “yo lo voy a alzar recién a los seis meses” pero después va y alza al bebé. Luego van llegando las visitas: abuelos, suegra, cuñado, tíos, amigos. Todos circulan, hablan en voz baja y hacen ruido de desenvolver regalos. Más tarde llegan los hijos de mi marido. Qué chiquitos están. Miran a través del cristal de la cuna y hacen un gesto de callado estupor. “Creo que se parece a mí” susurra uno de ellos. Alguien les da charla: alguien intenta hacerlos sentir importantes. Los niños se sientan en un sillón. Hablan con mi madre. Mi tío conversa con mi prima. Mi amiga le dice a su hijo: “Cuidadoquedatequietoniseteocurra”.
De fondo, despierto de mi sopor y pronuncio algo inteligible pero nadie se entera. Todos están felices.
Nació Joaquín.
*
Tuve un hermoso embarazo. No subí de peso a niveles preocupantes, todos me decían que estaba linda y yo pasaba los días escribiendo, comprando cosas para el cuarto del bebé y haciendo planes con Juan, mi marido, respecto del lugar donde pondríamos el trípode y la cámara cuando llegara la hora del parto. Juan tiene tres hijos de un matrimonio anterior, pero aún así tuvo el amoroso gesto de acompañarme en muchas de mis ñoñerías de madre primeriza: fuimos juntos al curso de preparto, juntos le cantamos canciones al niño (o sea: le cantábamos odas enteras a mi propia panza) y juntos nos alegramos cuando un familiar lejano nos regaló el “Libro del Bebé”: un cuaderno con espacios en blanco para llevar un diario del primer año de vida.
Ahora, a casi seis años del nacimiento de Joaquín, leo el Libro del Bebé –que empezó a ser completado en los días posteriores al parto- y me siento embaucada por mí misma. “Estos fueron algunos de los regalos que recibió Joaquincito: muchos perritos de peluche, algunos juguetitos, ropita, una mamaderita y este libro. ¡Ah! ¡Y un hermoso dinosaurio Barney!”. ¡Ey! ¿Por qué escribía así? ¿Qué pasó? La pregunta ya no alude a mi coeficiente intelectual sino –todavía peor- a mi honestidad. Si me guío por el Libro del Bebé, parece que mi primer año de maternidad fue hermoso (“hermosito”). Pero de acuerdo con mi propia memoria fue un año duro. Lindo –sanador- pero duro.
Desde el primer minuto: duro.
El parto, contra todos mis pronósticos de embarazada optimista, fue un martirio. Los detalles son muchos y son tediosos, pero la conclusión es que luego de seis horas de un trabajo extenuante –yo me negaba a la cesárea- alguien dijo algo como “nena, ya no se puede esperar más”, me puso anestesia y me llevó casi dormida al quirófano.
No vi nacer a mi hijo.
La primera imagen que recuerdo es la de Juan sosteniendo a un bebé y diciendo “este es Joaquín”. Luego parece que volví a dormirme. Juan dice que lloré.
Esa, quizás, debería ser la primera foto del Libro del Bebé.
*
Una mañana subía una escalera con mi hijo –de entonces cuatro meses- cuando pisé mal un escalón y perdí el equilibrio. No fue ni siquiera un tropezón: fue una vacilación, una fracción de segundo que quedó por afuera de las marcas del tiempo. Al final no pasó nada: pronto recuperé el control. Pero en ese lapso casi microscópico sucedió algo que dejó una marca: cuando vi la posibilidad de una caída, sin pensarlo acomodé el cuerpo de manera que –en el caso de que el azar necesitara romper algunos huesos- la única candidata al desastre fuera yo.
No sé si fue amor o fue instinto. Sólo sé que esa mañana, con las posibilidades de la salvación y el daño llegó, también, una certeza ulcerante: entendí que mi cuerpo ya no era mío. Entendí que mi tiempo –otra clase de cuerpo- tampoco era mío. Y entendí que ese cambio de rumbo, que algunas décadas atrás se vivía sin grandes dramas (el destino de las mujeres casi siempre estaba signado por un hombre) podía llegar a ser –y es, de hecho- una fuente de conflicto: si querés ser dueña de tus pisadas, quizás no sea buena idea tener un hijo.
Porque ser madre es –todo junto- florecer y morir un poco.
Y a mí me gusta.
Necesito morir y necesito florecer. Todo el tiempo.
*
Les mando un mail a mis amigas con hijos. Les pido que me escriban, en cuatro líneas, un resumen de su primer año de maternidad. Lo primero es que no escriben cuatro líneas: me mandan muchos párrafos, muchos mails, no pueden parar de desahogarse. Raro: pasa el tiempo, los hijos crecen y las mujeres necesitamos seguir hablando del primer año del resto de nuestras vidas.
Estas son las respuestas.
Amiga 1: “¿Si fui feliz? No lo sé. Tenía demasiado sueño, demasiado miedo y demasiado todo para darme cuenta. Podría resumirlo así: fue el año en que aprendí a no ser yo. Alguien me reclamaba y yo tenía que llegar. También fue el año en que me separé. La experiencia ‘niño’ fue devastadora para ‘la pareja’. Mi hijo tenía cólicos y yo no dormí hasta los siete meses. El pediatra me consolaba con la frase ‘los bebes con cólicos son propios de madres inteligentes’. Un año después de separarme estaba saliendo con el pediatra”.
Amiga 2: “Los primeros tiempos no fueron malos. No me sentí ni tan angustiada ni tan puérpera ni tan desbordada. Pero a partir de los seis meses me vino la angustia toda junta. Primero porque no sabía cómo llevar mi vida laboral y reubicarme, y segundo porque mi preocupación por eso enojó mucho a mi marido. Yo sentía que estaba haciendo bien las cosas, hasta que me tocó lidiar con algo que no esperaba, que fue la mirada del padre. Ahí tuve conciencia absoluta de lo que es —metafísicamente hablando— estar solo en este mundo”.
Amiga 3: “Una de las primeras cosas que pensé ese año fue: ‘¿Dónde está el padre de esta criatura?’ Esa pregunta me surgía sobre todo cuando mi hijo se dormía y yo pensaba ‘uff, por fin’ y entonces en vez de descansar trataba de leer un poco y de probarme el pantalón a ver si me entra y ya que estamos mejor limpio y desinfecto la casa y… listo, se despertó. No podía creer que eso fuera a ser así para siempre. La literalidad con que me había tomado eso de que ‘mientras el nene duerme vos dormís’ me hizo sentir un poco estafada. Me recuerdo esperando que mi marido llegara del trabajo para ir corriendo a comprarme cigarrillos y estar un rato sola".
Amiga 4: “Una mañana le tiré a mi pareja un pañal sucio desde unos cuatro metros de distancia, sobre la cabeza, al grito de ‘¿por qué si yo escucho a la nena vos no?, ¿por qué no te levantás si estoy agotada?’. Yo veía volar el pañal, como en cámara lenta, y sabía que estaba haciendo algo terrible, y aun así nada podía evitarlo porque el pañal tenía que volar, el tipo tenía que despertarse”.
Amiga 5: “Me acuerdo del olor. Fue el primer año que viví con un eterno olor a cuajada a la altura del hombro. Me acuerdo de eso y del estado de alerta, casi de terror, en el que vivía a la espera del ‘despertar de la bestia’. Como decía el tipo de Perdidos en Tokio, ‘la vida que conociste hasta entonces desaparece para siempre’. Sí, son redondos y divinos, pero a cambio se llevan puestas tus noches, tu descanso, tu tranquilidad y tu hígado. Por suerte la Naturaleza es sabia y después te olvidás de todo. Pero igual estaría bueno que las mujeres comenzaran a sincerarse un poco y a decir que el primer año del bebé es una pesadilla”.
*
“¿En qué nos transformamos las mujeres luego de ser madres?”. Años atrás, me invitaron a un programa de televisión para hablar de esto. La invitación respondía a que tenía un hijo –en ese entonces, de un año- y a que en esos días, en una columna de opinión en la revista Newsweek, había explicado que yo amaba –y amo- a Joaquín, pero que aún así a veces fantaseaba con dormirlo de un soplido y recuperar mi vida.
Fanny Mandelbaum, sesenta y tantos años, uno de los tres conductores del programa, se espantó con el planteo. Mex Urtizberea, cuarenta y tantos años –varón, por sobre todas las cosas- se sorprendió con el planteo. Y Carla Czudnowsky, más o menos de mi edad, entonces madre de una criatura de dos años, se puso de pie y pidió un aplauso.
—Yo tuve una depresión posparto, sentí que mi espíritu había abandonado mi cuerpo –admitió Carla-. Me pregunté si podría volver a ir al baño sola, si alguna vez volvería a tener sexo mañanero, si mi cuerpo y mi tiempo iban a volver a ser míos. A veces una extraña esa otra persona que una fue, esa otra vida que vivió. Porque amamos a nuestros hijos, pero también nos cansan y nos confrontan con nuestras propias miserias. Y eso es desesperante.
—La desesperación es un lujo que ustedes pueden darse -interrumpió Fanny-. La mamá del interior que vuelve del hospital y la esperan cinco chicos en la casa y tiene que atender al marido que es machista no se sienta con el bebé en brazos y se pone a llorar. Lo pone en la cuna y empieza a trabajar, chicas.
Fanny –a quien adoro- nos retó.
Fanny –a quien adoro- no entendió –o no pudo entender- que yo no tengo cinco hijos, que no vivo en el interior y que mi vida está llena de angustias estúpidas que –con el paso de los años- he terminado por catalogar como angustias a secas.
He llorado porque no me entraba el pantalón.
He llorado porque una blusa nueva se manchó con vómito.
He llorado, sobre todo, sin saber por qué lloraba.
Y entre llanto y llanto, he visto pasar el primer año.
Vuelvo, ahora, a mirar el Libro del Bebé. Vuelvo a leer todas las pavadas en diminutivo que escribí esos días -“A Joaquín le gusta dormir con la jirafita Fita”, “las primeras comidas de Joaquín fueron raviolitos, pescadito y ¡todo lo que comían sus papis!”- y pienso que sí: que yo era una tarada y una mentirosa. Pero también pienso –quizás por piedad- que las palabras tontas envuelven, en la hondura de su fruslería, un miedo serio, un miedo profundo. Un miedo tan feroz –y tan impresentable- que lo tenemos que esconder.
* Publicado en la revista YA del diario chileno El Mercurio.
20 comentarios:
muy sincero, honesto y enriquecedor !!!! La aceptación es un gran paso.
No conocía tu blog. Leí este primer año del resto de “tantas” vidas en un posteo de Facebook. No soy mamá pero voy a decir lo mismo que comenté de tu artículo: Magistral descripción. Escribís tan lindo que se puede alcanzar tu sentimiento.
Un abrazo para vos y otro para Joaquín =)
¡Qué sean muy felices!
Corina
Muchas gracias, Corina. Y qué bueno eso: que las cosas puedan explicarse a sí mismas, que todos -los que estuvieron y no estuvieron ahí- logren entender.
Te mando un beso
(y otro para Mooi: gracias también)
Me gustó, mucho. Y no necesito ser mujer, mucho menos madre, para decirlo. Saludos desde Córdoba.
Lautaro.
Ah, y gracias por enseñarnos a escribir. A los que jugamos al periodismo, digo.
Gracias, Lautaro! Te mando un abrazo grande,
Josefina
Hola. Aún mi hia o nace, pero te juro que esto es lo que necesito y NO poemas de amor e ulusiones que no vendrán... estoy segura que es más hermoso parada en la realidad.
Increible post, y fuertemente emotivo aún para las que no somos madres. Sin haber vivido la experiencia, comparto tu criterio 100%, aunque más no sea por lo sincera! Hay tanta entrega en la maternidad, que soy de las que creen que si se piensa mucho no, finalmente se pasa de largo...
Gracias por compartir esto!
Hola Josefina, soy Carlos de Córdoba y estaba tratando de encontrar alguna direcc de mail para pedirte si podías ayudarme con algo ya que estoy tratando de cumplirle un sueño a una chica que me ha cambiado la vida. Nesecito contactárme con una persona que vos has entrevistado.
Si quieres te cuento bien todo como es. Un besote y abrazos cordobeses.
Hola Josefina. Soy Alejandra, de 53, y tengo cinco hijos (la mayor, Josefina)No soy pobre y tuve a Josefina a los 19. Y me sentí taaaaaaan identificada con vos. Recuerdo que durante esos años, que fueron muchos (La mayor tiene 35 y el menor 27), iba a hacer las compras y me quedaba charlando con los comerciantes del barrio por el solo placer de intercambiar palabras con ADULTOS. Mis baños eran multitudinarios, con los 5 niños y la perra adentro del baño.
Me ENCANTÓ TU CRÓNICA.
Muchísimas gracias, Ale! Qué bueno que este texto pueda entenderse como un reflejo...
Aprovecho para dar las gracias también a Marcela y Julia.
Besos!
Josefina, es EXACTAMENTE ASÍ! Mi Josefina tiene 2 años, mi "libro del bebé" es más ñoño que el tuyo y recién este año e logrado entrar sola al baño.
Saludos.
Josefina,
doble hallazgo: leí tu crónica en Orsai, la del Pepe, y aluciné con el texto y su ritmo. Leo ahora este, en formato digital, y termino con piel de gallina. Soy padre y nunca viví con mi hijo. Siempre escucho a la gente hablar de esas penurias que yo no viví y creo que es la primera vez que las sufro en carne propia. Ese es el otro hallazgo: sufrí con tu texto tanto como disfruté el del Pepe.
Al que el sumo un tercero, ahora que me doy cuenta: tu blog.
ahora lo entiendo en la carne!
te quiero, es tan maravilloso leerte
Besos, hermosa!
Me gusta , jeje.
Firma , tu prima Virginia
te leí hace mucho, cuando aún no planeaba ser madre y ahora que mi hijo está por cumplir el año y estoy más nostálgica que nunca, me acuerdo del texto y vengo corriendo a releerlo. y lloro como opa.
con toda humildad, porque tu redacción es fascinante, debo darte las gracias por esta nota porque siento que es una costilla de la que nació mi blog. te abrazo.
Querida, me emociona todo lo que decís. Es un honor y una felicidad que este blog sea el comienzo de otras cosas. Va un abrazo grande para vos.
(Y aprovecho este post para saludar a mi prima Vicky, que está ahí arriba. Beso!).
gracias por la sinceridad!!!
divino!
Josefina
Es brillante lo que has escrito, lo releo de vez en cuando y vuelvo a lagrimear.
Por supuesto cada una de mis amigas recibe una copia y la agradece enormemente....
Gracias a todos y todas, otra vez. Qué bueno que el texto siga conmoviendo. Abrazos! (Ay, Ángeles querida, recién veo/releo este post tuyo de hace casi un año... cuánta agua ha corrido! Te quiero mucho).
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