Cuando Joaquín nació, mi Nonno ya era muy viejo. Tenía noventa y nueve años. Pero estaba muy lúcido y celebró su llegada, y durante un tiempo le compró ropa con un ojo milagroso -que yo no tenía- para acertar cortes y talles. Un día llegó con un mongómery hermoso. Joaco tendría unos dos años en aquel entonces, así que calculo que mi Nonno ya estaría por morir. El abrigo le quedaba perfecto. Joaco lo usó todo lo que pudo. Después, cuando dejó de entrarle, lo guardé en un cajoncito. Cada tanto yo iba y lo abría. Con mi Nonno ya muerto, ese abrigo había pasado a ser una suerte de "objeto médium": la forma que yo tenía de contactar con mi abuelo.
La última vez que abrí el cajón fue a principios de 2014. Después de pensarlo mucho, saqué el mongómery y se lo di a Gus Nielsen para su monumento. Los objetos -pensé- podían cumplir los mismos ciclos que las personas: pasar de ser un cuerpo a ser una ausencia, y también un recuerdo.
Ayer vi el abrigo por primera vez en el Paseo de la Infanta. Así que le pedí a Joaco que se pusiera debajo, y que sonriera para mí.
1 comentario:
Las perdidas son compases, como el silencio de la música.
Eso pienso.
Hermoso recuerdo.
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