Era chica: no más de seis años. Estaba en un teatro que recuerdo inmenso, viendo una obra para niños que ya no recuerdo, y apretando en un puño un papel que decía "131". Al final de la obra se sorteaban quince días en una colonia de vacaciones de invierno, y tanto mi madre como yo teníamos esa única apuesta. Mi madre trabajaba todo el día y no tenía dinero para una colonia: el 131 era la única posibilidad de un invierno decente. Incluso feliz.
Y entonces salió.
El 131 salió.
En ese inmenso teatro salió el 131 y me recuerdo subiendo al escenario -las luces planas del final de obra- y recibiendo quién sabe qué cosa -¿otro papelito?- que significaba tantas otras cosas: profundo alivio para mi madre, garantía de diversión para mí, bálsamo para la economía familiar, y certeza de que la suerte a veces -al menos a veces- está de tu lado.
Hugo Midón me entregó ese premio.
La obra era suya.
Todo lo demás también fue suyo.
En casa le debemos a Midón cosas muy concretas.
*
Volví a ver a Midón veinticinco años después, a la salida de un teatro, mientras hacía un artículo sobre espectáculos infantiles. No hablé con él -o no hablé nada que recuerde- pero sí me quedó impresa esta imagen: la de un tipo alto y de tez aceitunada, dueño de esa clase de seriedades que no tienen que ver con el humor sino con las certezas. Midón estaba rodeado de niños y lo más conmovedor era su forma de abordarlos: no intentaba ser simpático con ellos. No los tomaba por idiotas. No dejaba que la impostura se instalara siquiera un segundo en esa escena: Midón, en síntesis, era conmovedoramente responsable.
Siempre fue conmovedoramente responsable.
En cuatro décadas de trabajo, Midón dirigió y escribió hermosas piezas en las que alude a las luchas monopólicas, los derechos infantiles, los cacerolazos, la canasta familiar, los piratas del asfalto y la venta de terrenos fiscales a magnates estadounidenses.
Es decir.
Los chicos le deben a Midón cosas muy concretas.
*
La tercera vez que lo vi fue durante una entrevista para la revista C del diario Crítica de la Argentina. Me llevó a conocer su escuela de teatro -llamada Río Plateado- y me llamó la atención la cartelera: a diferencia de otros institutos, había colgados muy pocos anuncios y entre ellos uno solo (de la Asociación Luchemos por la Vida) incluía la convocatoria a un casting.
-Sólo les pongo las cosas que me parecen interesantes -dijo-. Las películas de Lucía Puenzo, de Burman, de algún otro director joven. O si viene Norma Aleandro y me pide chicos con determinado perfil. O sea: gente de confianza. Pero después, trato de ignorar todo lo demás. Ningún chico quiere estar ocho horas en un canal todos los días. Le gusta salir en televisión, pero apenas ve que el sacrificio es tanto, recula. El problema generalmente son los padres.
-Y si ves a algún chico muy entusiasmado con la tele, ¿no lo alentás? -pregunté. Midón frunció la cara, se restregó las manos y contó la historia de una alumna que tiempo atrás lo había interceptado en el hall de entrada de la escuela.
-Ay, Hugo -le había dicho-, ¡sabés que fui a un casting para Chiquititas y me parece que quedo, Hugo! ¡¡¡Quedooo!!!
Hugo la miró.
-¿Por qué fuiste? –contestó- Chiquititas es una porquería.
-Ay, Hugo, no me digas eso…
-Ah, ¿querés que te mienta? ¿Querés que te diga “qué lindo, te felicito”? Para mí es una porquería.
Entonces Midón le explicó a su alumna por qué era una porquería. Y las explicaciones que le dio eran parecidas –iguales- a las que seguramente se dio a sí mismo hasta el último de sus días.
Los actores le deben a Midón cosas muy concretas.
*
La última vez que vi a Midón fue en una silla de ruedas. Había terminado una función de la obra Playa Bonita y Midón se acercó -fue acercado- con la silla para el momento del aplauso final. Dicen que él quería subir pero que intentaron disuadirlo. Por cuidado. Por amor.
También por amor y por cuidado decidí no acercarme. Sólo recuerdo su nuca, su boina, su bella tez olivácea. La silla.
El dolor inevitable.
¿Cuánto había de Midón en Midón? Y en cualquier caso, ¿por qué así? ¿Por qué ya no podía pararse? ¿Por qué así? ¿Le habrán servido de algo los aplausos, esa tarde? ¿Es que los hombres dignos también terminan así? Los hombres dignos merecen finales dignos: por eso este enojo.
La muerte le debe a Midón cosas muy concretas.
8 comentarios:
Muy lindas todas las palabras y el relato.
Como siempre sublime
Nosotros también te debemos a vos mucho
Mil gracias
Muchísimas gracias, Luis.
Y muchas gracias, también, señorita Hilarante.
Hermoso. Buen homenaje para un tipo que se merece el mejor recuerdo.
Qué raro.
Un artículo periodístico impecable que tiene, a la vez, la cadencia y el cierre perfecto de un poema bien logrado.
Gracias por un texto mágico.
Una bella persona como Midón se merece un bello texto, una manera de reencontrarse con él a través de tus palabras. Gracias Srta
Qué grande... Me dejaste clavada frente a la compu, repasando en mi cabeza, una tras otra tus palabras tan bien escogidas y entramadas para Hugo. Grandiosa. Y ese "131"... Qué loca esta vida, no? La sorpresa que tiene para nosotros nunca es suficiente para Ella. Gracias, Seño.
Sil, muchas gracias a vos. Y aprovecho también para agradecer con atraso a don Roberto.
Beso grande.
Publicar un comentario